16 de mayo de 2024

PRÓLOGO A LIBÉLULA INVISIBLE DE J.M. JIMÉNEZ MUÑOS

 PRÓLOGO

Cuando un autor ya ha publicado varios libros, es digno de consideración. Juan Manuel Jiménez Muñoz, mi amigo en la niñez y la adolescencia, fue compañero de estudio, luego médico y, por último, un gran escritor. Pero en medio de todo eso le pasaron miles de historias que hoy, con este libro, quiere sacar a la luz. “Libélula invisible” es una novela autobiográfica escrita mitad con pluma, mitad con el alma: una novela cautivadora que, en ocasiones, se adentra en el ensayo novelado para dialogar con el lector. 

Las constantes pesadillas sobre su padre están en el origen de esta autobiografía salpicada de acontecimientos históricos, unos sucesos que convierten a los protagonistas en libélulas que buscan la invisibilidad. Porque “Libélula invisible” es un título poético que alude a la necesidad de ir de puntillas por la vida cuando nos sentimos vulnerables. Es un título contundente que encubre miedo y dolor justo en la etapa más importante de nuestras vidas: la niñez. A la vez, ser libélula invisible imprime un carácter tímido, con mucho sufrimiento que, irremediablemente, genera desajustes emocionales.

Estrenamos vida cada vez que la familia, la escuela o la sociedad nos regalan trajes nuevos. Estos distintos ambientes se describen de forma magistral en la novela: una niñez amenazada, un internado de curas, unas historias de guerra, mil batallas adolescentes, un convento de monjas, recuerdos familiares alrededor de una mesa camilla, los avatares de un médico de familia… y una madurez precoz a causa de circunstancias adversas.

La vida va dejando roces y descosidos; no todo es disfrute; hay también arañazos en el devenir de la historia. Pues bien, la escritura autobiográfica puede reconstruir cualquier desvarío sufrido en tiempos pasados. «¿Para qué escribe uno si no es para juntar sus pedazos?», dice Eduardo Galeano en El libro de los abrazos.

Es un atrevimiento de la buena literatura hurgar en las entrañas de nuestra niñez: allí nos toparemos, inevitablemente, con el alma desnuda. Ya era talentoso mi amigo Juan Manuel cuando estudiábamos la EGB, y por ello le apodábamos Pitagorín: un apodo con reminiscencias griegas que le venía de perlas, pues era experto en matemáticas, historia y narrativa, y ayudaba a los demás con generosidad y entrega.

Viví con Juan Manuel nuestra etapa más determinante. Primero, la niñez y adolescencia en el internado: esos años de búsqueda de identidad. Luego compartí con él un curso de bachillerato en un piso de estudiantes. Yo hacía la comida mientras él barría la casa de manera voluntariosa. Una profética amistad que rememoramos en esta novela, aunque cambiando los papeles: hoy es él quien guisa un estupendo relato mientras yo escribo un modesto prólogo, como el que barre la cocina; eso sí: con muchísimo cariño.

Las biografías son sanadoras. Porque escribir sobre uno mismo es hurgar en el pasado para transcribir emociones embarradas en la arcillosa mente de la infancia, momento crucial en la construcción de la persona. Eso ha hecho Juan Manuel con este magnífico libro: abrirse en canal para mostrar sus encefalogramas, resonancias, TAC, radiografías y demás técnicas diagnósticas de su propia alma. Como médico siempre buscó una huella biológica en los desvaríos familiares y en su vida. Quizá, en tiempos pasados, confundió cerebro con mente. Pero ahora da un paso de gigante y se atreve a dudar de las evidencias de la biología para indagar en la incertidumbre del ser humano, en las constelaciones familiares, históricas y sociales que nos conforman.

Hay que ser audaz para mostrarse desnudo a los lectores. Pero Juan Manuel, con su excelente prosa, disecciona pulcramente lo más difícil de todo: cómo nos construimos los seres humanos. Y es que en la forja de cualquiera intervienen tantos millones de circunstancias como estrellas en el firmamento, tantas variables como neuronas tenemos, tantas posibilidades como conexiones en nuestro cerebro.

Para indagar en nuestra biografía debemos tener una visión holística. Y en este libro aparece esa complejidad que conforma a los seres humanos: un espacio geográfico como La Axarquía, con su clima, sus costumbres, sus montañas acariciadas por el sol, en donde se trabaja la tierra con sufrimiento; un mar cercano que endulza la vida con su brisa salada; un momento histórico determinado: el franquismo, la transición y un posfranquismo convulso; una familia concreta, con sus secretos bajo la alfombra; y un intento de digerir todas estas circunstancias para salir a flote.

Dijo Eduardo Galeano que «no estamos hechos de átomos, sino de historias». Y Juan Manuel, al escribir este libro, desenmaraña un ovillo de historias para mostrarnos, pasado a limpio y de forma nítida, una explicación coherente de su vida. Él ha abierto su corazón para comprenderse y, mediante la escritura, ha tejido su nuevo semblante que, aunque con cicatrices obvias, ya puede ir luciendo por la vida: médico, escritor, padre de familia, abuelo entrañable y considerado gurú en las redes sociales.

Escribir es la mejor terapia para una persona con un padre que infunde pavor, una madre paciente, unos hermanos sufrientes y un internado masculino y religioso que también deja su huella. Pero, además de novela, “Libélula invisible” es un estudio de caso: esa metodología que parte de situaciones concretas para luego generalizar en teorías. En la historia que se narra hay materia suficiente para teorizar sobre principios esenciales: cómo desarrollamos la identidad en función del contexto; la niñez como etapa determinante en la construcción de una persona, la historia familiar que imprime nuestro carácter, las fallas en la autoestima, las relaciones sociales, el despertar a la sexualidad, el primer amor, las causas de la maldad, la legitimidad del suicidio o el difícil pero imprescindible perdón.

Como buena novela, Libélula invisible tiene su intriga: es «el Aquello», un enigmático suceso que el autor desengrana poco a poco para tenernos expectantes hasta el final. “Aquello” es un pronombre demostrativo al que Juan Manuel sustantiva y da categoría esencial porque le quita el sueño. «El Aquello» designa algo que está lejos en el espacio, en el tiempo y en la mente; algo innombrable, un enigma difícil de traer de nuevo a la memoria por el dolor que generó y sigue produciendo; el germen de un desvarío; la incógnita que da sentido a la historia y nos atrapa en su lectura. Un «Aquello» que recorre la novela como un fantasma y que solo al final, cuando toma cuerpo con palabras, obra el milagro de la sanación.

En definitiva: “Libélula invisible” es una obra magistral que indaga en lo más íntimo del ser humano para extrapolarlo a nuestras vidas, un libro valiente que invita a escudriñar nuestras emociones y a curar nuestras heridas. Porque también los lectores podemos remendar nuestros desgarros leyendo esta entrañable novela.

 

Cristóbal Gómez Mayorga.

29 de abril de 2024

EL PARLAMENTO EN MI AULA

Yo creía que la infancia debía aprender de los adultos; pero resulta que, viendo a los políticos en El Parlamento discutir, insultarse, mentir, sin respetarse, buscando estrategias maquiavélicas para dañar lo más posible, sin amor al prójimo…, me dije: pues en mi aula de infantil, una chiquillada de cuatro años tiene más educación que nuestros representantes políticos.

En mi aula de Educación Infantil, para comenzar el día, los niños y niñas, cuando llegan a la escuela, se sientan en la alfombra con las piernas cruzadas, mirándose a los ojos. Es una liturgia que ya hemos aprendido, aunque el alumnado solo tenga cuatro años. Nos damos los buenos días, no solo con educación, sino con mucho cariño. Nos sentimos pertenecientes al aula, a la escuela, al mismo pueblo…, a la especie humana. La asamblea es la mente y el corazón del aula. En ella construimos conocimientos, nos educamos y establecemos vínculos amorosos.

Unos nacieron en la localidad, pero hay quienes lo hicieron muy lejos: en Perú, Paraguay, China o Marrueco. Los hay con grandes capacidades intelectuales, aunque no pueden andar porque tienen dificultades motoras; algunos son tímidos y otros extrovertidos; los hay altos y bajos, gruesos y delgados; listos en baile, aunque torpes en matemáticas; amantes de la naturaleza, aunque con problemas para estarse quietos; y quienes son muy emocionales, aunque tenga síndrome de Down. Por supuesto, hay niñas y niños, cada cual con sus peculiaridades, y algunas personas que se muestran indefinidas. Nunca osé comprobar su sexo. Yo solo tenía personas en el aula. Mi función como maestro era que construyeran sus identidades, adquirieran conocimientos y se educaran. Y la asamblea dialógica, desde los griegos, era la mejor manera.

Las normas de comportamiento en la asamblea estaban muy claras: levantar la mano para hablar, esperar el turno, escuchar atentamente y respetar las opiniones de los demás, con el máximo respeto, atentos, aprendiendo de las demás personas cuando expresan sus inquietudes y deseos. No importa la procedencia, las capacidades ni los pensamientos de cada persona. La educación es aprender a convivir, en la complejidad de la diversidad humana.

Me dio por pensar:

Quizás, el Parlamento debería ser dirigido por un maestro o maestra de infantil. Porque no dejaríamos pasar ni una: ni insulto, ni descalificación, ni malas formas, ni poca educación. Obligaríamos a pedir perdón ante la más mínima descortesía, mandaríamos a la silla de pensar a quienes faltaran el respeto, y fuera de la asamblea a quienes hacen ruidos mientras habla una compañera o un compañero; porque en una asamblea no se jalea, no se insulta, no se falta al respeto; hemos venido a construir conocimientos sobre la mejor forma de convivir las personas.

Quizás la sociedad ha dado la vuelta, y ahora los adultos tienen que aprender del alumnado de la escuela. Porque en los Centros Educativos hablamos de paz, de integración, de respeto, de diversidad, de convivencia… Mientras, en los parlamentos de todo el mundo, se descalifica e insulta, a la vez que hablan de guerras.

Quizás deberíamos, como quienes pierden los puntos del carnet de conducir, obligar a reciclarse, en la escuela, a los políticos que incumplan las normas básicas de una asamblea. Quizás, nuestros representantes deberían visitar nuestras aulas, para aprender a comportarse como la infancia en nuestras escuelas.

Existe una solución más drástica y revolucionaria, espero que no tengamos que llegar a ella: que gobiernen las niñas y niños de la escuela. Al menos, habría más educación, respeto, escucha atenta, compañerismo, conocimientos compartidos y convivencia.

25 de abril de 2024

LA INFANCIA NO ES RESPONSABLE

Me ha soliviantado la declaración de una maestra, en Cartas a la Directora del periódico El país (22/4/2024), titulada Soy maestra y ya no tengo vocación.

El texto, después de un preámbulo, dice así:

«Soy maestra y ya no tengo vocación. Los niños han podido con ella. Las continuas faltas de respeto, el desprecio a nuestro trabajo y tiempo, las chulerías, la seguridad de que nadie les dirá ni les hará nada. ¿A quién queda por culpar? Si no son los padres son las redes. Si no son las redes, es la sociedad. Me siento más indefensa que los propios niños».

Tan contundente misiva, que se ha viralizado en las redes, merece un mínimo análisis y alguna respuesta, para poner negro sobre blanco, en una cuestión educativa de enorme importancia.

Con este discurso recurrente se está generando una imagen distorsionada de la infancia que habría que matizar, para repartir responsabilidades por toda la sociedad. Aunque emplea 67 palabras en esta declaración, desliza un discurso implícito muy extenso, aunque algo manido, maniqueo y pretencioso, que daña, sobre manera, a las niñas y niños que van a la escuela.

En primer lugar, nada que decir sobre la queja de esta maestra que ya no tiene vocación. Lo siento mucho, de verdad. Vivimos en un mundo complejo y voraz en el que la educación es una de sus víctimas, y el profesorado lo sufres sobremanera. Es lícita la queja si es lo que siente.

Pero me apena que cargue la responsabilidad de la pérdida de la vocación en el alumnado: «Los niños ha podido con ella». ¿De verdad los niños son responsables de la pérdida de vocación del profesorado? Se supone que los expertos somos los adultos, la ciencia pedagógica, las universidades, el profesorado… Creo que el alumnado es el sujeto paciente. Otorgar el poder al alumnado de nuestro fracaso en la educación es como asumir que no sabemos nada de nuestra profesión. Sugiero la lectura de El puma y el cervatillo de Jorge Bucay. No olvidemos que los pumas somos quienes educamos y los cervatillos, los educandos.

Me sorprende, por genérica, la afirmación: «Los niños han podido con ella». ¿Todos los niños? ¿Las niñas también? ¿Las personitas con discapacidad tienen actitudes chulescas? ¿No hay alumnado respetuoso en el aula? ¿Se ha montado un contubernio entre el alumnado para quitar la vocación a la profesora?... ¿Acaso la vocación depende de la dificultad de nuestro tarea?

Para mí, como maestro, los obstáculos siempre fueron estímulos para seguir aprendiendo. Pero respeto a quienes no puedan con la dura tarea de educar. La educación requiere del personal más capacitado y no siempre es así. Alguna responsabilidad política debe haber cuando para ejercer como docente no hay demasiada exigencia.

El texto sigue diciendo: «Las continuas faltas de respeto, el desprecio a nuestro trabajo y tiempo». Pensar que el alumnado es quien da valor a nuestro trabajo es otra afirmación con la que discrepo. Léase el cuento, de Jorge Bucay, El verdadero valor del anillo. Para conocer el valor de las cosas hay que preguntar a los expertos. Si somos alfareros y el barro se nos rompe, ¿es acaso el barro responsable de nuestro desastre? El alumnado no tiene capacidad de valorar el trabajo y el tiempo del profesorado. Si esperamos que nos valore la chiquillada estamos perdidos. No obstante, en un futuro, seremos valorados si lo hicimos bien, no tengamos la menor duda. Toda persona guarda en el recuerdo al maestro o a la maestra que le ayudó a construirse como persona.

Sigo leyendo: «… la seguridad de que nadie les dirá ni les hará nada». Pensar que el comportamiento del alumnado no tendrá consecuencia es maniqueo y falso. Primero, porque en la escuela actual se castiga de mil maneras y en demasía; segundo, porque en la educación formal existen relaciones de poder: con las notas, los exámenes, los suspensos, los puntos negativos, las caritas tristes, las sillas de pensar, el poder de los adultos, que te quedas sin recreo, que te llevo al director, que te abro un expediente, que te expulso tres días y mil cosas más.

Y sigue diciendo el texto de esta maestra desmotivada (nunca tan pocas palabras expresó tanto desvarío): «¿A quién queda por culpar? Si no son los padres son las redes. Si no son las redes, es la sociedad». ¡Pues claro que las redes son responsables de los desvaríos de la infancia, colonizando sus tiernas mentes! ¡Pues claro que la responsabilidad de lo que pasa en la infancia es de esta sociedad y de la cultura imperante! Los adultos somos los pumas de esta historia, y los cervatillos son los niños y las niñas que van a la escuela. Aunque es necesario analizar la selva en que vivimos: todo el sistema económico, social y cultural.

No critico el sentimiento de esta profesora que perdió la vocación. Lo siento. Respeto su emoción. Pero la responsabilidad de lo que pasa en la escuela no puede recaer en el eslabón más débil del sistema. Es preocupante cuando dice: «Me siento más indefensa que los propios niños».

La infancia siempre está indefensa porque con 3, 4… 6 o 11 años, los educandos no tienen capacidad para comprender y analizar las situaciones sociales. Somos los adultos quienes debemos tener capacidad, y mucho más quienes enseñamos que, se supone, somos expertos en la educación de la infancia.  

Educar es una labor muy difícil, requiere de mucha capacidad y experiencia. Al analizar nuestras dificultades en la escuela, debemos tener en cuenta las miles de variables que intervienen, y aceptar que tenemos, al menos, la responsabilidad de no errar con las culpas. Porque, como dijo Albert Camus, «uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen». Y la infancia nunca puede ser responsable de los desvaríos de la escuela y de esta sociedad tan compleja en que vivimos.


11 de abril de 2024

EL BOSQUE: UN CUENTO DE PELÍCULA

EL BOSQUE: UN CUENTO DE PELÍCULA [i]

Acabo de ver la película El bosque (2004) de M. Night Shyamalan, dentro del ciclo «Impedir que el mundo se deshaga», al cuidado de Eduardo Sierra, en el Contenedor Cultural de la Universidad de Málaga. Ha sido un regalo para la vista, el intelecto y el alma. Gracias al Vicerrectorado de cultura de la UMA y a sus organizadores por aportar cultura a esta sociedad tan necesitada.

Una película, a veces, es una invitación a sentir y a pensar. Este es el caso. Comparto algunas reflexiones que me han surgido, sin destripar nada de la historia, porque creo que pueden generar mil debates necesarios sobre el mundo en que habitamos.

El bosque, en el original The village (La aldea) plantea una trama entre dos territorios separados por una frontera siempre explícita: entre el pueblo y el bosque, el dentro y el afuera, lo entrañable y lo extraño, la seguridad y el miedo.

La narración tiene todos los elementos de un cuento: el bosque, el miedo, los guapos protagonistas enamorados, los secretos, el bien y el mal..., y no podía falta algún que otro «y de pronto…». 

Como todo buen cuento, es atemporal. Describe una fábula que es transportable a cualquier época, pues aporta elementos para interpretar tanto conflictos pasados como situaciones del mundo actual. De forma simbólica alumbra elementos presentes en cualquier sociedad: el poder y sus estructuras, los instrumentos de control, la organización social con sus ritos y liturgias, los liderazgos, la gente sumisa y el miedo como inhibidor de cualquier posibilidad de cambio.

En esta historia aparece la escuela como organismo que gestiona la ignorancia y el miedo, creando mitos inventados para mantener el status quo y enseñando verdades culturales como ciencia incuestionable. Y podemos entrever de manera implícita las religiones, con sus liturgias, los ritos, lo sagrado, la fe ciega, los miedos, las promesas, el pecado y lo sagrado.... Pero, sobre todo, esta historia habla sobre el poder: el control sobre los tiempos, el espacio marcado con fronteras, el control de los cuerpos, el conocimiento prohibido, las narraciones inventadas, lo que está bien y lo que está mal y la necesidad de perpetuarse.

Por último, destacar dos elementos simbólicos que aparecen en la película que están vigente en estos tiempos: la memoria, simbolizada en un cofre secreto que nos retrotrae a la reconstrucción de la historia que todo poder ansía; y la frontera, que también en nuestros tiempos nos señala los males que vienen del fuera.

La película tiene un final algo pesimista pero vislumbra una esperanza: contra el miedo, el amor; frente al pasado, las nuevas generaciones. Tengamos esperanza, pues.

Por último, destacar que esta cinta también es pintura, poesía, música, naturaleza, literatura y arte con mayúscula; porque las buenas películas maridan de forma magistral contenido y forma de forma precisa. Muy recomendable.

8 de marzo de 2024

Presentación del Libro «EL CATALEJO. MIRADAS DE INFANCIA» de Gema Atencia.

Vemos desde la perspectiva que nuestros ojos y cerebro nos permiten. Sin embargo, hay personas que ven más allá, personas que tienen incorporado en sus ojos un catalejo. Son capaces de adentrarse en los sentimientos de esas criaturas que tenemos en la escuela y de vislumbrar «Miradas de infancia». 

«EL CATALEJO. MIRADAS DE INFANCIA». Así titula este maravilloso libro mi amiga y compañera Gema Atencia. El término catalejo se compone de las palabras «catar» y «lejos». Catar, según la Real Academia Española, significa tanto probar, degustar y saborear, como mirar, observar, examinar y otear. Y es que la autora de esta hermosa obra tiene la habilidad de ver con su catalejo a las niñas y niños de su aula, observándolos muy de cerca. Mostrándonos cómo la infancia es un período clave en la formación de nuestra identidad y en la construcción de nuestra visión del mundo.

Para educar de manera efectiva es esencial tener la capacidad de ver el alma de las personas: sus sentimientos, necesidades y sueños. ¿Qué cómo se adquiere? Recordando nuestros deseos de la infancia y volviendo a escuchar a esa niña o niño que fuimos. Solo así podremos comprender los comportamientos, emociones y sentimientos de la niñez.

Este libro aborda precisamente esta cuestión. Gema, como maestra reflexiva y emocional, ha explorado su propio interior y se ha recompuesto. Gracias a ello, tiene una mirada capaz de ver de cerca el alma de la infancia a través de su catalejo vivencial. Educamos con lo que sabemos, pero también con lo que fuimos y con lo que somos. Gema alberga en su alma recuerdos, emociones, sentimientos y conocimientos suficientes para educar de forma amorosa, ya que fue una niña disfrutona que creció en un ambiente amable y feliz. Y nos presenta un libro redondo, donde muestra sus vivencias infantiles y sus experiencias educativas con una base científica que sustenta toda su práctica.

En su escuela, proyecta juegos y actividades que la hicieron feliz en su niñez, pensando que beneficiará a su alumnado: el escondite, tan necesario para resguardarnos del complejo mundo que nos espera; la magia de jugar a mezclar mejunjes; la importancia de la tierra y el agua para disfrutar de sensaciones; la música que acompasa nuestras almas para crecer en armonía; construir para construirnos, porque todo lo que hacemos hacia afuera nos reconstruye por dentro; el micrófono que nos da la voz necesaria para ser, porque cuando nos expresamos construimos identidades; cocinar para alimentarnos en cuerpo y alma; jugar con el lenguaje, con las palabras, con las rimas, con las metáforas, para crear pensamientos y disfrutes; el movimiento, imprescindible en estas edades; los tesoros como búsqueda de la felicidad para crecer, porque no hay crecimiento sin búsqueda de un deseo; los cuentos, que nos prestan sus narraciones para convertirse en pensamientos necesarios para la vida; el baile como forma de expresión que nos hace ser y sentir, dibujando, con nuestros cuerpos, figuras en el aire; la utilización de herramientas reales para no infantilizar a la infancia; las pompas de jabón y los juegos de sombras, necesarios para sentir la magia emocional; el teatro como recreación de la vida; el compromiso social con la naturaleza y su disfrute. Y de fondo, la libertad, para que cada persona se desarrolle según sus necesidades y deseos.

Este libro retrata, con excelentes ilustraciones, estas experiencias y emociones de manera poética, invitándonos a evocar nuestra niñez y a mejorar la educación de la infancia. Un hilo de color amarillo recorre cada imagen invitándonos a recuperar los juegos de nuestra niñez para hacer algo con ello. Porque, solo desde lo que fuimos, podemos educar.

Este libro tiene magia, ¡siempre nos sorprende esta maestra! Al final, encontramos un agujero, como en Alicia en el país de la maravilla. A través de un código QR, podemos adentrarnos en su aula, con fotografías alusivas a cada capítulo del libro. Esto da sentido a su texto mediante evidencias prácticas.

Disfrutemos, pues, de este poético texto que nos sugiere en cada capítulo tres regalos: invitarnos a descubrir nuestra niñez, mostrarnos saberes imprescindibles para educar e interpelarnos para mejorar la educación de la infancia.  

Gracias, amiga, por plasmar tus experiencias en esta bella obra que ayudará, sin duda, a mejorar la educación infantil. La escuela está necesitada, hoy más que nunca, de narraciones educativas cercanas, emocionales y profundas; de miradas sinceras, que vislumbren los deseos de la infancia para, a partir de ahí, ofrecer una escuela infantil más amable y respetuosa.

            


      

Vélez-Málaga, 7 de marzo de 2024.

26 de febrero de 2024

LA DIFICULTAD DE TRAZAR LÍMITES EN EDUCACIÓN

La educación no se logra únicamente con disciplina y límites externos, aunque son necesarios. La cuestión radica en cómo ayudamos a construir una autocontención en el alumnado para que integren las normas necesarias como propias. Es fundamental crear conciencia sobre las conductas, educar en valores y que los internalicen. Es el alumnado el que tiene que hacer algo con las consecuencias de sus conductas y con los límites que les marcamos. Son las niñas y niños quienes deben construir su propia autodisciplina, lidiando con los palos en la rueda que les pone la vida y el faro con que les alumbramos quienes educamos. 

Frente a la autoridad del profesorado en la escuela, el alumnado suele buscar complacer o al menos no desentonar, lo que a veces los lleva a engañar, esconderse o actuar de manera poco sincera. Sin embargo, si logramos conectarnos con ellos y comprender sus necesidades y dificultades, se mostrarán sin reservas. Esta es una clave fundamental en la educación.

En ocasiones, el alumnado desafía la autoridad (especialmente en la educación infantil y la adolescencia, etapas cruciales en el desarrollo de la identidad). En estos momentos, es importante mostrar firmeza y comprensión, especialmente ante los desafíos identitarios que enfrentan. Debemos recordar que los niños construyen su autonomía desafiando la autoridad de la que dependen.

La educación va más allá del simple «ordeno y mando», ya que esto puede llevar a la coerción y generar resistencia. La niñez construye su identidad diferenciándose de sus mentores, lo que hace que educar sea un desafío. Es fundamental mantener una actitud comprensiva pero al mismo tiempo establecer límites claros. Aunque es complicado, es el camino que debemos recorrer para educar de manera efectiva en un mundo cada vez más incierto y complejo.

Marcar límites es arriesgado pero, a la vez, imprescindible para educar. Ahí nos vemos las familias y el profesorado gestionando entre el «te quiero» y el «no debes hacer eso». Y, hoy día, es difícil lidiar con las redes sociales que, con la inestimable asesoría del marketing, han colonizado el cerebro de la infancia. Y nos sentimos impotentes lidiando con poderes cada vez más expertos sobre la mente de nuestros vástagos.

Es necesario distinguir entre las conductas inapropiadas y la personalidad de cada infante, para que puedan aprender de sus errores y crecer como seres humanos. Siempre debemos mostrar amor y esperanza en sus capacidades.

El profesorado está siempre ahí, marcando el límite con palabras certeras y positivas:

- Eso no, lo siento, pero no; es por tu bien; ya lo comprenderás...

- Creo que sabes hacerlo bien, aunque te cuesta. Tú puedes. Confío en ti. 

-Yo no castigo, pero si no sabes compartir no podrás jugar, porque el material es de todas las personas del aula. Sé que tú lo comprendes y sabes que debes respetar a los demás. Inténtalo. De lo contrario no podrás jugar…

El profesorado juega un papel crucial en marcar límites con palabras positivas y certeras, fomentando la autoestima y la responsabilidad en los alumnos. Es importante ser cercanos y sinceros sin permitir la insolencia, y mostrar comprensión pero reprobando las conductas inapropiadas.

Educar es una tarea difícil, pero es esencial para que los niños y niñas integren los límites y reflexionen sobre sus acciones. La educación siempre apunta a un futuro esperanzador.

Para ello, no debemos enredarnos en leyes y recetarios de conductas protocolarias, ni en castigos trasnochados, ni en decálogos de normas, ni en la silla de pensar. Por el contrario, es necesario compartir emociones placenteras con canciones, cuentos, poesías, teatros, conversaciones, juegos y disfrutes, regalando límites necesarios para poder seguir disfrutando de satisfacciones inmediatas que irán fraguando, a fuego lento, creando valores a largo plazo, que son los imprescindibles y necesarios para una educación de calidad.

18 de enero de 2024

CONDUCTAS, SÍNTOMAS Y DESVARIOS EN EDUCACIÓN

Una persona que se ve diferente frente una sociedad normalizada sufre, lo vemos a menudo en la escuela, y despliega un sinfín de comportamientos inadecuados que las administraciones educativas cosifican y diagnostican de forma rígida. Sin embargo, un conjunto de síntomas no es una enfermedad biológica sino que, a veces, es una interpelación. Es necesario analizar los comportamientos de la infancia con una visión lúcida. Necesitamos amplitud de miras para comprender la construcción de la subjetividad en cada persona. 

Recuerdo a un alumno de cuarto de primaria que llegó a nuestro colegio con un diagnóstico contundente, supuestamente con base biológica, y necesitado de medicación. Venía de un colegio concertado, diagnosticado, medicado; y con una autoestima por los suelos, lógicamente provocado. En cambio, yo sólo vi a un chico con una demanda desesperada de amor: inquieto, nervioso, asustado, receloso, lógicamente desatento…, aunque también deseante, algo que siempre salva de la locura. Cuando le mostré confianza, me mostró todo lo que le soliviantaba y se relajó. Tenía inquietudes familiares y un sinfín de sufrimientos. La escuela de donde venía no supo interpretar sus síntomas y le etiquetó con un diagnóstico paralizante, provocándole más conductas inapropiadas, enredando su desasosiego y pronosticándole un síndrome de moda en estos tiempos.

Toda persona quiere ser alguien, alguien reconocido, mirado, escuchado y querido, y despliega un sinfín de comportamientos para ser aceptado como persona. A veces, percibimos los comportamientos de la infancia de forma simplista, como una llamada de atención. ¡Por supuesto que nos interpela! Toda persona necesita ser querida y considerada. Pero su demanda no es sólo una conducta inapropiada, a veces, es un grito de desesperación.

La infancia siempre busca un vínculo donde aferrarse para construirse. Y ese sostén, que soporta, sostiene y soluciona, somos las familias, las amistades y el profesorado. No hay otra alternativa. Estamos ahí, intentando educar, pero siempre nos topamos con los procesos de desarrollo personal que se están produciendo, y no podemos ni debemos eludirlos.

Si nos fijamos sólo en los síntomas veremos enfermedad, entonces la solución es evidente: medicar, derivar, curar…, intentar eliminar todo atisbo de disrupción, inadaptación y desorden, deseando que el sujeto sane a toda costa. Es un pensamiento acorde con la lógica biológica, que elude toda circunstancia familiar, contextual, histórica, social, coyuntural o del lógico desarrollo.

Ante síntomas disruptivos existen dos opciones contrapuestas: diagnosticamos en función de la conducta, desatendiendo qué le pasa y siente esa persona, y etiquetamos y medicamos, o buscamos una interpretación de su comportamiento indagando en su historia personal y actuamos en consecuencia en todo el contexto en el que vive y sufre. Pues, antes de actuar, es necesario un diagnóstico adecuado atendiendo la subjetividad del sujeto.

Escuché una vez decir, a la prestigiosa psicoanalista argentina Beatriz Janín, que un diagnóstico no puede resumirse en unas palabras, debe tener al menos tres folios. Pues las etiquetas cosifican, estereotipan y despersonalizan, y para comprender qué le pasa a una persona debemos narrar toda una historia.

Un desajuste educativo es una oportunidad para aprender qué le pasa a la infancia, y una posibilidad para comprender qué nos pasa a quienes educamos. La demanda se genera en una familia, en una cultura, en una sociedad… Por lo que es una oportunidad para evaluar el contexto: familiar, educativo, cultural y social.

La función educativa consiste, además de las tareas docentes, en ser receptivo a la demanda de quienes se están construyendo como personas. Los síntomas, a menudo, son llamadas de auxilio que debemos soportar, comprender y dar respuesta. Si cosificamos las conductas con etiquetas no daremos solución a las desesperadas demandas. Si calificamos de vagos, hiperactivos o apáticos a un chico hemos puesto un tapón en la llamada de auxilio. Si etiquetamos como pasiva, torpe o espabilada, a una chica, encubriremos la causa de su sufrimiento.

Los docentes debemos descifrar el mensaje que nos muestra el alumnado. Para ello es imprescindible conectar con su sufrir: investigar, interpretar, empatizar, comprender…, todo menos permitir que nos afecten los retos identitarios como una amenaza personal. Para ello, quienes educamos, debemos estar suficientemente sanos en lo emocional. Solo así comprenderemos qué le pasa a nuestro alumnado, sólo así podremos ayudarles.

Porque, a veces, el desvarío lo tenemos quienes intentamos educar: las instituciones educativas homogeneizadoras, los poderes públicos insensibles, las familias súper ocupadas… Y proyectamos, en seres que aún se están construyendo, todos los desajustes del sistema.

Es necesario indagar en las conductas y síntomas de nuestro alumnado, pero también en las variables organizativas de los centros educativos, en nuestro estado de ánimo, en las circunstancias familiares y las realidades sociales en las que vivimos. Así sabremos qué le pasa a la infancia y, de camino, cómo mejorar los desvaríos del sistema educativo.

4 de enero de 2024

EL CASTILLO DE KAFKA O LA BUROCRATIZACIÓN DE LA ENSEÑANZA

Hace años que cayó en mis manos un libro esencial que me hizo comprender el funcionamiento de la sociedad moderna. A trancas y barrancas lo fui leyendo, porque la historia, como bien es sabido, trata sobre un agrimensor que se embarra en la excesiva burocracia de una hipotética sociedad que ya es presente. Es un libro premonitorio. Si no, que se lo digan a los docentes.

Hoy día, la eficacia educativa se mide cumplimentando requisitos burocráticos que la administración requiere, como en El castillo de KafKa. Una distopía hecha realidad.

En Andalucía estamos a las órdenes de un señor inexistente llamado Séneca (una plataforma digital que controla a los docentes), una autoridad moderna que dicta que todo lo que no se escribe no existe. Y cada programación de aula, cada proyecto, cada entrevista con familias, cada paso que demos en nuestras escuelas debe estar registrada en la plataforma infernal.

La consecuencia es que la mitad del trabajo del profesorado se realiza frente a un ordenador, escribiendo cosas que nadie va a leer, ni sirve para nada. Solo es control del poder sobre la educación. Porque escribir lo que hacemos es necesario, y nos ayuda a conceptualizar, a reflexionar sobre lo que hacemos, a vislumbrar nuestros errores y aciertos. Pero rellenar protocolos estandarizados, en donde nunca se ve nuestro alumnado reflejado, no sirve para nada. Bueno, sirve para tenernos entretenidos, mientras hacemos dejación de nuestra labor docente: atender al alumnado.

Recuerdo cuando, a diario, hablaba con las familias de mi alumnado de infantil en las entradas y salidas, en los pasillos, en el patio, en las tardes de tutorías, al comienzo de curso, antes de cada proyecto que realizábamos… Recuerdo cómo tenía todo el tiempo del mundo para conectarnos como seres humanos, sin que la informática se interpusiera. Ahora, el profesorado, se piensa si hablar con las familias, porque todo debe estar registrado: el día y la hora de la entrevista, los temas tratados, la firma de los familiares dando fe sobre lo hablado, y, por último, subirlo a la aplicación. No me extraña que el profesorado evite hablar con las familias, porque lo exigido es que quede constancia y no tanto la conexión que se ha establecido para bien del alumnado.

A ver si nos aclaramos: lo que está escrito en una plataforma virtual solo existe en las nubes, y lo experimentado en el aula, con las familias y en la escuela, se vive de verdad, aunque no se registre. Conozco a profesorado, expertos en redes sociales que cumplimentan de forma eficaz todo lo exigido por la burocracia, aunque no se produzca de verdad. Pero también sé de maestras y maestros que le importa un bledo internet y el tiempo que tienen lo emplean para atender a personas que necesitan escucha y sostén para crecer como seres humanos.

Porque solo educa quien mira a los ojos al alumnado y enseña con pasión lo importante para la vida, evitando todo distraimiento. Solo educa quien atiende a las familias en directo, porque solo educamos en vivo y en directo.

11 de diciembre de 2023

SOY UN MAESTRO ANTIGUO

Cada curso, me invitan para dar charlas en la Universidad de Málaga al alumnado que estudia el Grado de Educación Infantil. Este año, después de explicar mi metodología, práctica y filosofía educativa, un futuro maestro de Educación Infantil me dice que las innovaciones educativas que practico son buenas y necesarias pero, difíciles de generalizar hoy día. Yo le digo que no son teorías y prácticas nuevas. Que yo soy un maestro antiguo; que sigo las metodologías de Freinet, de Freire, Montessori, Loris Malaguzzi y otros educadores antiguos. Se produce un bloqueo cognitivo en toda la clase. Traen a un maestro supuestamente innovador y resulta que se define como maestro que reivindica la tradición. 

Y es que la dicotomía antiguo o moderno no es acertada. No siempre lo contemporáneo es lo mejor. Siempre hubo magisterios progresistas y conservadores allende los tiempos. La historia se construye con pasos hacia adelante y hacia atrás. La cuestión está en quienes dan los pasos más largos y con más sentido.

Me considero un maestro antiguo. Creo, como Freinet, que el alumnado debe crear sus textos, generando pensamiento a partir de sus vivencias; aprendí de Freire su compromiso con la sociedad y la educación emancipadora; y de Montessori, integré en mi practica el desarrollo sensorial de la primera infancia, con piedras, palos y texturas (el material Montessori que nos venden en los grandes almacenes no están en sus textos, es solo una moda que el mercado se ha apropiado); me enamoré de la filosofía de las escuelas de Reggio Emilia, centrada en la consideración de los niños como seres humanos, que poseen capacidades para desarrollarse como sujetos de derecho, y aprenden y crecen en relación con las demás personas.

Me consta que en las escuelas de magisterio se estudian estas personalidades que transformaron la escuela en tiempos pasados, como yo lo estudié en su momento. Pero siento que así no se mejora la escuela. Una cosa es enseñar y otra aprender. Lo que no se ha experimentado no se integra en lo que sabemos. Es imprescindible experimentar en carne propia las metodologías de otros tiempos. No habrá aprendizaje en el futuro profesorado si las teorías enseñadas no se sienten en carne propia.

Acabo de ver la película El maestro que prometió el mar de Patricia Font y me sentí identificado. Creo que la mayor revolución educativa ya se hizo. Ahora solo debemos llevarla a la práctica. Y eso hice en mi aula: poner oreja al alumnado, dejar que se expresaran, que pensaran y conversaran; editar textos construidos por ellos, realizar correspondencias con otros lugares y culturas…, y tener respeto a las personas que, aunque pequeñas, ya son identidades pensantes y sintientes.

Valoro al profesorado universitario que reconoce a las maestras y maestros de Educación infantil y les cede un hueco en sus enseñanzas. Creo que la teoría y la práctica o van de la mano o pierden su credibilidad. Mil gracias al profesorado universitario que se atreven a llevar a su aula a un maestro antiguo, pero que aún tiene mucho que aportar a la educación del futuro. Porque antigüedad y modernidad, teoría y práctica, lo de aquí y lo de más allá, deberían ir de la mano para mejorar la educación del futuro.

 

 

 

 

17 de noviembre de 2023

UNA INFANCIA ANESTESIADA

Me cuenta una amiga enfermera, que trabaja en un hospital infantil, que los llantos habituales, que antes eran la banda sonora de su trabajo, han desaparecido. Resulta que las niñas y niños enfermos, que mostraban su dolor mediante el llanto, ahora están anestesiados con las pantallas y ya no gritan. Las madres que antes calmaban, con caricias, ronroneos, miradas, canciones y mecidas sus demandas, ahora, utilizan el móvil para consolarlos. Es el chupete digital, y funciona. Lo que no sabemos son las secuelas. Eso lo veremos en el futuro. Aunque ya lo estamos viendo en los centros educativos, porque, cada vez más, nos llega a la escuela, chiquillada sin lenguaje, ensimismada, sin atención apenas, poco sociable y con inquietudes desbordantes. Y comenzamos a diagnosticar con las etiquetas de moda, sin tener en cuenta las causas que provocan tales desvaríos. 

Recordemos que un bebé se hace humano cuando un ser querido interviene en su dolor; cuando otra persona responde con un acto de amor la demanda de su vástago. Pero resulta que, ahora, quien aplaca el desasosiego es una máquina infernal, con sus vídeos deslumbrantes, sus sonidos embaucadores y sus movimientos hipnóticos. Muchos dirán: pero funciona. En estos tiempos, suele ocurrir que la razón de la eficacia se impone sobre la conveniencia de lo humano. La solución a nuestro dolor no puede ser tan simple e inmediata, a corto plazo, sin tener en cuenta sus consecuencias. La cuestión está en los efectos que esta suplantación de las pantallas sobre lo humano pueda producir en el desarrollo de la infancia y su vida futura.

Resulta que las endorfinas de nuestro cerebro se derraman cuando conectamos con un sinfín de emociones producidas por este pequeño aparato endiablado. Y es entonces cuando la pantalla ya es parte de nuestro cerebro y nos domina. 

Y llegamos a la escuela infantil y las clases son presidida por una gran pantalla a modo de crucifijo de otros tiempos: un nuevo dios. Y dictan las canciones y los cuentos, entretienen en el desayuno y apaciguan las emociones inquietas. Todo lo que hacía un ser humano ahora lo hace una gran pantalla.

Pero debemos recordar que somos humanos cuando alguien nos mira, nos escucha, nos narra, nos consuela, nos interpela… Cuando alguien nos ayuda a digerir nuestro deseo insatisfecho y nuestro dolor. Así que no sabemos lo que nos deparará el futuro, que ya es presente, con el mal uso de las pantallas.

Todo empezó con la televisión, ese artefacto que convocaba a toda la familia a compartir un idilio placentero. Tuvo críticas en su tiempo, pero fue digerido gustosamente porque unió a todo un país ante el primer espejo que reflejaba, en esos tiempos en blanco y negro y mediocridad manifiesta, lo que no éramos pero ansiábamos ser.

El problema comenzó con las siguientes pantallas. Primero vinieron esos ordenadores gruesos, con sus grandes columnas ruidosas, que presidían, como en un altar, nuestros escritorios. Luego fueron adelgazando y aumentando su capacidad de almacenamiento y de seducción. Y vinieron los portátiles, las tablets y, por último, los móviles de última generación. Hoy día, la adolescencia tiene en el bolsillo un artilugio que concentra treinta años de desarrollo tecnológico y la mayor fábrica de narcicismo y de sueños que nunca existió. El teléfono móvil ha pasado de ser un instrumento de comunicación personal a un ente que mediatiza nuestras vidas.

Se ha producido un cambio de paradigma: los ordenadores ya no están fuera sino dentro de nuestro cerebro. Y están sustituyendo a las familias en su labor de sostén, amor y consuelo, y al profesorado en su la tarea de educar, convirtiéndose en objetos de apego. ¿Qué diría hoy día Winnicott[i], el teórico de los objetos transicionales? Hemos subvertido las relaciones humanas; ya no tenemos objetos amorosos que nos acompañen en nuestro existir, sino máquinas que hemos integrado como parte de nuestra subjetividad.

Es necesario que los poderes públicos, los centros educativos, las familias y los especialistas en educación tengan amplitud de miras, y diagnostiquen a las pantallas como responsables de tantas dificultades en el alumnado. Porque la responsabilidad de los desvaríos no está en la infancia, el eslabón más débil de la cadena, sino en las más altas instancias del poder y la tecnología.

 



[i] Winnicott, D. W. (1971): Realidad y juego. Ed. Gedisa. Barcelona.

 

12 de noviembre de 2023

EL MAESTRO QUE PROMETIÒ EL MAR

Reconozco como referentes a esas maestras y maestros republicanos que realizaron la primera innovación educativa en España en tiempos de la República, que fueron silenciados por la dictadura posterior. Como ejemplo, Antoni Benaiges, maestro catalán, que practicó la metodología Freinet en un pueblo de Burgos, que acabó torturado y asesinado por las hordas falangistas, y que fue rescatado por la memoria histórica mediante el libro y la película El maestro que prometió el mar.

Cuando una película remueve a un tiempo los corazones y el intelecto da en la diana. Eso ocurre con «El maestro que prometió el mar», de Patricia Font.

Una película se construye con elipsis (es obvio que no podemos narrar toda la historia en una hora y media de proyección). Pero es una buena película cuando las elipsis sugieren una época compleja a partir imágenes precisas que simbolizan todo un universo. Este es el caso de este filme. Mediante un sinfín de anécdotas, símbolos y secuencias certeras, narra de forma magistral la escuela que pudo ser y que se truncó por desavenencias históricas.

Un maestro promete al mar a una chiquillada de un pueblo de Burgos en la España del año 1934. Pero las circunstancias históricas cortan de forma violenta el buen propósito. El mar es una metáfora de la inmensidad de un mundo por conquistar, de la amplitud de mira, de la vivencia de la naturaleza y, sobre todo, de crecer como personas libres y auténticas, el propósito que toda educación debe tener. Es una historia pasada que debemos traer al presente. 

En un primer momento la película nos recuerda a La lengua de las mariposas de José Luis Cuerda, por la escenificación de un maestro republicano que se topa con una España rural analfabeta y sometida. La luz de Antoni, el maestro catalán protagonista de la historia, llena toda la película.  Pero no solo trata de educación, lo esencial que narra es la necesidad de transmitir la memoria de nuestros antepasados a las próximas generaciones, como ya vimos en la película El olivo de Iciar Bollaín. Además, sugiere la convulsión que produce en una organización, como es un pueblo, la entrada de un ser que desestabiliza el sistema y que pone en guardia a los poderes fácticos del lugar. Me vino a la memoria la película Chocolat, de Lasse Haliström, en donde la protagonista lleva a una comunidad insípida los placeres de la vida mediante el chocolate, igual que el maestro de esta película transmite un aprendizaje vivencial y sabroso a este pueblo anquilosado, provocando la resistencia de los poderosos de una comunidad analfabeta, indefensa y muerta de miedos.

Siempre hay escuelas que prometen a su alumnado el mar, pero suelen toparse con resistencias que lo dificultan. El mar es ancho, grande, profundo, como narra el alumnado de esta película en sus textos, pero las fuerzas vivas del pueblo son estrechos de miras, superficiales y pequeñitas, aunque dominan el alma de la gente.

Frente a la imprenta de Freinet, que genera narraciones creativas en el alumnado de esta escuelita, aparece el fuego que quema sus escritos. Ahí radica una de las claves de la película: muerte o vida, retroceder o avanzar, tradición o innovación.

La película narra la necesidad de desenterrar los huesos de la memoria, para llenar el hueco que nos dejó la generación de nuestros padres con sus silencios sellados, a cal y canto, por el miedo que inoculó los poderes despóticos de tiempos pasados.

Es necesario que la memoria fluya por el río de la vida, de generación en generación. El fluir de la memoria fue cortado por un dramático muro de contención construido con miedo, silencio y terror; y se necesita nuevas generaciones que lo hagan fluir de nuevo. Por eso es necesaria la visualización de esta película por las nuevas generaciones, para desenterrar el pasado y que siga fluyendo la vida. Porque ya se sabe que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.

Creo que la película no habla solo del pasado, sino que nos interpela, hoy día, en una cuestión que las nuevas generaciones no suelen preguntarse, porque perdieron información en un eslabón sometido y silenciado: ¿acaso la educación tiene una dimensión política?

El maestro de la película practica una metodología Freinet, creando textos con una pequeña imprenta, con la correspondencia escolar, el descubrimiento de la naturaleza, la asamblea escolar y mirando al alumnado a los ojos. Pero hace más que eso. Este maestro simboliza a todo el profesorado que, antes y ahora, educa partiendo del respeto a la infancia, poniendo oído a sus pensamientos, opiniones y miradas sobre la vida. Porque la metodología no es solo una técnica para transmitir un contenido académico, sino que debe ser un propósito emancipador. Y este maestro republicano lo hizo.

Y es que de eso va también la película. O perpetuamos situaciones sociales existentes o luchamos para construir un futuro prometedor en el que todas las personas puedan disfrutar del ancho y profundo mar. 

4 de noviembre de 2023

CONJUGANDO EL VERBO ABRAZAR

Yo te abrazo, tú me abrazas… No es lo mismo abrazar, que te abracen o que nos abracemos. Cuando somos adultos, compartimos sentimientos en igual de condiciones, pero cuando bregamos con la infancia estamos en distinto plano. 

Surge el tema en una charla que di en la Universidad de Málaga, en una clase de estudiantes de profesorado de Educación Infantil. Una chica de magisterio expresó con gran orgullo que ella daba mucho amor cuando estuvo de prácticas en la escuela. Siempre abrazaba fuerte a todo el alumnado.

Ya le dije: ¡cuidado! Una cosa es dar los abrazos que tú deseas y otra cosa es sostener el abrazo que el alumnado necesita. Y es que a la escuela, el profesorado debe ir abrazado de casa, repleto de amor, para poder regalar, a quien requiere, abrazos que los sostengan, pero no abrazar porque estemos necesitados.

Se creó un momento de estupor en el aula, un estado de incertidumbre, una contrariedad, una emoción derramada sin comprensión,…; y a la vez, una posibilidad de aprender sobre los vínculos, las emociones, los sentimientos, las necesidades, los límites y el amor desinteresado.

Me metí en un jardín del que me costó salir. Es por eso que ahora, en la distancia, reflexiono y comparto sentires y pensamientos. Es difícil de explicar al incipiente profesorado el poder que tenemos sobre nuestros vástagos, carentes de conocimiento sobre sus emociones. Pero creo que quienes educamos debemos reflexionar sobre el verbo abrazar y sus repercusiones educativas.

Recuerdo: no es lo mismo que te abracen que abrazar, no es igual dar que recibir, no debemos equiparar satisfacer nuestros deseos inconscientes a sostener los de nuestro alumnado. Porque quienes educamos somos quienes debemos dar, consolar, soportar, relajar, sostener, abrir los brazos a quienes necesitan cariño. Y para eso debemos estar llenos de amor traído de casa. Nunca podemos demandar amor a nuestro alumnado, ni buscar satisfacción en sus abrazos. Siempre debemos estar dispuestos a dar sin recibir nada a cambio.

Ya sé que el límite es una delgada línea inconsciente, por eso pongo luz en la frontera. He visto demasiadas veces como se coge en brazos a un chico con síndrome Down porque es muy gracioso y posee un tierno abrazo, o se besa en demasía a una chica que nos hace mucha gracia. También he visto abrazos de lástima a chicos desvalidos, y apretones excesivos a futuros hombretones. Pero a la escuela vamos a poner el hombro por si alguien lo requiere, pero nunca a satisfacer nuestras carencias.

En nuestras clases de infantil debemos tener siempre los brazos abiertos, por si se necesita. Y, si nos vienen demandas, nunca apretar demasiado. Debemos dar siempre la posibilidad de que sean libres en el encuentro.

Ya sé que es un tema delicado, pero, quien quiera ver, que aprenda.

Quienes educamos debemos ser docentes, que donan, que dan, que regalan emociones. Nuestro alumnado es, siempre, demandante incesante. Es necesario estar lleno para dar siempre. Y los huequitos que todas persona tenemos, llenarlos en otros lugares que no sean las escuelas. Para siempre derramar amor si hay demanda.

4 de octubre de 2023

LA ESCLAVITUD DEL DESEO

Que Buñuel fue un genio del séptimo arte es indiscutible, que fue un visionario de nuestra época, cada vez lo tengo más claro. Acabo de ver por enésima vez su película «Ese oscuro objeto del deseo», basada en la novela de Pierre Louÿs, «La mujer y el pelele».

El deseo tiene mucho de inconsciente, de lo que nos mueve por dentro sin que nos demos cuenta. Es por eso que el pelele se deja engañar, una y otra vez, por la protagonista de la película, y se convierte en un ser sumiso y dependiente. No le queda otra, porque actúa por impulsos que la razón no controla.

Acabo de leer la novela, de Santiago Lorenzo, titulada Las ganas, un concepto castizo y esencial para definir el deseo; eso que nos mueve por dentro y que está siempre acechante, siempre mediatizado por la razón que la cultura nos impone.

El liberalismo se fundamenta en la libertad individual frente al estado democrático: se sustenta el deseo más primario. Supone que, si cada cual busca su bienestar, el bien común será para todas las personas, y quien no lo alcanza es porque no se esfuerza demasiado. Además, argumenta que si todos buscamos el bien propio el bien común se produce de forma natural (la llamada mano negra del liberalismo que todo lo regula). ¡Nada más lejos de la realidad!

Creo que la vida es compleja y no podemos reducirla a la simplicidad de dos opciones. Ni todo debe ser libertad individual, ni todo puede ser un poder del estado que nos controle. Ahí está la dificultad, en gestionar racionalmente el deseo.

Si damos libertad individual, siempre ganarán quienes tienen más posibilidades; es como dejar a las zorras convivir con las gallinas sin ninguna norma que impida las relaciones de poder entre ellas. Por el contrario, si damos todo el poder al Estado, sin ningún control, es como tener fe en un único dios verdadero, con la de dioses y sensibilidades existentes. Los grandes filósofos nos mostraron que en el centro siempre está la virtud. En mi pueblo dicen: ni tan cavos ni con tres pelucas.

Ya fracasó el liberalismo en «La crisis del veintinueve», y el totalitarismo comunista también fracasó, cuando se alejó de la filosofía marxista y comenzó a controlar y reprimir toda idea reflexiva contraria al dogma, con la caída del muro de Berlín. Lógicamente, porque limitó en demasía la libertad individual.

El sistema capitalista liberal, que padecemos en occidente, comenzó a estudiar la psicología del deseo, y se hizo experto en marketing. Y fue entonces cuando diseñaron un proyecto de manipulación de los seres humanos creando narraciones que colonizaran las mentes de las personas, y controlaron a la gente para que libremente fueran esclavos.

Todo comenzó con la Coca Cola, una bebida anodina que supieron aderezar con mucha azúcar y con imágenes deseosas: juventud, la chispa de la vida y la felicidad. Y fue entonces cuando comprendieron que el deseo vende. Y se hicieron de pecunias y de poder.

Luego le siguieron los perfumes. Se vendía sin que nadie los oliera. Bastaba con hacer un anuncio que sugiriera: placer, éxito, sensualidad, emoción… Unas insinuantes caderas, un torso desnudo y unas imágenes cálidas fueron suficientes. Ya tenían la clave del negocio: influir en las mentes deseantes. Encontraron la llave para abrir la puerta del deseo que todas las personas llevamos dentro. Y, a partir de ahí, se podría vender cualquier cosa. El tema no estaba en el producto sino en activar el deseo inconsciente.

El paradigma del control de las mentes, en Italia y España, la materializó Telecinco con el «Cacao Maravillao», una marca de un producto inexistente, pero que se anunciaba con chicas insinuantes en un programa de televisión. Consiguieron millones de demandas de un producto que no existía. ¡Eureka! Habían descubierto la llave de la manipulación humana.

A partir de entonces, miles de psicólogos vendidos al sistema, multitud de expertos en imagen y sonido, publicistas y muchos autoproclamados periodistas, pusieron en marcha la maquinaria de vender productos e ideas políticas aunque fueran una falacia. Tenían que comer. Así llegó Berlusconi al poder en Italia. Y, luego, otros supuestos políticos a muchos países.

Necesitamos en este mundo de narraciones más complejas que nos ayuden a seguir viviendo en un mundo en el que la libertad individual conjugue de forma adecuada con el bien común. Ahí está la dificultad.

Es por eso que debemos estar atentos, quienes nos dedicamos a la educación, a los estímulos que vienen de fuera vendiendo ideas y narraciones que controlan nuestras mentes.

En estos tiempos, la manipulación se ha perfeccionado con las redes sociales, y han inventado mil argucias para embaucarnos de forma inconsciente.

Quizás la escuela debería asumir un nuevo contenido, además de dar matemáticas, lengua, historia o música. Quizás debemos crear una gran asignatura titulada «Que no nos engañen: las argucias publicitarias de los poderes mediáticos».

Debemos, en los centros educativos, tomar conciencia de lo que somos, aprender cómo nos construimos y en qué sociedad nos movemos, para que seamos conscientes del deseo que nos han incautado, desarrollando una actitud crítica ante la sociedad en la que vivimos, siendo consciente de lo que somos y evitando la manipulación imperante. Solo una educación crítica nos liberará de tanta inmundicia. Un nuevo reto educativo que afrontar. No hay otra.


13 de septiembre de 2023

LA HIPERSEXUALIZACIÓN DE LA INFANCIA

Una compañera de Educación Infantil me manda una foto del regalo que le ha salido a su hija en una bola sorpresa, de esas máquinas que hay por las aceras para sacarles unas perras a las familias que quieren evitar una rabieta. 

La sorpresa se la llevó mi amiga al ver el regalo que le tocó a su hija pequeña: un hermoso y voluminoso culo de goma de una chica manga en una tarjeta. Era un dibujo de una sensual mujer con un voluminoso trasero de goma, en relieve, invitando a tocar. El mercado sabe que el sexo vende y mientras antes comience a crear una cartera de clientes, mejor; aunque para ello destruya la inocencia de la infancia.

En mi aula de Educación Infantil, algunas alumnas, intentando agradar, o contrastar información de sus familias que no entendían, se levantaron la camiseta y me mostraron sus tops, a modo de sujetador, cuando apenas habían cumplido 5 años. Evidentemente, alguien puso esa prenda en ese inocente cuerpo, sexualizándolo, sin percatarse de la disfunción que podía generar en el desarrollo de esa chica.

Se ha normalizado que las chicas y chicos de 4 o 5 años tengan novios o novias. Yo me quedo anonadado  cuando veo el beneplácito gracioso de sus familias. No me refiero a jugar a ser novios, que eso es normal si surge de la infancia, en un intento de jugar a comprender lo oculto; sino a la complicidad de la familia en sexualizar a sus infantes. No saben el mal que están haciendo en el desarrollo de sus vástagos. Y es que, hoy día, se visten igual las madres y las hijas, los padres y los hijos, en una cultura que ningunea la infancia.

Que las chicas jueguen a pintarse las uñas o los labios es normal, porque el juego simbólico es un tanteo para crecer y sentirse mayores; o que se metan un muñeco bajo el vestido para simular un embarazo también es aceptable. El juego simbólico es parte del desarrollo de la infancia. Pero que las chicas vengan a clase con las uñas y los labios pintados, y maquilladas, es algo pernicioso, creo. Y que los chicos vengan con tatuajes con bolígrafo en sus brazos, enseñando músculos, y retando, no es un simple juego sino un reflejo de la sociedad en la que se están desarrollando. Por eso debemos estar expectantes, tanto familias como profesorado.

Eso me viene a la cabeza cuando una amiga, educadora social, me cuenta que está tratando muchos casos de agresiones sexuales de preadolescentes de diez años. Y es que todo lo que sembramos tiene consecuencias.

Es necesario ir quemando faces poco a poco, desarrollar cada estadio del desarrollo en todas sus posibilidades, sin adelantar ninguno, para así poder sustentar el peso de otras etapas. El desarrollo humano es como una pirámide. En la base, en los primeros años, el máximo de desarrollo: sensorial, psicomotriz, de contacto, lenguaje y conexión amorosa, etc. Sobre ese soporte se sostiene lo simbólico: el juego, las primeras relaciones sociales, la seguridad y el desarrollo de la identidad. Estos aprendizajes son imprescindibles para soportar la compleja adolescencia y la juventud, dos momentos de cambios en la vida hacia la adultez, que necesitan de una base equilibrada.

No debemos alterar esta secuencia del desarrollo, una hipersexualización de la infancia antes de tiempo produce desajustes psíquicos con consecuencias posteriores nefastas.

He visto en mi escuela a chicas de 10 años vestirse como jóvenes cuando van de fiesta un sábado por la noche, y se exhiben en Tik-Tok con poses sensuales, con bailes eróticos de traseros insinuantes, aderezado con seudo-músicas actuales. Es lógico que no atiendan cuando se explica un tema de ciencias o matemáticas.

La hipersexualización de la infancia se genera por un mercado que hace clientela para un futuro boyante. Por eso desde la escuela debemos ser tajantes y contrarrestar tanto desvarío. Las niñas y niños vienen a la escuela a educarse y debe prevalecer el respeto a sus etapas de desarrollo. Debemos contrarrestar toda la carga de hipersexualización de la infancia que el mercado nos impone. Porque, tarde o temprano, nos explotarán en la cara todo lo que hemos tolerado.

Así qué, en la escuela debemos contrarrestar tanta pantalla, y jugar a la gallinita ciega, al corro de la patata, a la estatua, al mate o a cualquier juego o deporte tradicional, para que las niñas y niños de nuestras escuelas puedan tener una base en la que sustentar su futura existencia. Ya vendrán otros momentos placenteros y complejos cuando tengan edad para ello. Cada cosa a su tiempo.