Hay palabras llenas, que nos salvan, y palabras vacías, que nos ningunean. Como dijo Eduardo Galeano, uno escribe para juntar sus pedazos. La palabra tiene el poder de narrarnos, construiros o racionalizar lo que hacemos y sentimos. Es el poder mágico de los decires. Fue Nietzsche quien argumentó sobre el poder sanador del discurso: lo que no sabemos explicarnos nos vuelve loco. Es por eso que siempre estamos buscando narraciones que nos justifiquen, que nos sostengan, que pongan orden en este desequilibrio cotidiano que es la vida.
Pero este poder salvador del discurso posee, al mismo tiempo, el más grande de los peligros. Las palabras tienen tanto poder de estabilización y de justificación que, a veces, nos sirven de salvavidas, para justificar nuestras incongruencias, para suplir nuestra inactividad, para racionalizar nuestras irracionalidades. Son muchas las ocasiones en las que las palabras, en vez de dar coherencia a nuestras actuaciones, simplemente, las sustituyen. Suele ocurrir, hoy más que nunca, que en vez de hacer, decimos. Estamos montando un mundo de discursos sin contenidos, un mundo en el que los gabinetes de marketing suplen las actuaciones reales, en el que los políticos se dedican a hablar, en vez de hacer, en el que los educadores programamos en el vacío más absoluto. A las escuelas ha llegado esta tendencia posmoderna de palabras escritas en programaciones, proyectos, planes y discursos, que se vale de su poder de convicción para justificar los grandilocuentes planes de calidad en educación, aunque estén vacías de contenidos.
Suelo aprender de los niños y niñas de mi clase, que siempre hacen, sienten, se muestran y actúan, sin palabras. Debemos aprender del activismo infantil, del poder de los sentimientos y de las emociones frente a las palabras huecas, vacías y rimbombantes. Es por eso que debemos dejar de argumentar, demostrar, convencer, discutir y decir. Por el contrario, estamos obligados, diariamente, a sentir, hacer, actuar, y vivir, sin discursos justificatorios. Y haciendo, actuando, sintiendo y viviendo, esperar a que pase este tiempo de humo y apariencia, hasta que las palabras, de nuevo, sean referentes de las cosas reales, de las acciones vividas, espejos de los hechos. Y es que las palabras, si están huecas, saben a nada, y sólo son saludables cuando se nutren de las acciones vividas y sentidas.
Xtóbal, noviembre de 2011
4 comentarios:
Cuanta razón Cristóbal... yo a veces me pregunto... ¿es que si no dejo esto, o lo otro, escrito significa que no lo he hecho...? Pierdo el tiempo de disfrutarlo y vivirlo, escribiéndolo precisamente...
Lástima...
También escribir es necesario. Pero cuando se escribe desde el corazón, desde lo que hemos sentido mientras actuamos. Incluso las palabras, si se ponen en su justa medida, en el orden adecuado, y hablando de verdades sentidas, emocionan tanto o más que la acción.
Un beso.
Lo que haces escribes en el blog es todo tan...vivido, tan coherente, tan tuyo.
Seguía el blog ocasinalmente, y ahora ya regularmente.
Ayuda a los docentes a una necesaria reflexión. Te conozco desde hace muchos años y se que aunas la teoría y la práctica educativa. ¡Enhorabuena!
Un abrazo.
javierfleiva
Lo importante es creer en que esto hace mucho bien a quienes lo reciben y no demores en tus creencias ya que grandes educadores en su momento lo hicieron y ahora por suerte les reconoce su esfuerzo cmo es el caso del gran pedagogo Malaguzzi que aqui se argumenta su filosofia sobre la educacion, y si en esos tiempos lo consiguió ahora no van a ser menos:
https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=explorer&chrome=true&srcid=10dBH9sGxTACF0KCJUQfFmXNEYoNi19NWrsVGEyPZpHIy5RIaPTxK156UhNkq&hl=es
Lucha por lo que crees. Porque esto hace muy feliz y grandes a los más pequeños de nuestra sociedad. un Abrazo Cristóbal.
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