1 de agosto de 2016

DE CÓMO SEGUIR MEJORANDO



A estas alturas de la vida, ya no pretendo saberlo todo, pero me gustaría conocer y gestionar mi ignorancia. Intuyo, después de años de docencia, dos ámbitos esenciales para seguir mejorando. Eso que llaman el perfeccionamiento profesional.
Al menos yo, intento reciclarme de dos maneras, que recomiendo a mis colegas: indagar en las dificultades que plantea la realidad del aula, para mejorarla, y cultivar mi personalidad educadora. Dos líneas de perfeccionamiento: uno hacia dentro y otro hacia fuera.
Cada curso escolar aprendo algo. Es un tópico decir que mi alumnado me enseña, pero es que he descubierto la mejor forma de perfeccionamiento, la búsqueda de respuestas a los enigmas que encuentro cada día en el aula. Cada curso escolar busco comportamientos de niños y niñas que no comprendo, cuestiones que no sé responder, situaciones que no domino y que me hacen dudar. Es ahí donde pongo el acento, asumo mi ignorancia y me pongo en disposición de completar mis carencias profesionales. Ya sé, esto requiere de mucha humildad, saber que no sabemos.
Este curso he aprendido algunas respuestas y, sobretodo, me he planteado muchas preguntas, que van mejorando mis limitados conocimientos.
Por ejemplo, Ana me ha enseñado que la atención es algo que se construye, que no viene dado. Es necesario sentirse seguro y completo para poder atender al mundo y al Otro. Los niños y niñas necesitan ser mirados de forma exclusiva antes de estar preparados para ser ellos los que miran. Es un signo de madurez cuando son capaces de mirar y atender lo que pasa fuera. He aprendido que la falta de atención es síntoma de inseguridad e inmadurez y que, a veces, sólo necesitamos un poco de paciencia. Es prematuro diagnosticar antes de tiempo. Eso he aprendido, a tener paciencia.
Diego, un alumno con ciertas dificultades en algunos ámbitos de su desarrollo, me ha enseñado a no tener prejuicios, a no lanzar falsas expectativas sobre su futuro, a tener calma, a respetar otras formas de ser y estar en el mundo. No todas las personas aprenden lo mismo, de la misma forma y a la vez. ¡Qué necesario es tenerlo presente! Y es que Diego me enseñó todo eso porque me equivoqué sobre lo que yo pensaba que llegaría a ser.
La segunda parcela que intento cultivar para mejorar como maestro es mi propia persona. Somos maestras, maestros, desde lo que somos. Porque para educar debemos vincularnos, trazar puentes afectivos entre el profesorado y el alumnado. Y sólo nos vinculamos desde nuestra existencia. Así que dejemos de buscar recetas para ser buenos maestros y maestras. Cada cual tiene su forma peculiar de ser bueno, de ser buena. Porque no hay mejor forma de educar que siendo tal como somos y dando lo que tenemos.
A medida que pasan los años, trabajando y reflexionando en la práctica educativa, voy dedicando tiempo al estudio de la filosofía, antropología, ensayo, poesía, psicoterapia o ética. Disciplinas que me aportan crecer como persona. Cada día veo más claro que los educadores no sólo transmitimos conocimientos sino que nos damos. Así que sólo siendo mejores personas y conociéndonos más educaremos mejor.
El perfeccionamiento del profesorado, por tanto, es conveniente enfocarlo, a mi humilde parecer, hacia el desarrollo personal. Es obvio que no se puede educar para la igualdad de sexo si los maestros, por ejemplo, no friegan platos y no hacen la comida en su casa; y las maestras no toman decisiones, ejercen la disciplina necesaria o cambian enchufes en sus casas. No es una cuestión sólo de emplear un lenguaje no sexista, también hay que actuar, también hay que ser. No se puede educar para la integración social si se tiene una mentalidad competitiva entre  compañeros y compañeras de un centro. No se puede trabajar para la paz si el profesorado compite, entre bastidores, para ver quién es mejor maestro o maestra. Hace falta mucha generosidad para trabajar en grupo en los centros. No se puede educar para la igualdad con actitudes dominadoras, buscando satisfacer el ego, valorando diariamente a quienes completan nuestras expectativas, etc.
Cuando educamos también ponemos en juego lo que somos y, sobretodo, lo que fuimos. Siempre proyectamos nuestra forma de ser, construida en el lugar en que fuimos construidos, en nuestra familia. Así que debemos analizarnos y ver si fuimos el primero de los hermanos, el último, único o el del medio. Si fuimos deseados o venimos al mundo en el momento menos propicio. Porque esas circunstancias nos constituyeron, y es desde ahí desde donde nos relacionamos con los demás y, en nuestro caso, con el alumnado. Y así, nos mostramos queriendo ser protagonistas, buscando ser lo que no fuimos, evitando el conflicto, proyectando lo que somos, lo que no somos o lo que queremos ser. En definitiva, es necesario bucear en nosotros mismos, para tomar consciencia desde donde nos relacionamos, desde dónde educamos.
Parece fácil, sólo dos cosas para mejorar como maestros y maestras: indagar sobre las dificultades cotidianas en el aula y mejorar como personas. “Casi na”.

Agosto de 2016