A
estas alturas de la vida, ya no pretendo saberlo todo, pero me gustaría conocer
y gestionar mi ignorancia. Intuyo, después de años de docencia, dos ámbitos
esenciales para seguir mejorando. Eso que llaman el perfeccionamiento profesional.
Al
menos yo, intento reciclarme de dos maneras, que recomiendo a mis colegas:
indagar en las dificultades que plantea la realidad del aula, para mejorarla, y
cultivar mi personalidad educadora. Dos líneas de perfeccionamiento: uno hacia
dentro y otro hacia fuera.
Cada
curso escolar aprendo algo. Es un tópico decir que mi alumnado me enseña, pero
es que he descubierto la mejor forma de perfeccionamiento, la búsqueda de
respuestas a los enigmas que encuentro cada día en el aula. Cada curso escolar busco
comportamientos de niños y niñas que no comprendo, cuestiones que no sé
responder, situaciones que no domino y que me hacen dudar. Es ahí donde pongo
el acento, asumo mi ignorancia y me pongo en disposición de completar mis carencias
profesionales. Ya sé, esto requiere de mucha humildad, saber que no sabemos.
Este
curso he aprendido algunas respuestas y, sobretodo, me he planteado muchas
preguntas, que van mejorando mis limitados conocimientos.
Por
ejemplo, Ana me ha enseñado que la atención es algo que se construye, que no
viene dado. Es necesario sentirse seguro y completo para poder atender al mundo
y al Otro. Los niños y niñas necesitan ser mirados de forma exclusiva antes de
estar preparados para ser ellos los que miran. Es un signo de madurez cuando
son capaces de mirar y atender lo que pasa fuera. He aprendido que la falta de
atención es síntoma de inseguridad e inmadurez y que, a veces, sólo necesitamos
un poco de paciencia. Es prematuro diagnosticar antes de tiempo. Eso he
aprendido, a tener paciencia.
Diego,
un alumno con ciertas dificultades en algunos ámbitos de su desarrollo, me ha
enseñado a no tener prejuicios, a no lanzar falsas expectativas sobre su
futuro, a tener calma, a respetar otras formas de ser y estar en el mundo. No
todas las personas aprenden lo mismo, de la misma forma y a la vez. ¡Qué
necesario es tenerlo presente! Y es que Diego me enseñó todo eso porque me
equivoqué sobre lo que yo pensaba que llegaría a ser.
La
segunda parcela que intento cultivar para mejorar como maestro es mi propia
persona. Somos maestras, maestros, desde lo que somos. Porque para educar
debemos vincularnos, trazar puentes afectivos entre el profesorado y el
alumnado. Y sólo nos vinculamos desde nuestra existencia. Así que dejemos de
buscar recetas para ser buenos maestros y maestras. Cada cual tiene su forma
peculiar de ser bueno, de ser buena. Porque no hay mejor forma de educar que
siendo tal como somos y dando lo que tenemos.
A
medida que pasan los años, trabajando y reflexionando en la práctica educativa,
voy dedicando tiempo al estudio de la filosofía, antropología, ensayo, poesía,
psicoterapia o ética. Disciplinas que me aportan crecer como persona. Cada día
veo más claro que los educadores no sólo transmitimos conocimientos sino que nos
damos. Así que sólo siendo mejores personas y conociéndonos más educaremos
mejor.
El
perfeccionamiento del profesorado, por tanto, es conveniente enfocarlo, a mi
humilde parecer, hacia el desarrollo personal. Es obvio que no se puede educar
para la igualdad de sexo si los maestros, por ejemplo, no friegan platos y no
hacen la comida en su casa; y las maestras no toman decisiones, ejercen la
disciplina necesaria o cambian enchufes en sus casas. No es una cuestión sólo
de emplear un lenguaje no sexista, también hay que actuar, también hay que ser.
No se puede educar para la integración social si se tiene una mentalidad
competitiva entre compañeros y
compañeras de un centro. No se puede trabajar para la paz si el profesorado compite,
entre bastidores, para ver quién es mejor maestro o maestra. Hace falta mucha
generosidad para trabajar en grupo en los centros. No se puede educar para la
igualdad con actitudes dominadoras, buscando satisfacer el ego, valorando diariamente
a quienes completan nuestras expectativas, etc.
Cuando
educamos también ponemos en juego lo que somos y, sobretodo, lo que fuimos.
Siempre proyectamos nuestra forma de ser, construida en el lugar en que fuimos
construidos, en nuestra familia. Así que debemos analizarnos y ver si fuimos el
primero de los hermanos, el último, único o el del medio. Si fuimos deseados o
venimos al mundo en el momento menos propicio. Porque esas circunstancias nos
constituyeron, y es desde ahí desde donde nos relacionamos con los demás y, en
nuestro caso, con el alumnado. Y así, nos mostramos queriendo ser
protagonistas, buscando ser lo que no fuimos, evitando el conflicto,
proyectando lo que somos, lo que no somos o lo que queremos ser. En definitiva,
es necesario bucear en nosotros mismos, para tomar consciencia desde donde nos
relacionamos, desde dónde educamos.
Parece
fácil, sólo dos cosas para mejorar como maestros y maestras: indagar sobre las
dificultades cotidianas en el aula y mejorar como personas. “Casi na”.
Agosto
de 2016
2 comentarios:
Asi es Cristobal... Tenemos la suerte de seguir aprendiendo siempre las que nos dedicamos a esta profesión tan maravillosa.
Gracias por hacernos pensar en ello.
Un abrazo desde aula de infantil.
Así es. Gracias.
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