3 de enero de 2012

EL ALMA DE LA INFANCIA


No tengo ni idea de lo que pasa en la mente de los niños y niñas de mi clase, pero seguiré indagando.
Como todos los años, hemos trabajado La Navidad en el aula: decoración del colegio, degustación de mantecados, el árbol de Navidad, los villancicos, cuentos y teatros. Los maestros siempre programamos minuciosamente cada actividad de aprendizaje, en un alarde pedagógico de transmitir nuestra cultura y de controlar todo lo que aprende nuestro alumnado.
En una de las tareas realizadas, pretendía que aprendieran sobre el calendario, la necesidad de contar los días, de apresar el tiempo. Observamos nuestro almanaque, tachamos los días pasados, apuntamos las fiestas y señalamos nuestros cumpleaños. Es una actividad educativa muy potente porque desarrolla la tan compleja percepción temporal. Les fui explicando que el año se acaba, que quedan pocos días para terminar la última hoja de nuestro calendario. Vendrán las fiestas de Navidad y luego, el último día del año. 
Raúl me miró con cara de espanto y me preguntó:
- Entonces, si se acaba el año, ¿nos morimos?
- No, hay otro año -le dije.
- ¡Uf, menos mal!, -exclamó.
Mi hijo se despertó, el otro día, angustiado con una pesadilla.
-Ha sido un sueño -le dije- ¿Qué has soñado?
- Que se termina el año –me respondió. Que se termina todo, pareció decirme. Que nos morimos, sintió en su sueño.
Al día siguiente, insistió: -¿Y el 2013 estaremos vivos? –seguía rondando la muerte en su cabeza.
Y es que los niños y niñas de la primera infancia piensan y sienten de forma diferente a como sentimos y pensamos los adultos. Y no acabamos de empatizar con sus mentes imaginativas. Unas mentes en las que la muerte acecha de forma permanente.
De mayores desarrollamos estrategias de supervivencia. Quizás es por eso que los adultos hemos inventado La Nochevieja, en la que nos disfrazamos, nos emborrachamos y bailamos como si fuera la última noche de nuestras vidas. Hemos ritualizado este sentimiento infantil de que todo se acaba, y bailamos hasta la madrugada tomando uvas de la suerte y bebiendo burbujas doradas, para intentar soportar el miedo que nos produce que algo se acabe.
¡Menos mal que hay otro año! Para seguir viviendo, para diseñar nuevas ilusiones, para nacer de nuevo e intentar, una vez más, comprender el alma de la infancia.

Feliz año 2012

Cristóbal Gómez Mayorga