24 de noviembre de 2018

¿EDUCAR EN LAS CREENCIAS?

Simplificando, para entendernos, hay dos escuelas, dos principios pedagógicos, dos modos de transitar en la vida académica. Uno, el de la incertidumbre, recorriendo el camino que la filosofía anduvo durante siglos, cuestionando la existencia. El otro, más rápido, es transmitir lo ya descubierto, más directo, acaso más eficaz, pero menos verdadero.

Cada sendero tiene sus consecuencias. Si andamos el camino veloz, imponemos las verdades aceptadas para que, suponiendo una infancia irreflexiva, almacenen los conocimientos en un museo de cera, su cerebro memorístico, su sesera irreflexiva, su cabeza a secas.

Si buscamos un ser pensante e inteligente, deberemos andar, de nuevo, el camino de los descubrimientos, más lento, más incierto, menos preciso,... pero más certero.

El camino rápido es un camino religioso que se mueve por la fe. Deben creer en las verdades descubiertas. Sólo hay que decir amén. Se memoriza, se repite letra a letra, se devuelve en el examen, te la doy por buena, y me creo que sabes. Es la escuela que tenemos. Es una escuela religiosa que se mueve con la fe de verdades verdaderas.

El camino de la construcción de conocimiento es más lento. Deben transitar, con razonamiento, indagación, búsqueda, confrontación, discusión y cuestionamiento,  el camino trazado a través de los tiempos. ¡Menuda tarea!

Algunas personas preferirán el camino corto, para llegar antes, más rápido y certero, como el lobo del cuento. Pero, tiene consecuencias. Convertimos a nuestro alumnado en meros receptáculos, postes de teléfonos que transmiten la información, pero sin la emoción que fija el conocimiento descubierto.

Otras personas apostamos por el camino lento, el que se hace preguntas, el que recorre todo el sendero ya andado por la humanidad, propiciando el verdadero sentido de la existencia, y considera, a las personas que aprenden, inteligentes, gente que piensa, niños y niñas que se creen capaces.

Para ello necesitamos profesorado competente que enseñe con aprendizajes potentes, que den saltos de gigantes por la historia, que construyan el conocimiento a partir de las preguntas que la humanidad se fue haciendo a través de los tiempos. 

Nunca el sendero fácil fue el verdadero. Nunca es mejor cortar trochas cuando lo importante no es llegar rápido y primero. Si vas a Ítaca..., pues eso.

Gracias Cavafis, por tanta sabiduría, por desvelarnos que el camino es lo primero. 

noviembre de 2018

Xtóbal


3 de noviembre de 2018

SOBRE EL LÍMITE Y EL AMOR

La literatura pedagógica de los últimos tiempos es insistente: hay que poner límites a la infancia, hay que decir no, hay que contener a una chiquillada derramada... Es verdad que vivimos en tiempos líquidos y maleables, como escribe Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”, basado en el concepto de modernidad líquida de Zygmunt Bauman .
Amor sin límites. Los límites del amor. Amar los límites. Amores limitados. Límites amorosos. Limitar los amores. Poner límites al amor,... poner amor en los límites. ¡Sí! Encontré la expresión adecuada: ¡poner amor en los límites! Esa es la esencia de cualquier proceso educativo, de cualquier litigio amoroso.
Estamos haciendo bonsáis, pequeños árboles sometidos con mil técnicas ancestrales para no dejar crecer. Ya se sabe, inseguridades y miedos nos delatan. Mejor dependientes a nuestro lado, mejor pequeños que lejanos. Las ciencias de las “Psic” lo avalan: hay que poner límites, hay que decir no, hay que someter (ellos lo llaman modificación de conducta, o no sé qué).                    
El caso es que me pongo a observar y pienso:
¿Acaso no son los niños y niñas los que nos dicen no? ¿Acaso no son las personitas de 13 ò 14 años quienes cada día nos retan? ¿Acaso los límites no es una necesidad de quienes van creciendo, especialmente en momentos claves de maduración?      
La infancia, al igual que una planta, va apuntando espacios para crecer. Va macando territorios para hacerse un hueco en el mundo. Quizás, igual que a las plantas, lo que debemos hacer es regar, dar luz, aire puro y amor. No tanto limitar.
Y es que, las personas que nos dedicamos a educar, no trabajamos sobre leyes que hay que cumplir. No hablamos de normas, ni de comportamientos adecuados o no, ni de chorradas legales con castigos ancestrales. Trabajamos sobre la complejidad de crecer, de que para madurar desarrollamos eso tan esencial que se llama identidad. Y para el desarrollo de la identidad necesitamos tiempo, espacio, e ir regando y abonando de vez en cuando, eso sí, con mucho amor. Nuestra obligación como adultos no es tanto decir no, como disfrutar de su crecimiento mientras soportamos sus no y aceptamos los límites necesarios. Menos límites y más amor. ¿O es que, acaso,  sin amor es posible poner el límite necesario?

Noviembre, 2018.