17 de noviembre de 2023

UNA INFANCIA ANESTESIADA

Me cuenta una amiga enfermera, que trabaja en un hospital infantil, que los llantos habituales, que antes eran la banda sonora de su trabajo, han desaparecido. Resulta que las niñas y niños enfermos, que mostraban su dolor mediante el llanto, ahora están anestesiados con las pantallas y ya no gritan. Las madres que antes calmaban, con caricias, ronroneos, miradas, canciones y mecidas sus demandas, ahora, utilizan el móvil para consolarlos. Es el chupete digital, y funciona. Lo que no sabemos son las secuelas. Eso lo veremos en el futuro. Aunque ya lo estamos viendo en los centros educativos, porque, cada vez más, nos llega a la escuela, chiquillada sin lenguaje, ensimismada, sin atención apenas, poco sociable y con inquietudes desbordantes. Y comenzamos a diagnosticar con las etiquetas de moda, sin tener en cuenta las causas que provocan tales desvaríos. 

Recordemos que un bebé se hace humano cuando un ser querido interviene en su dolor; cuando otra persona responde con un acto de amor la demanda de su vástago. Pero resulta que, ahora, quien aplaca el desasosiego es una máquina infernal, con sus vídeos deslumbrantes, sus sonidos embaucadores y sus movimientos hipnóticos. Muchos dirán: pero funciona. En estos tiempos, suele ocurrir que la razón de la eficacia se impone sobre la conveniencia de lo humano. La solución a nuestro dolor no puede ser tan simple e inmediata, a corto plazo, sin tener en cuenta sus consecuencias. La cuestión está en los efectos que esta suplantación de las pantallas sobre lo humano pueda producir en el desarrollo de la infancia y su vida futura.

Resulta que las endorfinas de nuestro cerebro se derraman cuando conectamos con un sinfín de emociones producidas por este pequeño aparato endiablado. Y es entonces cuando la pantalla ya es parte de nuestro cerebro y nos domina. 

Y llegamos a la escuela infantil y las clases son presidida por una gran pantalla a modo de crucifijo de otros tiempos: un nuevo dios. Y dictan las canciones y los cuentos, entretienen en el desayuno y apaciguan las emociones inquietas. Todo lo que hacía un ser humano ahora lo hace una gran pantalla.

Pero debemos recordar que somos humanos cuando alguien nos mira, nos escucha, nos narra, nos consuela, nos interpela… Cuando alguien nos ayuda a digerir nuestro deseo insatisfecho y nuestro dolor. Así que no sabemos lo que nos deparará el futuro, que ya es presente, con el mal uso de las pantallas.

Todo empezó con la televisión, ese artefacto que convocaba a toda la familia a compartir un idilio placentero. Tuvo críticas en su tiempo, pero fue digerido gustosamente porque unió a todo un país ante el primer espejo que reflejaba, en esos tiempos en blanco y negro y mediocridad manifiesta, lo que no éramos pero ansiábamos ser.

El problema comenzó con las siguientes pantallas. Primero vinieron esos ordenadores gruesos, con sus grandes columnas ruidosas, que presidían, como en un altar, nuestros escritorios. Luego fueron adelgazando y aumentando su capacidad de almacenamiento y de seducción. Y vinieron los portátiles, las tablets y, por último, los móviles de última generación. Hoy día, la adolescencia tiene en el bolsillo un artilugio que concentra treinta años de desarrollo tecnológico y la mayor fábrica de narcicismo y de sueños que nunca existió. El teléfono móvil ha pasado de ser un instrumento de comunicación personal a un ente que mediatiza nuestras vidas.

Se ha producido un cambio de paradigma: los ordenadores ya no están fuera sino dentro de nuestro cerebro. Y están sustituyendo a las familias en su labor de sostén, amor y consuelo, y al profesorado en su la tarea de educar, convirtiéndose en objetos de apego. ¿Qué diría hoy día Winnicott[i], el teórico de los objetos transicionales? Hemos subvertido las relaciones humanas; ya no tenemos objetos amorosos que nos acompañen en nuestro existir, sino máquinas que hemos integrado como parte de nuestra subjetividad.

Es necesario que los poderes públicos, los centros educativos, las familias y los especialistas en educación tengan amplitud de miras, y diagnostiquen a las pantallas como responsables de tantas dificultades en el alumnado. Porque la responsabilidad de los desvaríos no está en la infancia, el eslabón más débil de la cadena, sino en las más altas instancias del poder y la tecnología.

 



[i] Winnicott, D. W. (1971): Realidad y juego. Ed. Gedisa. Barcelona.

 

12 de noviembre de 2023

EL MAESTRO QUE PROMETIÒ EL MAR

Cuando una película remueve a un tiempo los corazones y el intelecto da en la diana. Eso ocurre con «El maestro que prometió el mar», de Patricia Font.

Una película se construye con elipsis (es obvio que no podemos narrar toda la historia en una hora y media de proyección). Pero es una buena película cuando las elipsis sugieren una época compleja a partir imágenes precisas que simbolizan todo un universo. Este es el caso de este filme. Mediante un sinfín de anécdotas, símbolos y secuencias certeras, narra de forma magistral la escuela que pudo ser y que se trunco por “desavenencias históricas”.

Un maestro promete al mar a una chiquillada de un pueblo de Burgos en la España del año 1934. Pero las circunstancias históricas cortan de forma violenta el buen propósito. El mar es una metáfora de la inmensidad de un mundo por conquistar, de la amplitud de mira, de la vivencia de la naturaleza y, sobre todo, de crecer como personas libres, el propósito que toda educación debe tener. Es una historia pasada que debemos traer al presente.  

En un primer momento la película nos recuerda a La lengua de las mariposas de José Luís Cuerda, por la escenificación de un maestro republicano que se topa con una España rural analfabeta y sometida. Pero no solo trata de educación, aunque la luz de Antoni, el maestro catalán protagonista de la historia, llena toda la película. Lo esencial que narra es la necesidad de transmitir la memoria de nuestros antepasados a las próximas generaciones, como ya vimos en la película El olivo de Iciar Bollaín. Además, sugiere la convulsión que produce en una organización, como es un pueblo, la entrada de un ser que desestabiliza el sistema y que pone en guardia a los poderes fácticos del lugar. Me vino a la memoria la película Chocolat, de Lasse Haliström, en donde la protagonista lleva a una comunidad insípida los placeres de la vida, igual que el maestro de esta película transmite un aprendizaje vivencial y sabroso a este pueblo anquilosado, provocando la resistencia de los poderosos de una comunidad analfabeta, indefensa y muerta de miedos.

Sigue habiendo escuelas que prometen a su alumnado el mar, pero siempre se topan con resistencias que lo dificultan. El mar es ancho, grande, profundo, como narra el alumnado de esta película en sus textos, pero las fuerzas vivas del pueblo son estrechos de miras, superficiales y pequeñitos, aunque dominan el alma de la gente.

Frente a la imprenta de Freinet, que genera narraciones creativas en el alumnado de esta escuelita, aparece el fuego que quema sus escritos. Ahí radica una de las claves de la película: muerte o vida, retroceder o avanzar, tradición o innovación.

La película narra la necesidad de desenterrar los huesos de la memoria, para llenar el hueco que nos dejó la generación de nuestros padres con sus silencios sellados, a cal y canto, por el miedo que inoculó los poderes despóticos de tiempos pasados.

Es necesario que la memoria fluya por el río de la vida, de generación en generación. Porque el fluir de la memoria fue cortado por un dramático muro de contención construido con miedo y terror; y se necesita de nuevas generaciones que lo hagan fluir de nuevo. Por eso es necesaria la visualización de esta película por las nuevas generaciones, para desenterrar el pasado y que siga fluyendo la vida. Porque ya se sabe que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.

Creo que la película no habla solo del pasado sino que nos interpela, hoy día, en una cuestión que las nuevas generaciones no suelen preguntarse, porque perdieron información en un eslabón sometido y silenciado: ¿acaso la educación tiene una dimensión política?

El maestro de la película practica una metodología Freinet, con la creación de textos con una pequeña imprenta. Pero hace más que eso. Este maestro simboliza a todo el profesorado que antes y ahora educa partiendo del respeto a la infancia, poniendo oído a sus pensamientos, opiniones y construcciones sobre la vida. Porque la metodología no es solo una técnica para transmitir un contenido académico, sino que debe ser un propósito emancipador. Y este maestro republicano lo hizo.

Y es que de eso va también la película. O perpetuamos situaciones sociales existentes o luchamos para construir un futuro prometedor en el que todas las personas puedan disfrutar del ancho y profundo mar.

4 de noviembre de 2023

CONJUGANDO EL VERBO ABRAZAR

Yo te abrazo, tú me abrazas… No es lo mismo abrazar, que te abracen o que nos abracemos. Cuando somos adultos, compartimos sentimientos en igual de condiciones, pero cuando bregamos con la infancia estamos en distinto plano. 

Surge el tema en una charla que di en la Universidad de Málaga, en una clase de estudiantes de profesorado de Educación Infantil. Una chica de magisterio expresó con gran orgullo que ella daba mucho amor cuando estuvo de prácticas en la escuela. Siempre abrazaba fuerte a todo el alumnado.

Ya le dije: ¡cuidado! Una cosa es dar los abrazos que tú deseas y otra cosa es sostener el abrazo que el alumnado necesita. Y es que a la escuela, el profesorado debe ir abrazado de casa, repleto de amor, para poder regalar, a quien requiere, abrazos que los sostengan, pero no abrazar porque estemos necesitados.

Se creó un momento de estupor en el aula, un estado de incertidumbre, una contrariedad, una emoción derramada sin comprensión,…; y a la vez, una posibilidad de aprender sobre los vínculos, las emociones, los sentimientos, las necesidades, los límites y el amor desinteresado.

Me metí en un jardín del que me costó salir. Es por eso que ahora, en la distancia, reflexiono y comparto sentires y pensamientos. Es difícil de explicar al incipiente profesorado el poder que tenemos sobre nuestros vástagos, carentes de conocimiento sobre sus emociones. Pero creo que quienes educamos debemos reflexionar sobre el verbo abrazar y sus repercusiones educativas.

Recuerdo: no es lo mismo que te abracen que abrazar, no es igual dar que recibir, no debemos equiparar satisfacer nuestros deseos inconscientes a sostener los de nuestro alumnado. Porque quienes educamos somos quienes debemos dar, consolar, soportar, relajar, sostener, abrir los brazos a quienes necesitan cariño. Y para eso debemos estar llenos de amor traído de casa. Nunca podemos demandar amor a nuestro alumnado, ni buscar satisfacción en sus abrazos. Siempre debemos estar dispuestos a dar sin recibir nada a cambio.

Ya sé que el límite es una delgada línea inconsciente, por eso pongo luz en la frontera. He visto demasiadas veces como se coge en brazos a un chico con síndrome Down porque es muy gracioso y posee un tierno abrazo, o se besa en demasía a una chica que nos hace mucha gracia. También he visto abrazos de lástima a chicos desvalidos, y apretones excesivos a futuros hombretones. Pero a la escuela vamos a poner el hombro por si alguien lo requiere, pero nunca a satisfacer nuestras carencias.

En nuestras clases de infantil debemos tener siempre los brazos abiertos, por si se necesita. Y, si nos vienen demandas, nunca apretar demasiado. Debemos dar siempre la posibilidad de que sean libres en el encuentro.

Ya sé que es un tema delicado, pero, quien quiera ver, que aprenda.

Quienes educamos debemos ser docentes, que donan, que dan, que regalan emociones. Nuestro alumnado es, siempre, demandante incesante. Es necesario estar lleno para dar siempre. Y los huequitos que todas persona tenemos, llenarlos en otros lugares que no sean las escuelas. Para siempre derramar amor si hay demanda.