27 de agosto de 2021

La teta de mamá

Es difícil de comprender el sufrimiento que generan los celos en la infancia. Para explicarlo siempre pongo el mismo ejemplo: que tu pareja se enamore de otra persona.

Imagina que eres madre, eres feliz, estás repleta de amor y caricias y, de pronto, descubres a tu pareja agarrado a una teta que no es la tuya. Esos labios que saborearon tus pechos ahora habitan otra ambrosía.

Imagina que eres padre, eres feliz, estás repleto de amor y caricias y, de pronto, encuentras a otra persona saboreando el néctar del pecho de tu pareja.

Pues imagina una personita pequeña que mamaba de la teta de su mamá y ahora esa teta es para otra personita. Piensa que dormía en la cama de sus padres y, ahora, un bebé ocupa ese lugar placentero. Sólo entonces comprenderás el sufrimiento que genera ese desplazamiento. 

Si los adultos sufrimos con una infidelidad, pensemos en una niña de tres años o en un niño de cuatro o cinco que viven esa realidad. Pues eso les pasa a las criaturitas que tienen una hermanita o un hermanito, que poseían una madre en exclusiva y ahora tienen que compartir amores.

 A los seis o siete años ya están en otra situación. Ya soltaron el pecho, ya son mayores, ya soportan a un inútil bebé, que solo llora, duerme, mama y se hace caca encima; que no sabe comer y tiene que chupar la teta de su mamá. Cuando somos mayores nos identificamos con la mamá o el papá que cuidan al bebé. A edades más maduras ya no hay celos, hay comprensión, cuidado, identificación y empatía, porque salimos del egocentrismo infantil. Nos situamos en otra posición y es entonces cuando crecemos.

Si nos viene una hermana o un hermano pequeño tenemos que acostumbrarnos, primero, a la reciente situación y, después, reubicarnos en la nueva estructura familiar. Ya no somos en exclusiva, ahora somos alguien más. Nos han robado lo que creíamos nuestro, lo que éramos. Tenemos que salir del egocentrismo infantil por fuerza mayor, pero, a veces, no estamos preparados.

Y es que la edad de los críos es muy importante. No es lo mismo tener dos años, tres o siete. No es igual tener la capacidad de comprender una nueva situación a que se dispare la emoción incontrolada de quien aún no tiene conciencia ni pensamiento lógico. Por ello hay que tener paciencia y comprensión para elaborar las nuevas situaciones que encontramos en la infancia.

Hace muchos años, por eso lo cuento, una maestra de infantil me pidió ayuda para que le acompañara en una tutoría con familia. Un niño de cuatro años se mostraba en clase desafiante, dominador, tirano, prepotente, controlador… Le dije que citara tanto al padre como a la madre. Es necesario, siempre, trabajar en la estructura familiar. Le pregunté a la madre que donde dormía el hijo. Es imprescindible analizar los momentos importantes de la vida: dormir, comer, ir al baño, deseos y necesidades.

Después de un ratito de charla y de establecer un buen rapporte, me cuenta la madre que su hijo se acuesta con ella, apretado. Y no se duerme si no es tocándole el pecho con la mano. Miro al padre y le digo: esa teta ya no es del niño, ya creció demasiado. Ahora puede ser tuya de nuevo. A los pocos días ese padre, que antes estaba angustiado, me da un abrazo de los que se ponen los corazones a latir al mismo ritmo. Algo importante tuvo que ocurrir en el lecho familiar gracias a mis palabras certeras.

Es evidente que la entrevista dio sus frutos. Tomaron conciencia de que había llegado el momento de una reubicación familiar. Ya no podía sostenerse la diada madre-hijo, sino que tendría que cambiar a una estructura triangular donde padre y madre estén arriba y el hijo en el vértice de abajo.

El caso es que ese padre y esa madre, después de la entrevista, reestructuraron su familia, y el hijo aprendió cuál era su sitio en la configuración familiar y, como consecuencia, en el colegio desaparecieron las conductas desafiantes, sin castigos ni medicamentos. Y es que, a veces, las palabras, si son certeras, curan.

Es importante saber siempre el lugar que ocupan las niñas y niños en la familia, si son únicos, parejas o familia numerosa, y en qué posición están los descendentes en la estructura familiar. También es imprescindible vislumbrar cómo se comportan en la escuela;  y, sobre todo, es imprescindible saber la función que tiene la teta de mamá en esa estructura social.