13 de junio de 2023

SOMOS, IRREMEDIABLEMENTE, SERES SOCIALES.

Somos seres sociales. Es una obviedad, pero se nos olvida con facilidad. Nos convertimos en seres sociales hace miles de años, cuando nos afectó la herida o la muerte de un ser querido. Somos personas cuando empatizamos con los demás, cuando sentimos las emociones de las personas que nos rodean.

Vivimos en un mundo egocéntrico, en donde impera la individualidad, en el se nos vende la idea de que podemos ser los mejores sin necesidad de nadie, que todo depende de nuestro esfuerzo. Lo dice cierta psicología de autoayuda en las redes sociales: eres lo que quieras ser, puedes alcanzar lo que desees, todo dependes de ti, está en tu mente, en tus manos, etc. Estos mensajes niegan las clases sociales, los privilegios, el linaje, los derechos adquiridos, los poderes fácticos, el control de los medios de comunicación, las prebendas, la supremacía cultural, la diversidad social y la historia. Estamos en la cultura del esfuerzo a secas, negando cualquier otra influencia. Cuando el verdadero esfuerzo lo realizan las personas con más necesidades. Es cierto que el esfuerzo es necesario, pero es mentira que quien triunfa lo ha conseguido solo con su esfuerzo.

El liberalismo, imperante en nuestra sociedad, busca la libertad individual. Se basa en que nadie debe meterse en mis derechos porque altera mi libertad. Es un contrasentido. No saben lo que están diciendo. Es puro narcicismo creerse individualidades y no aceptar las influencias de otras personas. Insisto, irremediablemente, somos seres sociales.

No seríamos nada sin las personas queridas que nos influyeron. Necesitamos de conexiones amorosas que nos construyan para poder ser lo que somos. Debemos conocer las influencias que nos conformaron y que nos obligan a ser futuros solidarios. Estamos hechos de retazos de ancestros amorosos. Si no analizamos nuestra procedencia no sabremos quienes somos, de dónde venimos ni a dónde vamos.

Para construirnos como personas necesitamos aprender quiénes somos, asumiendo los límites que nos dicta la sociedad. Somos dependientes de la cultura en que vivimos y la historia que, irremediablemente, nos ha determinado.

Educar es desarrollar nuestra identidad, quienes somos, dónde terminamos y dónde empiezan los demás. Derechos y responsabilidades deberían ir de la mano. Pero el límite no es disciplina, es autoconocimiento y autocontención responsable. Cuando se producen deseos desorbitados y somos capaces de contenerlos, por respeto a las demás personas, tomamos conciencia de que vivimos en sociedad. Es entonces cuando comenzamos a construir nuestra identidad. Porque alguien se convierte en ciudadano cuando asume los límites necesarios: las normas, las reglas sociales, la educación para la convivencia, la modestia imprescindible de saber que nadie es sin las demás personas. Solo de así surgen las tres palabras mágicas: gracias, perdón y por favor.

Pero también debemos ser críticos con las normas sociales imperantes. Poco a poco, debemos ir deshilando las ataduras morales que nos atenazaron irremediablemente, para así vislumbrar lo que somos, mientras vamos comprendiendo la necesidad de ciertos límites. Esto requiere del desarrollo de la autoconciencia. Difícil reto es aceptar normas sociales a la vez que buscamos nuestra libertad. Ardua tarea la de educar.

Debemos tomar conciencia de las limitaciones que la sociedad nos impone por nuestro bien, deshacer el ovillo enmarañado de emociones derramadas que se produjo en la niñez, ante tanta norma incomprensible cuando éramos solo deseo, para asumir las inhibiciones necesarias para una vida social. Esa es nuestra misión en la escuela: bregar entre la disciplina y la libertad, entre mis deseos y los deseos de los demás.

Solo seremos libres dentro de un contexto, no puede existir una libertad asocial. Necesitamos tener empatía: ponernos en el lugar del resto de la humanidad, aceptar que las leyes son necesarias para crear una sociedad que nos construya como personas.

No debemos matar al padre, a la norma, si queremos seguir viviendo en sociedad. Tampoco el poder despótico de un padre omnipresente construye personas autónomas. No existe autoridad que tenga las verdades absolutas (ni dioses, ni líderes políticos,…). Debemos, por tanto, crear consensos, entre todas las personas, con fecha de caducidad, con revisión permanente, que nos permitan vivir en la diversidad de opiniones contrapuestas, en la complejidad de este mundo cambiante, en la incertidumbre de un mundo incierto e inestable.

Es por eso que en mi aula educamos para el desarrollo de la identidad teniendo en cuenta a las demás personas, construyéndonos en la complejidad del mundo que hemos heredado. Por eso trabajamos por ambientes respetuosos con la diversidad. Y aprendemos de la vida a través de proyectos vivenciales. Y cada día hacemos asambleas de aula para construir conocimientos  compartidos, para investigar, para discutir, para confrontar opiniones, para construirnos como personas sociales.

En el aula trabajamos para crear identidades respetando diversidad y construyendo imprescindibles normas sociales. Por ejemplo trabajamos el proyecto Las caja de los tesoros. Una caja de cartón albergaba toda nuestra historia pasada, y nos ayudó a construir la identidad. Porque somos nuestras historias narradas. Cada cual, en asamblea, ante los demás, contó su historia a partir de los objetos de su caja de tesoros realizada con la familia. Y el aula se convirtió en historias compartidas, que crearon una comunidad diversa pero emocionalmente unida.

De eso va la educación,  de eso debería ir la escuela, y la vida.