17 de agosto de 2011

Diario de un periodo de adaptación


En los periodos de adaptación a nuevas realidades es importante dormir y soñar las angustias para organizar y tranquilizar la mente. Durante los 4 días primeros de curso he citado a las familias del alumnado de tres años en pequeños grupos con sus hijos e hijas, para visitar la clase, para que me conozcan y para que confíen en mí. No vienen a quedarse, no traen angustias de separación, vienen con sus sonrisas habituales y con mucha curiosidad.
El primer día han aparecido algunas personitas con sus madres, todas madres. Ellas han captado perfectamente la necesidad de este día de encuentro, de intentar evitar los llantos y las angustias, y se han sacrificado para ello. Venían dispuestas a echar la mañana en el cole acompañando a sus hijos. Los chicos y chicas, con los ojos muy abiertos, han recorrido cada rincón de la clase, cada juguete, cada posibilidad,... pero sin perderme de vista mientras entrevistaba a sus madres. Se producía un acto mágico, un acto de psicomagia, como diría Alejandro Jodorosky. No importaba demasiado si las madres me contaba si comían o no, si hacían muchas travesuras o eran hijos e hijas ejemplares. Lo importante es que se creaba un vínculo de confianza entre la escuela y la familia. Yo también miraba de soslayo y veía a cada uno conquistando el espacio, echando raíces en el aula, haciéndose fuertes para soportar la futura separación. Al mismo tiempo, el aula se cargaba de olor a madre, se convertía en un espacio emocional, se transformaba en seno materno, se llenaba líquido amniótico. Cada cual pegó su foto en su percha, puso su huella, conquistó el espacio, firmó un contrato tácito. Nadie se iba de la clase, no había prisas, el tiempo jugaba a nuestro favor. Y fuimos compartiendo temores, planteando dudas, expresando sentimientos. Lo que comenzó por entrevista personal acabó siendo una terapia de grupo, en la que todos fuimos elaborando nuestra angustia: los niños, las madres y yo.
Ya comienzo a conocer a los  niños y niñas de mi aula. Tengo unas cuantas niñas (siempre las mujeres) súper maduras, inteligentes, independientes, de miradas felices, que me besan, ya, el primer día, con ganas de comerse el nuevo mundo que les espera. Algunos niños aún dentro del vientre de mamá, (siempre proyectos de hombres).
Pero me siento bien porque he visto las dificultades como aventura, como reto, con serenidad, con ganas, con entusiasmo. Una de las chicas no mira a los ojos, no sabe mirar. Quizás nadie la ha mirado con deseo y por eso no ha aprendido, tendré que investigar. Una madre vino con un bebé de semanas en los brazos planteando que su hija mayor, la que entraba al cole, había cambiado su personalidad desde que llegó la hermanita, que ya no era la misma. Hablamos de la crisis que debería superar su hija, de la necesidad de reubicarse de nuevo en la familia, de su normal desasosiego.  Era fácil detectar el sufrimiento de esta chica que diariamente contemplaba a su hermana mamando del pecho de la que antes era su madre en exclusividad.
A última hora llagó una chica con su madre a cuesta. Es una metáfora. Su madre acaba de separarse y su marido le está creando muchos problemas. Es una niña muy madura, pero está cargando con todo el sufrimiento de sus padres. Voy anotando lo que veo.
Al siguiente día, llegaron otras tantas madres.  La primera venía con un bulto pegado a ella que al rato descubrí que era una niña. Fue como un parto. Se separó de la madre y estuvo rastreando el aula con el olfato mientras los ojos seguían de soslayo a su madre. Mi actitud abierta, entrañable, cariñosa, comprensiva,... hizo que la madre se desnudara. Me contó lo de su venida de otro país, sus angustias y sus miedos. Varias veces se asomaron las lágrimas de sus ojos. Me confesó que aún daba el pecho a su hija aunque no tenía leche. Ante mi actitud comprensiva siguió mostrándose, agradecida por tanta comprensión. Y se produjo el acto mágico, psicomágico: al siguiente día, la chica entró al aula sin su madre y luego aceptó quedarse sola, pintar, jugar, hacer collares y besarme en la despedida. No necesitó ni el trapito que le daba seguridad. Parece que captó la confianza que su madre depositó en mí.
También me llegó un chico con regresión evidente, con pañal y tirano con su familia. Un proyecto de hermanita abultaba en el vientre de su madre. Sus ojos azules, su pelo rubio y su hermosura pronosticaban un destronamiento trágico. Era el único nieto varón, mimado y sobrevalorado por toda la familia. Otra chica llega al aula con dificultades emocionales debido a una traumática separación de sus padres. Es muy pequeña, no sólo de edad. Creo que no crecerá hasta que tenga un lugar estable en el que asentar los pies para estirarse.
Llegaron otros tantos niños y niñas con sus particularidades. En cada cual veo una historia, una biografía, una enseñanza, una maravillosa novela de intriga que seguiré leyendo a lo largo del curso.
El último día vinieron tres padres. Resumiendo: menos lenguaje y mucha emoción controlada. Estaban fuera de contexto, en un espacio femenino quizás, torpes, tímidos, inexpertos, pero con buena actitud. Todos protectores, inseguros, sumisos con sus hijos e hijas.
En estos días me he sentido bien porque creo haber evitado el sufrimiento del primer día, he conocido a mi alumnado y a sus familias con bastante profundidad, me he ganado su confianza. Ya mi aula huele a madre, y a padres. Ya es posible aprender.
Por el contrario, en muchas aulas de tres años, cientos de niños y niñas han llorado, han sufrido,... Se tuvieron que quedar en un aula que no conocía de un colegio nuevo, con un adulto desconocido…  Porque algunos creen que la incorporación a la escuela es una cuestión de acostumbrarse, de llantos y ya se le pasará.