25 de abril de 2024

LA INFANCIA NO ES RESPONSABLE

Me ha soliviantado la declaración de una maestra, en Cartas a la Directora del periódico El país (22/4/2024), titulada Soy maestra y ya no tengo vocación.

El texto, después de un preámbulo, dice así:

«Soy maestra y ya no tengo vocación. Los niños han podido con ella. Las continuas faltas de respeto, el desprecio a nuestro trabajo y tiempo, las chulerías, la seguridad de que nadie les dirá ni les hará nada. ¿A quién queda por culpar? Si no son los padres son las redes. Si no son las redes, es la sociedad. Me siento más indefensa que los propios niños».

Tan contundente misiva, que se ha viralizado en las redes, merece un mínimo análisis y alguna respuesta, para poner negro sobre blanco, en una cuestión educativa de enorme importancia.

Con este discurso recurrente se está generando una imagen distorsionada de la infancia que habría que matizar, para repartir responsabilidades por toda la sociedad. Aunque emplea 67 palabras en esta declaración, desliza un discurso implícito muy extenso, aunque algo manido, maniqueo y pretencioso, que daña, sobre manera, a las niñas y niños que van a la escuela.

En primer lugar, nada que decir sobre la queja de esta maestra que ya no tiene vocación. Lo siento mucho, de verdad. Vivimos en un mundo complejo y voraz en el que la educación es una de sus víctimas, y el profesorado lo sufres sobremanera. Es lícita la queja si es lo que siente.

Pero me apena que cargue la responsabilidad de la pérdida de la vocación en el alumnado: «Los niños ha podido con ella». ¿De verdad los niños son responsables de la pérdida de vocación del profesorado? Se supone que los expertos somos los adultos, la ciencia pedagógica, las universidades, el profesorado… Creo que el alumnado es el sujeto paciente. Otorgar el poder al alumnado de nuestro fracaso en la educación es como asumir que no sabemos nada de nuestra profesión. Sugiero la lectura de El puma y el cervatillo de Jorge Bucay. No olvidemos que los pumas somos quienes educamos y los cervatillos, los educandos.

Me sorprende, por genérica, la afirmación: «Los niños han podido con ella». ¿Todos los niños? ¿Las niñas también? ¿Las personitas con discapacidad tienen actitudes chulescas? ¿No hay alumnado respetuoso en el aula? ¿Se ha montado un contubernio entre el alumnado para quitar la vocación a la profesora?... ¿Acaso la vocación depende de la dificultad de nuestro tarea?

Para mí, como maestro, los obstáculos siempre fueron estímulos para seguir aprendiendo. Pero respeto a quienes no puedan con la dura tarea de educar. La educación requiere del personal más capacitado y no siempre es así. Alguna responsabilidad política debe haber cuando para ejercer como docente no hay demasiada exigencia.

El texto sigue diciendo: «Las continuas faltas de respeto, el desprecio a nuestro trabajo y tiempo». Pensar que el alumnado es quien da valor a nuestro trabajo es otra afirmación con la que discrepo. Léase el cuento, de Jorge Bucay, El verdadero valor del anillo. Para conocer el valor de las cosas hay que preguntar a los expertos. Si somos alfareros y el barro se nos rompe, ¿es acaso el barro responsable de nuestro desastre? El alumnado no tiene capacidad de valorar el trabajo y el tiempo del profesorado. Si esperamos que nos valore la chiquillada estamos perdidos. No obstante, en un futuro, seremos valorados si lo hicimos bien, no tengamos la menor duda. Toda persona guarda en el recuerdo al maestro o a la maestra que le ayudó a construirse como persona.

Sigo leyendo: «… la seguridad de que nadie les dirá ni les hará nada». Pensar que el comportamiento del alumnado no tendrá consecuencia es maniqueo y falso. Primero, porque en la escuela actual se castiga de mil maneras y en demasía; segundo, porque en la educación formal existen relaciones de poder: con las notas, los exámenes, los suspensos, los puntos negativos, las caritas tristes, las sillas de pensar, el poder de los adultos, que te quedas sin recreo, que te llevo al director, que te abro un expediente, que te expulso tres días y mil cosas más.

Y sigue diciendo el texto de esta maestra desmotivada (nunca tan pocas palabras expresó tanto desvarío): «¿A quién queda por culpar? Si no son los padres son las redes. Si no son las redes, es la sociedad». ¡Pues claro que las redes son responsables de los desvaríos de la infancia, colonizando sus tiernas mentes! ¡Pues claro que la responsabilidad de lo que pasa en la infancia es de esta sociedad y de la cultura imperante! Los adultos somos los pumas de esta historia, y los cervatillos son los niños y las niñas que van a la escuela. Aunque es necesario analizar la selva en que vivimos: todo el sistema económico, social y cultural.

No critico el sentimiento de esta profesora que perdió la vocación. Lo siento. Respeto su emoción. Pero la responsabilidad de lo que pasa en la escuela no puede recaer en el eslabón más débil del sistema. Es preocupante cuando dice: «Me siento más indefensa que los propios niños».

La infancia siempre está indefensa porque con 3, 4… 6 o 11 años, los educandos no tienen capacidad para comprender y analizar las situaciones sociales. Somos los adultos quienes debemos tener capacidad, y mucho más quienes enseñamos que, se supone, somos expertos en la educación de la infancia.  

Educar es una labor muy difícil, requiere de mucha capacidad y experiencia. Al analizar nuestras dificultades en la escuela, debemos tener en cuenta las miles de variables que intervienen, y aceptar que tenemos, al menos, la responsabilidad de no errar con las culpas. Porque, como dijo Albert Camus, «uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen». Y la infancia nunca puede ser responsable de los desvaríos de la escuela y de esta sociedad tan compleja en que vivimos.


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