Quizás,
la etapa más importante de la vida, para el desarrollo de la identidad, la
inteligencia, el lenguaje, las relaciones sociales, la moral y la ética, sea la
más infravalorada, la menos conocida, la más desconsiderada.
Efectivamente,
la primera infancia es la etapa más determinante de nuestra existencia. Por
tanto, no es baladí la educación que generamos en estos primeros años de
nuestras vidas.
Podemos
crear cerebros simples en nuestros chicos y chicas. Para ello sólo tenemos que
transmitir verdades absolutas, obligar a asumirlas, premiar su obediencia y
castigar la rebeldía. Por el contrario, podemos crear seres complejos, generando
autonomía, desarrollando pensamiento, creando situaciones problemáticas, obligando
a resolver los conflictos y alentando la duda permanente. Eso sí, siempre
necesitamos de estabilidad emocional para soportar la incertidumbre que el
desafío de pensar nos genera y nos pone en entredicho.
Por
tanto, lo primero es dar seguridad, después, crear incertidumbres. Ese es el
camino del crecimiento personal que posibilita el deseo de aprender.
Ya
se sabe que nacen mariposas impedidas si las ayudamos a salir del capullo. Ya
sabemos que el esfuerzo por salir de tan difícil habitáculo genera la capacidad
de volar.
Voy
a utilizar un concepto algo difuso para delimitar el estrecho espacio en el que
transita la educación: la frontera. Justo en ese límite impreciso es donde
diariamente nos movemos los educadores. Continuamente estamos negociando dónde
están los límites, siempre difusos. Los niños y niñas que están dentro del
redil no son libres, están sometidos. Los que están fuera están locos. En
educación, debemos movernos en esa frontera que invita a la incertidumbre de
pensar en cada momento si hacer algo o no, si cumplir una norma o rebelarse, en
un equilibrio constante que requiere de un esfuerzo emocional y mental
permanente.
Es
la negociación en la frontera la que educa: cómo aceptar la trasgresión, cómo gestionar
los conflictos, cómo enriquecerse con la diversidad, cómo casar el deseo con el
deber, cómo gestionar los desajustes emocionales, cómo conciliar lo que siento,
lo que pienso y lo que hago.
Alcanzamos la madurez cuando relativizamos nuestros
propios pensamientos, cuando somos conscientes de que la realidad no coincide
con nuestros sentimientos, cuando confrontamos nuestras ideas con el otro, para
ponerlas en entredicho, para relativizar nuestra verdad egocéntrica.
Porque
lo que nos hace humano es, posiblemente, pasear por ese estrecho camino de la incertidumbre,
el conflicto y la duda permanente.
Acabemos,
de una vez por todas, con las verdades absolutas, con el estímulo-respuesta,
con el pensamiento simplista y con los trasnochados nacionalismos mentales. Seamos,
pues, educadores fronterizos.
Cristóbal Gómez Mayorga
Dudando
de forma permanente.
1 comentario:
Me encanta el concepto de frontera, produce en parte desasosiego pero por otra parte es como que es ahí en donde se encuentra el auténtico pensamiento creativo. Más abajo hablas de la duda, y creo que es lo mismo, pero lo de frontera me gusta especialmente. Es en las fronteras en donde se puede producir el intercambio entre lo uno y lo distinto.
Muy bueno.
Besos y abrazos. Hasta pronto.
Emilio
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