Leo de nuevo el
maravilloso libro de Italo Calvino, Las ciudades invisibles. Un buen libro,
como es el caso, siempre nos invita a pasear por sus páginas de vez en cuando,
para descubrir todos los tesoros que quedaron oculto en un primer vistazo. Y,
efectivamente, en la primera lectura no reparé en una frase genial que, acaso,
sea la esencia del propio libro: “La
mentira no está en las palabras, está en las cosas”.
Llevo tiempo
comprobando cómo los discursos educativos se repiten, una y otra vez, en mil
foros diferentes, con palabras parecidas. En estos momentos que vivimos, no se
aprecia controversia significativa en los principios pedagógicos, en las
finalidades educativas, en los criterios de calidad, en las competencias
necesarias, en las metodologías y en los estándares de evaluación, cuando se
teoriza sobre educación.
Hace tiempo,
recuerdo debates vivos sobre si era conveniente una metodología u otra, si
clases dirigidas o democráticas, si trabajo individual o en grupo, si activismo
o memorización, si libro de textos o trabajos por proyectos, si disciplinaridad
o globalidad, etc.
Pero el
lenguaje se ha fundido en un discurso técnico uniforme que todos compartimos, y
que podríamos resumir en tres conceptos básicos:
- Competencias, ya sean básicas y claves,
pequeños matiz de insignificante diferencia, que no hace sino desvelar el
discurso unitario imperante.
- Diversidad, concepto, antes
revolucionario pero que actualmente todo el mundo utiliza de manera
inconsecuente.
- Proyecto, como metodología que se hace
patente en todas las programaciones que pretendan ser innovadoras.
Así, con tanto consenso en
las palabras, se hace difícil desligar el grano de la paja.
Y mira por
dónde, en una de las ciudades invisibles de Calvino encuentro la luz que
alumbra mis preocupaciones. Y es que las palabras no engañan, lo que engañan
son los hechos.
Efectivamente,
los discursos se han vestido con un traje tecnológico que los convierten en
veraces, y es la acción, que hay detrás de cada frase, la que dice o no verdad.
Y es por eso
que compartimos proyectos bien razonados mientras cerramos las puertas del aula
a cal y canto, para que no se note nuestras contradicciones. Y es por eso que
mantenemos a las familias lejos, de la fiesta para fuera, para que no
vislumbren nuestras incertidumbres.
Por tanto, ya
no leo discursos educativos sobre trabajos por proyectos, diversidad o
competencias. Ahora miro a los niños y niñas de la clase y observo si juegan,
si se quieren, si se comunican, si son autónomos, si se respetan, si se
divierten y aprenden.
Porque, aunque
los discursos, legislaciones y proyectos escritos digan la verdad, habrá que
estar atentos por si los hechos mienten. Porque la mentira no está en las
palabras, está en las cosas.
Cristóbal Gómez
Mayorga
Verano 2015
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