La teta de mamá
Es difícil de comprender el sufrimiento que generan los celos en la infancia. Para explicarlo siempre pongo el mismo ejemplo: que tu pareja se enamore de otra persona.
Imagina que eres madre, eres feliz, estás repleta de amor y
caricias y, de pronto, descubres a tu pareja agarrado a una teta que no es la
tuya. Esos labios que saborearon tus pechos ahora habitan otra ambrosía.
Imagina que eres padre, eres feliz, estás repleto de amor y
caricias y, de pronto, encuentras a otra persona saboreando el néctar del pecho
de tu pareja.
Pues imagina una personita pequeña que mamaba de la teta de
su mamá y ahora esa teta es para otra personita. Piensa que dormía en la cama
de sus padres y, ahora, un bebé ocupa ese lugar placentero. Sólo entonces
comprenderás el sufrimiento que genera ese desplazamiento.
Si los adultos sufrimos con una infidelidad, pensemos en una
niña de tres años o en un niño de cuatro o cinco que viven esa realidad. Pues
eso les pasa a las criaturitas que tienen una hermanita o un hermanito, que
poseían una madre en exclusiva y ahora tienen que compartir amores.
A los seis o siete
años ya están en otra situación. Ya soltaron el pecho, ya son mayores, ya
soportan a un inútil bebé, que solo llora, duerme, mama y se hace
caca encima; que no sabe comer y tiene que chupar la teta de su mamá. Cuando
somos mayores nos identificamos con la mamá o el papá que cuidan al bebé. A
edades más maduras ya no hay celos, hay comprensión, cuidado, identificación y
empatía, porque salimos del egocentrismo infantil. Nos situamos en otra
posición y es entonces cuando crecemos.
Si nos viene una hermana o un hermano pequeño tenemos que
acostumbrarnos, primero, a la reciente situación y, después, reubicarnos en la
nueva estructura familiar. Ya no somos en exclusiva, ahora somos alguien más.
Nos han robado lo que creíamos nuestro, lo que éramos. Tenemos que salir del
egocentrismo infantil por fuerza mayor, pero, a veces, no estamos preparados.
Y es que la edad de los críos es muy importante. No es lo
mismo tener dos años, tres o siete. No es igual tener la capacidad de
comprender una nueva situación a que se dispare la emoción incontrolada de
quien aún no tiene conciencia ni pensamiento lógico. Por ello hay que tener paciencia
y comprensión para elaborar las nuevas situaciones que encontramos en la
infancia.
Hace muchos años, por eso lo cuento, una maestra de infantil
me pidió ayuda para que le acompañara en una tutoría con familia. Un niño de cuatro
años se mostraba en clase desafiante, dominador, tirano, prepotente,
controlador… Le dije que citara tanto al padre como a la madre. Es necesario,
siempre, trabajar en la estructura familiar. Le pregunté a la madre que donde
dormía el hijo. Es imprescindible analizar los momentos importantes de la vida:
dormir, comer, ir al baño, deseos y necesidades.
Después de un ratito de charla y de establecer un buen rapporte, me cuenta la madre que su hijo
se acuesta con ella, apretado. Y no se duerme si no es tocándole el pecho con
la mano. Miro al padre y le digo: esa teta ya no es del niño, ya creció
demasiado. Ahora puede ser tuya de nuevo. A los pocos días ese padre, que antes
estaba angustiado, me da un abrazo de los que se ponen los corazones a latir al
mismo ritmo. Algo importante tuvo que ocurrir en el lecho familiar gracias a
mis palabras certeras.
Es evidente que la entrevista dio sus frutos. Tomaron
conciencia de que había llegado el momento de una reubicación familiar. Ya no
podía sostenerse la diada madre-hijo, sino que tendría que cambiar a una
estructura triangular donde padre y madre estén arriba y el hijo en el vértice
de abajo.
El caso es que ese padre y esa madre, después de la
entrevista, reestructuraron su familia, y el hijo aprendió cuál era su sitio en
la configuración familiar y, como consecuencia, en el colegio desaparecieron
las conductas desafiantes, sin castigos ni medicamentos. Y es que, a veces, las
palabras, si son certeras, curan.
Es importante saber siempre el lugar que ocupan las niñas y
niños en la familia, si son únicos, parejas o familia numerosa, y en qué
posición están los descendentes en la estructura familiar. También es imprescindible
vislumbrar cómo se comportan en la escuela; y, sobre todo, es imprescindible saber la
función que tiene la teta de mamá en esa estructura social.
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