24 de septiembre de 2021

INTENTANDO INNOVAR EN LA ESCUELA

Recuerdo, cuando empezamos a trabajar en Educación Infantil un grupito de maestras y maestros, un tanto ingenuos, que luchábamos en mil batallas contra los obstáculos que nos impedían enseñar con metodologías innovadoras. Nos persiguieron inspecciones educativas, direcciones de colegios, compañeras y compañeros. No comprendíamos nada. ¡Quienes deberían alentar la innovación en la escuela nos ponían zancadillas! 

Con el tiempo nos dimos cuenta que sufrimos por nuestra torpeza, por no comprender la dificultad de cambiar una organización educativa tan férrea y anquilosada como es la escuela.

Dimos cursos sobre lo que hacíamos en nuestras aulas por los Centros de Profesorado, en un intento de mostrar nuestras tímidas innovaciones sobre ambientes en el aula, lectoescritura constructivista o trabajo por proyectos. Fue una experiencia gratificante pero quizás, solo para quienes impartimos las ponencias, porque nos ayudó a sistematizar nuestra práctica. Pero ahora pensamos que no sirvieron demasiado para mejorar la escuela. Cuando vamos a cursos, conferencias, jornadas y encuentros educativos buscamos la pócima que calme nuestro desasosiego. Porque solo escuchando no se aprende demasiado; y es por eso que nos aferramos a nuestra experiencia pasada, a la escuela de cuando éramos niñas o niños: cartillas de leer, memorización, exámenes y castigos.

Ahora se sigue, en la mayoría de los colegios, enseñando a leer y escribir con el método tradicional, hace tiempo denostado por la ciencia. Quizás, no sirvió de mucho tanto esfuerzo para intentar convencer de nuestras evidencias educativas innovadoras. Si acaso, nos valió para reflexionar sobre nuestro trabajo, aumentar nuestra autoestima, para perfeccionar nuestra práctica y para mejorar como enseñantes. Pensando en la distancia, hemos aprendido que impartiendo charlas no cambiamos la realidad de la escuela.

Compartiendo experiencias y errores, hemos aprendido características esenciales de los Centros Educativos, como de cualquier organización social que se precie, que dificultan cualquier proceso de innovación y mejora. Estas son algunas de ellas:

- Siempre aprende el que habla de lo que hace y pocas veces el que escucha. Aprendemos mostrando lo que hacemos y reflexionando sobre ello. Quienes crecen son los ponentes, en esa liturgia de jornadas y conferencias. Quienes solo escuchan no cambia demasiado. Para aprender hay que, primero, hacer; luego, pensar y compartir el análisis de la acción; y, por último, llevarlo de nuevo a la práctica. Sabiendo como sabíamos que se aprende con la reflexión de nuestro trabajo en grupo, fuimos dando charlas, por los caminos, sobre nuestras prácticas. Era como enseñar un mapa del paisaje que recorrimos. Y, ya se sabe, que en el plano nunca está lo vivido.

- Todo intento de cambio produce una reacción (acción-reacción, principio físico que siempre se cumple). Nunca pretendas cambiar el status quo esperando el beneplácito. Si empujas al sistema, sentirás en tu alma la resistencia. De la innovación nunca se sales ileso. Cualquier intento de transformación produce sufrimiento, pero éste también enseña. Eso aprendimos intentando cambiar la escuela.

- No esperes el aplauso de quienes trabajan a tu lado. La inseguridad de algunas personas salta por los aires cuando te conviertes en espejo en los que se miran y no les gusta lo que ven. Es necesario conectar con redes de contactos lejos de donde trabajamos, donde nadie te conozca, (eso hicimos siempre). Allí encontrarás el verdadero valor de lo que haces. Al no existir relaciones de cariño, de poder, celos o rivalidad, juzgarán sólo tu trabajo y sabrás el verdadero valor de lo que haces. Son pocas las personas que tienen la suerte de trabajar juntas compartiendo y valorando a quienes tienes a tu lado; solo ocurre cuando el grupo ha trabajado mucho sus emociones personales.

- Si trabajas de forma diferente al resto de la gente, se necesita valor para navegar en soledad. Raras veces encuentras a personas que reconozcan tu trabajo y te ayuden en la tarea. Es muy importante descubrir entre tanta «normalidad» a quienes, como tú, busca innovar y mejorar la educación.  La innovación requiere de gente dispuesta a asumir la duda permanente y la soledad.

- Nunca te enfrentes al poder directamente, aunque tengas más razón que un santo. El poder es el que puede, no necesariamente el que sabe, y menos aún quien tiene razón. No malgaste saliva en explicar. El poder suele querer mantener la paz social del centro educativo que dirige. Si molestas demasiado, te castigan.

- Todas las personas tenemos un vacío, un hueco en nuestro interior que nos inquieta. Quienes nos dedicamos a educar se nos ensancha ese agujero. Debemos aprender a llenar nuestras lagunas para poder educar de forma saludable, pero siempre desde la experiencia. Los discursos y textos pedagógicos, las conferencias, la charlas, ponencias y reuniones… alumbran, sugieren y dan ideas, pero sólo cuando se practican y se viven en carne propia nos ayudan a mejorar, de lo contrario nunca diluyen nuestras carencias. Y es que aprendemos de la reflexión sentida, en grupo, de lo que hacemos. Aprendemos cuando una chispa se enciende, no cuando nos obligan a perfeccionarnos. Porque la llama del aprendizaje prende desde dentro. Y cada cual arde a su tiempo y manera.  Solo desde nuestro interior podemos tapar ese vacío que todas las personas llevamos dentro.

- Por último, debemos tomar conciencia de que trabajamos en una institución férrea que se resiste a cualquier cambio o innovación. La lucha para cambiar la escuela es dura, pero merece la pena.

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