Mi admirado y querido Eduardo Galeano escribió en 1940 un poema sobre «Los nadies». Parece mentira pero sigue vigente, también en la escuela.
Sueñan las pulgas con comprarse un perro
y sueñan los
nadies con salir de pobres,
Llegó a infantil como
cualquier niño; algo gordito, un poco juguetón, de aspecto tierno y con ojos temerosos,
como muchos otros, un chico del montón.
Pronto comencé, ya desde
infantil, a verlo castigado: porque no hacía bien las fichas, porque no
atendía, porque se salía de la pauta, porque jugaba a todas horas… (Algo que en
la escuela es demasiado habitual, aunque no debiera). Muchas veces pasé por su clase y, al verlo contra la
pared, como en otros tiempo (porque resulta que aún hay libertad de cátedra
para estos menesteres inadmisibles), lo acogía en mis brazos y me abrazaba como
si no hubiera un mañana. Una angustia inmensa me atravesaba el pecho. Ese chico
de infantil no entendía nada. Quizás, tenía mala suerte.
…que algún mágico día
llueva de
pronto la buena suerte,
que llueva a
cántaros la buena suerte;
pero la buena
suerte no llueve ayer, ni hoy,
ni mañana, ni
nunca,
Aún era pequeño y nadie
intuyó sus dificultades. Y es que, a veces, el profesorado trata a todo el
alumnado por igual y le exige hacer las mismas cosas. ¡Son tan defensores de la
igualdad! (Maldita igualdad que no considera desde donde parte cada persona, y
no tiene en cuenta la diversidad).
Pero este alumno no tuvo
buena suerte en la vida, porque le tocó una familia pobre, no solo de dinero,
también de estudios, de lenguaje, de cultura, de posibilidades, de relaciones
sociales, de artefactos electrónicos, de juguetes, de comida sana… Y es que si
no era nadie es normal que no tuviera
nada.
…ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,
por mucho que
los nadies la llamen
y aunque les
pique la mano izquierda,
o se levanten
con el pie derecho,
o empiecen el
año cambiando de escoba.
Su padre trabajaba todo el
día en quehaceres físicos y pesados que la sociedad relega a los más desfavorecidos
(así llaman ahora a los pobres de toda la vida). Su madre, enferma, cada día
era acogida en un centro para tratar su dolencia. Su hermano y él, desde
pequeño, haciéndose cargo de sus casi vidas.
Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.
Al entrar en la Educación
Primaria ya venía con un diagnóstico de discapacidad
por inteligencia límite. Fue entonces cuando cambió, por arte de magia, de
niño malo a un alumno con Necesidades
Específicas de Apoyo Educativo (una nueva etiqueta). De un concepto moral pasó a una consideración
científica. Algo habíamos avanzado. ¡O no!
En primaria tuvo algo de
suerte y le ayudaron maestras que se desvivieron por él, que trabajaron con sus
necesidades y posibilidades, que le tuvieron consideración (parece mentira que dependamos
del profesorado que nos toque en las escuelas, como en la tómbola). ¡No hay
derecho!
Pero en la educación
formal no depende todo del profesorado. Hay un sistema complejo de contenidos,
metodologías, horarios, asignaturas, organización de los espacios y exámenes,
que margina, humilla y ningunea al alumnado con más dificultades.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la
liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:
Y es que el alumno en
cuestión tenía dificultades para hablar. Aunque lo entendíamos, no cumplía con los
estándares de calidad que la escuela actual demanda. Una institución educativa
que exige éxitos, en vez de compensar inconvenientes sociales. ¡Lo nunca visto!
Él era consciente de sus
dificultades, tenía un corazón muy grande, comprendía todas las situaciones que
vivía, pero se expresaba a su manera.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan
idiomas, sino dialectos.
Que no profesan
religiones,
sino
supersticiones.
Es verdad que, a veces, se
mostraba irascible con sus compañeros porque no lo incluían en los juegos,
porque no sacaba buenas notas, porque era gordito, porque no sobresalía en nada.
Y, poco a poco, sin que
nadie tuviera culpa, se fue forjando una baja autoestima porque fracasaba con
todos los obstáculos que le ponían la vida y la escuela.
Pero este chico, que yo
atendía como especialista en Pedagogía Terapéutica, cada día me daba las
gracias cuando le ayudaba. Quizás, porque yo lo miraba como a un alguien, como a una persona, y él lo
percibía.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no
practican cultura, sino folklore.
Que no son
seres humanos,
sino recursos
humanos.
Que no tienen
cara, sino brazos.
Al acabar la
Primaria, en la fiesta de despedida, nos abrazamos como si no hubiera un mañana. Me daba las gracias por tanto y yo
agradecía su actitud de entrega. Pero a pesar de todo el esfuerzo, quizás, para
los nadies no haya posibilidades de
futuro.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la
historia universal,
sino en la
crónica roja de la prensa local.
Ya lo imagino
en el Instituto, ensimismado y receloso. Espero que tenga suerte y le toque profesionales sensibles; pero lo
tiene complicado, porque todo no depende de la escuela ni del profesorado. La
marginación social es siempre una cuestión política y económica, muy difícil de
cambiar.
Los nadies,
que cuestan
menos
que la bala que
los mata.
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