Percibimos la realidad con los ojos de la
afectividad, o como dice José Antonio Marina en El laberinto sentimental: El
mundo es afectivamente construido. Cada niño lleva un proceso de aprendizaje
diferente en función de su afectividad. Muchos maestros y maestras hemos
olvidado esto y pretendemos enseñar, por ejemplo, los colores, desde una
concepción racionalista: a todos los mismos colores siguiendo un orden
supuestamente lógico. Fueron mis jóvenes alumnas y alumnos quienes me enseñaron
el proceso de aprendizaje de los colores. Yo sólo tuve que estar atento y tomar
buena nota.
Cuando Juani llegó a clase con la esperanza de
cumplir 3 años en diciembre, ya sabía el color verde. Lo utilizaba de forma
insistente en todos sus dibujos; mezclaba diferentes verdes. El sol, la casa,
la flor y las personas siempre eran verdes. Mis intentos para ampliar su gama
de colores fueron inútiles. Él era del Betis,
que tiene la camiseta verde, como su padre.
Rocío coloreaba de rosa todo lo que tocaba.
Rosa como el vestido que su mamá le ponía, rosa como el lacito de su cabeza que
su mamá le ataba, rosa como las zapatillas rosas que su madre le calzaba.
Durante muchos meses le fue imposible aprender otro color que no fuese el rosa,
que de su madre había aprehendido.
A Javi le gusta el color azul, que es de niño,
según decía. Su liderazgo en la clase hizo que algunos compañeros comenzaran a
aprender este color: azul como Javi.
La evolución del aprendizaje de los colores del alumnado dice mucho de la sociología
de la clase y del medio cultural del que provienen.
A María no le parecía importante el color sino
el hecho de que, por arte de magia, los lápices derramaran su sangre en el
papel. Se pasaba horas coloreando de forma aleatoria. Nunca había tenido
colores. Cada día me pedía un lápiz y un papel que se llevaba a su casa y me
los devolvía, religiosamente, al día siguiente, llenito de colores.
Marta es muy madura; sabe todos los colores,
pero siempre pinta de negro. Todos los niños y niñas en algún momento pasan por
este color cuando algún conflicto se atraviesa en sus vidas, pero lo de Marta
iba para largo, los problemas de su casa estaban oscureciendo su corazón.
Jose pasó rápidamente por los diferentes
colores en forma escalonada. Después, descubrió la mezcla y todos sus dibujos
dejaron de tener colores definidos. Parecían laberintos multicolores con los
que, quizás, expresaba la complejidad de su mente.
Alejandro es un poco glotón y siempre se
empeña en pintar con el color «Coca cola».
A mitad
de curso, una dulce y encantadora niña entró en clase coloreando con un
enigmático color lila. Todos lo aprendieron rápidamente. Hasta Mohamed, que
parecía incapaz de aprender algún color, llegó un día y me dijo: ¿verdad, maestro, que este color se llama
lila? Se había enamorado de ella.
No debemos enseñar los colores de uno en uno,
de forma progresiva y lógica, comenzando por los primarios, como nos indican
ciertos manuales, sino que debemos proporcionar relación con todos, dando
opción cada día a que elijan el color del aro, la pelota, el lápiz o la cuerda
que deseen. Cada uno irá construyendo afectivamente unos colores determinados,
produciéndose un aprendizaje que respeta la individualidad de cada cual.
El arco iris no se construye montando colores
uno encima del otro, sino que es una explosión multicolor que se produce en el cielo
y alcanza de forma diferente el corazón de cada persona.
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