2 de mayo de 2022

LA REVOLUCIÓN EDUCATIVA DESDE EL AMOR

Los medios de comunicación nos bombardean creando un imaginario que asocia, en nuestras mentes, revolución con violencia. La revolución suele identificarse con la juventud quemando contenedores y lanzando piedras sobre el orden establecido en forma de RoboCop (no sé por qué, cuando los jóvenes están pelando la pava y haciendo botellón en esos años en que buscan su identidad). Esta es la iconografía que el poder utiliza para desmontar cualquier cambio político, social o educativo, que desea subvertir el statu quo existente en nuestros días: la pobreza, la desigualdad, el analfabetismo, el deterioro de la naturaleza, el racismo, la ignorancia, la privatización de la salud, la meritocracia en educación o la sociedad patriarcal. Esta iconografía sobre lo radical no es baladí. Hay todo un sistema conspirando para desarmar cualquier cambio que implique, de verdad, crear una sociedad sin privilegios, más justa y feliz. 

Pero radical viene de raíz. Y sí, soy radical en educación porque intento llegar a lo más profundo en las relaciones educativas. Y en la raíz de la educación está el amor. Solo desde el amor podemos cambiar las cosas. Es desde el amor a la infancia desde donde podemos ser revolucionarios para rechazar los libros de textos como catecismos de verdades absolutas que tanto daño hacen al pensamiento crítico, y poder abrazar la diversidad como única verdad imprescindible en este mundo insolidario e injusto. Es desde el amor desde donde rechazamos las bancas alineadas y el alumnado de uno en uno, que responden a intereses de la una sociedad individualista. Es desde el amor revolucionario desde donde rechazamos la fila, la sirena de la entrada al colegio, los exámenes estandarizados, los castigos al alumnado y las sillas de pensar, por muy sutiles que sean. Porque el amor a la infancia, a todas las personitas que se hacen un hueco en la vida, implica realizar cambios radicales en una escuela que sigue, desde años inmemoriales, discriminando a quienes más necesidades tienen.

Creo que todo movimiento revolucionario debe estar sustentado en el amor: el amor al otro, el amor al diferente, el amor a la naturaleza, el amor a la humanidad, el amor al conocimiento. Pero el poder, que no entiende de sentimientos, suele ver conspiración en todo intento de desmontar su usura, el negocio sin escrúpulo, la desvergüenza de quienes roban, la política al servicio de las élites, que se creen dueños de este mundo.

Es por eso que necesitamos un cambio radical en la escuela, pero siempre desde el amor. Porque no hay educación sin una actitud crítica. Porque solo desde la conexión profunda con cada personita que habita la escuela podemos hacer la revolución. Porque no hay revolución verdadera si no es desde el amor al prójimo.

Ya sé que suena a ingenuidad y se puede quedar sólo en un deseo. Pero más ingenuo es creer que los dioses de las distintas religiones nos salvarán, que hay un dios verdadero, cuando cada cual tiene el suyo y se pelean por ello, que el cielo nos protege o que los rituales religiosos nos salvarán. Cuando llega una pandemia, nos dejamos de tonterías y abrazamos la Ciencia. Porque el pensamiento mágico es normal en la niñez y en las civilizaciones primitivas. Pero ya es hora de crecer y abrazar la filosofía y el conocimiento científico.

Es necesario tomar conciencia sobre el funcionamiento de nuestra sociedad, sobre cómo operan los poderes existentes, sobre todas sus artimañas para que no cambie nada. La ignorancia crea miedo y el miedo, ira y violencia. Ya lo escribió Freud hace tiempo en El porvenir de una ilusión.  Cuando la ciencia se generalice caerá la religión dominadora. Aunque es complicado porque el poder lucha con uñas y dientes para que los pobres sigan ignorantes, y tengan miedo, y desarrollen violencia. Sólo la cultura nos librará de la servidumbre del pensamiento simple. En esto, la escuela tiene una importante responsabilidad, pero solo, si hacemos la revolución, y el profesorado hace suya la lucha por la emancipación de todas las personas de este mundo independientemente de su sexo, cultura, capacidad o religión. Eso sí, siempre, desde la no violencia y el amor.


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