Si aprendemos de la vida, eso
dicen, habrá que crear vida en los centros educativos.
No es suficiente con
programar contenidos, porque así no se aprende; no debemos hacer tantos
exámenes, porque solo miden memorias que después se olvidan; no es pertinente explicar los temas de los libros de textos, porque solo son pedazos
petrificados de vida.
La escuela debe estar viva
para que, por inmersión, aprendamos de forma permanente. Nadie duda de que un
idioma se aprende viviendo en el contexto de esa cultura. Todo el mundo sabe
que aprendemos a hablar, sentir y ser, dentro de un ambiente vital. Porque son
las personas que nos rodean las que nos alimentan el alma y nos insufla de
vida.
Pues es la escuela, el
centro neurálgico de la educación, se olvida de ello con mucha frecuencia; y
enseña con técnicas e instrumentos simplistas, como el libro de texto o
rituales ancestrales de otros tiempos: copiados, actividades, memorización,
exámenes, calificaciones y qué sé yo.
Si lo que educa es el
ambiente, el medio social y cultural en el que vivimos, debemos crear ese
espacio cultural y natural en las escuelas.
En infantil, cuando las
criaturas están construyéndose, necesitan de espacios amorosos para formarse; y
es necesario diseñar ambientes cálidos, de confianza, con tierra, agua y
naturaleza, con actividades placenteras de interacción, de comunicación,
autonomía…, que inviten a relacionarse, a vivir la vida, a aprenderla y
aprenderse.
En nuestra aula, teníamos
un rincón de naturaleza, con pecera, un terrario con bichos, frutas de
temporada y muchas plantas. Cada día regábamos y dábamos de comer a los
animales. Tenemos grabaciones de un sapo comiéndose un saltamontes y de las
mariquitas alimentándose de pulgones que cogíamos de los rosales del jardín.
Hacíamos fotos del proceso de metamorfosis de los gusanos de seda. Hasta un
huevo de gallina tuvimos metido en la caja
de luz durante un tiempo; y cada día observábamos por si nacía un pollito.
Esos aprendizajes emocionales no se aprenden igual de forma teórica ni en los
libros de texto.
También disfrutábamos de
un ambiente más cultural en el aula, con una pequeña biblioteca, con un sinfín de
libros, ordenador y una máquina de calcar. He visto mil veces cómo se juntan amistades
para leer y explicarse un libro de anatomía o de animales. Hasta un sillón para
escuchar a Mozart teníamos. Con unos auriculares que provocaba colas de niñas y
niños deseando escuchar buena música.
Otro espacio del aula
estaba reservado al arte, con pinturas, colores, tijeras, papeles diversos y material
de desecho para reciclar. Siempre me sorprendí de la creatividad de la infancia
cuando nadie la dirige, construyendo coches, robot, barcos o aviones. Y
siempre, compartiendo aprendizajes.
Pero en la escuela nos
llegan personas con capacidades diversas, y las hay más tranquilas y más
intelectuales. Para ellas, teníamos el ambiente matemático, con juegos lógicos,
puzles, el trangram, construcciones, cartas de todo tipo, geoplanos y juegos de
mesa.
Y siempre existen
personitas más movidas, que no deben quedar sin un lugar para mostrar sus
destrezas. Para ello montamos un gimnasio en el corcho, con zancos, cuerdas,
rampas, bancos y colchonetas. Un lugar donde permitir el desenfreno sin
molestar a los demás.
Y el principal rincón, que
no puede faltar en la educación infantil, es el de juego simbólico, con casita,
cocina, tienda, hospital, teatro y maquillaje. Porque ahí nos construimos y
jugamos a vestirnos de personajes que luego serán personas.
En Primaria, también habría
que crear espacios acordes con las necesidades de estas edades, de creatividad,
de aprendizajes cooperativos, de interacción con la cultura, de enseñanzas sobre
el tiempo en que vivimos, con globos terráqueos, microscopios, mapas del mundo,
libros de animales…, que despierten el interés por el conocimiento y desarrollen
el placer por la lectura.
En secundaria, habría que
montar aulas con retos imposibles. Hacer que el alumnado investigue los enigmas
que les inquieta. Ya se sabe que la adolescencia es un tiempo de búsqueda y
autoconciencia.
En bachiller y en la
universidad es el momento de profundizar sobre los aspectos de la vida que son
importantes para seguir viviendo en este mundo con dificultades, para buscar
soluciones, para dar sentido a la existencia.
Porque la enseñanza se aprende
viviendo proyectos de vida. Da igual en qué curso o universidad estemos. No
debemos olvidar que aprendemos de la vida y a ella nos debemos.
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