Recuerdo a un alumno que nos llegó con ocho años y varios fracasos a cuesta de diferentes colegios. Era un chico algo áspero, con espinas, poco sociable, difícil de tratar, como la lantana (esa planta que tengo en mi jardín, leñosa, con espina y un olor poco agraciado, pero con unas florecillas diminutas que forman inflorescencias maravillosas, que solo aprecias si te acercas).
Vislumbré,
desde el primer día, sus colores especiales y sus peculiaridades creativas por
desarrollar que ya apuntaban maneras. Me dijo que nadie lo quería en los
colegios que había estado, y por eso había inventado una pócima para hacerse
invisible. Le puse oído y me interesé por sus pesquisas para poder sobrevivir
en este mundo tan cruel. Me contó cómo conseguía sus poderes y quedé prendado
de una imaginación descomunal, y por las estrategias del ser humano para
sobrevivir a la adversidad.
En
clase no hacía nada de las rutinas cotidianas. En vez de eso se dedicaba a
inventar. Con folios y un rollo de cinta adhesiva era capaz de montar mil
historias. Un día construyó una mano articulada con papel. Inmortalicé con mi
móvil aquel invento digno de un intrépido arquitecto. Otro día construyó,
plegando folios, un muñeco tridimensional. Eso me dijo: es Doraemon en 3D. También hacía comic, cambiando perspectivas y alternando
distintos planos. Me dejaban alucinando. Lo dicho, una persona peculiar, un artista.
Pero fue objeto de diagnósticos varios y de reprimendas por parte de la
Institución Escolar.
Mi
trabajo como especialista en Pedagogía Terapéutica fue tratar de convencer al
resto de profesorado de sus capacidades especiales y de que no se fijaran en su
etiqueta y en sus dificultades para hacer las tareas de clase. En tres años en
nuestro colegio comenzó a ser valorado por su trabajo y comenzó a realizar las
actividades de clase de manera minuciosa. Sólo había que valorar su inventiva
para que aceptara trabajar. Guardo dibujos de él para cuando sea famoso, porque
no me cabe la menor duda de que algún día lo será. O quizás acabe siendo un
loco, o las dos cosas, que también se da. Todo depende del medio en que habite
de cómo lo miren. Sólo de gente diferente podemos esperar algo nuevo en este
mundo de mediocridad. Ya lo dijo el loco y artista Vincent Van Gogh:
La normalidad es una ruta pavimentada:
se camina cómodamente,
pero ahí no crecen las flores.
Nuestro
trabajo en educación es cultivar todas las plantas, sabiendo que hay flores
suaves y ásperas, bellas y fructíferas, amables y difíciles de cultivar. Pero
siempre debemos evitar los caminos de asfalto fáciles de transitar.
Recuerdo
a menudo una chica de mi colegio con problemas graves de conducta, según su
diagnóstico escolar. Intuí que su peculiaridad era ser una «Pippi Calzaslargas». Cuando su clase se desplazaba en el colegio
en fila, ella era la última, y siempre iba dando volteretas. O como ella decía:
maestro, es que estoy haciendo la rueda.
Pues eso, siempre con las bragas al aire, mostrando sus destrezas, intentando
ser alguien especial. En clase se pasaba el día haciendo dibujos, manualidades,
creando cuentos y mil historias. Todo el día imaginando pero sin hacer nada de
lo que le mandaban. Así se muestra la lantana
en mi jardín, como una planta especial, lidiando con las demás plantas y
arañando a quienes osen tocarlas, luchado por su identidad.
También
me viene a la memoria, mientras riego la lantana
de mi jardín, a un chico que venía de otro colegio con un diagnóstico
invalidante, de esos que se te queda pegado para toda la vida y te forja un
carácter congruente con la etiqueta que te asignaron. Pero siempre lo vi como
alguien peculiar. Parecía un científico. Como no hacía las tareas de clase el
profesorado nunca se enteró de sus cualidades. Supe que era experto en
dinosaurios, en volcanes, en animales, en astrología y mil cosas más. Cada día
me venía con una historia que había descubierto y de la que yo no tenía ni la
más mínima idea, pero siempre le ponía oído. Era un chico lantana, de eso, no había duda.
Las
personas, como las plantas, somos todas diferentes. Y esas diferencias son las
que nos hacen singulares. La visión homogeneizadora nos empobrece. La
diversidad de la naturaleza es un valor que debemos fomentar. Es por eso que
cuido cada planta de mi jardín con algo peculiar, como la lantana; y aprendo de cada persona especial que encuentro en mi
escuela porque, gracias a las diferencias, el mundo avanza.
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