Existen personas de pensamientos simples y otras que sobrevuelan la realidad escudriñando la complejidad de este mundo. Pero, cada vez más, se evidencia la simplicidad de quienes narran de forma elemental este mundo complejo que nos ha tocado vivir.
Hay políticos
que, con tres frases, bien articuladas, sin sentido alguno y emoción simulada,
mil veces repetidas, ganan elecciones. He visto televisiones que con diez
horteras encerrados varios días en una casa, en una isla o en un plató de
televisión, con mediocridad manifiesta y mucho sexo insinuado, consiguen atraer
a la tribu, sin apenas decir nada inteligente.
Cuando la realidad se retuerce, cuando la cosa se complica, cuando la
cuestión es discutible, en situaciones complejas… llegan, a caballo, los mesías
de la simplicidad para explicar, con dos palabras, lo que es mentira y lo que
es verdad. Pero la realidad requiere de mentes imaginativas y creativas,
capaces de profundizar en la complejidad de la existencia. De lo contrario,
solo veremos blancos y negros, sin colores ni matices.
Al pan, pan, y al vino, vino; blanco y en botella; las cuentas claras y el
chocolate espeso... El refranero
lo confirma: la simplificación entra de forma sutil en mentes poco reflexivas.
Así es como afirmaciones pueriles pueblan los pensamientos de una gran parte de
la población: los normales y las demás personas; o conmigo o contra mí;
los inmigrantes nos roban; los españoles, rusos o catalanes somos los mejores;
el diferente es una amenaza y un enemigo; hay gente buena y gente mala y
nosotros somos los buenos; las cosas son como son, que es como yo te lo cuento… Sigue
funcionando el androcentrismo de otros tiempos. Aún no se ha enterado de que
damos vuelta alrededor del sol.
El otro día, en una charla educativa sobre los retos que plantea una nueva
educación que dé respuestas a la complejidad de nuestro mundo, alguien dijo que
el problema es que se había perdido el respeto al profesorado, porque no le
hablábamos con educación, porque ya no se empleaba el «usted». Es un discurso
bastante generalizado y simplista porque hace de la anécdota categoría.
No sabía si reír o llorar. Creo que las personas que así piensan son
incapaces de comprender que solo con una palabra no se cambia la educación.
Porque la realidad es más compleja y difícil de solucionar. Pienso que estas
personas, con su mejor intención, se trasladan al pasado y rescatan una palabra
mágica que pueden cambiar todo un sistema educativo, eludiendo la situación
histórica y régimen político en la que esa palabra no era más que un síntoma.
Suele ocurrir que buscamos en nuestra memoria momentos o circunstancias
concretas que percibimos felices para solucionar los complejos problemas del
ahora, sin tener en cuenta las circunstancias que contextualizan, los elementos
que mediatizan, la compleja realidad en la que se produjeron. Se ensalza el
«usted», pero se olvidan del miedo, de los castigos, de lo homogenización, de
la selección, de la gran cantidad de alumnado que fracasaron en ese sistema.
Recuerdo que, en mi pueblo, en una clase de 25 alumnos llegaron a estudiar en
la universidad 2 alumnos, y porque salieron fuera a completar su formación.
Alumnas, ninguna.
El «usted», la tarima, la distancia, el poder tiránico, la memorización
irreflexiva, la sumisión... (el llamado respeto) no son más que liturgias de
una situación de poder, producto de una época que mejor olvidar.
El verdadero respeto al profesorado no depende de una palabra. Siempre me
llamaron de tú, siempre fui el maestro Cristóbal, sin usted, sin tarima, sin
estrado, sin distancia... Pero siempre sentí respeto a mi trabajo y a mi
persona, tanto del alumnado como de sus familias.
Alguien dijo que la realidad es un delirio colectivo. Las cosas son lo que
todas las personas decimos que son. Así construimos religiones, naciones,
buenos y malos y simplicidades. Y es que la realidad es una construcción
social. Pues observo que se está construyendo un relato de la realidad bastante
simplista, por gente interesada, que está fomentando una narración falsa de
realidad con argumentos como que el problemas está en que se está perdiendo el
«usted», y la ciudadanía lo está asumiendo de forma delirante.
Es por eso que necesitamos, hoy más que nunca, una actitud crítica, que contraste información, que ponga en entredicho las narraciones simplistas, que se atreva a pesar de forma autónoma y ose someter sus ideas al veredicto de la ciencia, la reflexión, la filosofía y la crítica; porque es necesario crear pensamientos más solidarios, más empáticos y humanos que acepten la diversidad y la complejidad del mar en el que, irremediablemente, estamos navegando.
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