A un sabio camarero (toda
persona sabe que quien está detrás de la barra de un mostrador ha escuchado lo
suficiente como para ser un filósofo de la vida) le preguntaron que de dónde era
su hijo adoptado. El veterano camarero respondió: no sabemos, aún no habla. Cuando hable ya sabremos el idioma y de dónde
proviene.
El camarero hizo un
chiste, pero la ingenua clientela se sintió complacida; tenía la creencia errónea
de que somos seres biológicamente determinados. No sabía que el lenguaje, como
la identidad, es una construcción social.
Cuenta Umberto Eco que
Federico II de Sicilia, en el siglo III, quiso saber si el idioma primigenio de
la humanidad era el hebreo, como indicaban sus asesores religiosos. Para ello,
encerró a unos infantes con sus nodrizas con la consigna de que los cuidaran,
los amamantaran y los lavaran, pero que no tuvieran comunicación con ellos. El
caso es que, al cabo de un tiempo, los infantes conversaron con Dios. No, no hablaron en el idioma hebreo que
pronosticaron sus asesores, sino que murieron. Porque el ser humano vive
gracias a la palabra, al afecto y la conexión emocional, y esos bebés no lo
tuvieron.
En la construcción de un
ser humano hay algo más que el cuidado y el alimento. Es necesaria personas que
den sentido y humanicen los movimientos, aleteos, llantos y risas que los bebés
expresan por simple estímulo interno. Existe un halo mágico que humaniza cuando
una persona hace algo con lo que el bebé emite.
No podemos negar la base biológica
que nos determina como especie pero, para ser un ser humano, no es suficiente.
Somos los únicos mamíferos que nacemos sin terminar, que nos completamos fuera
de la madre. Quizás la posición bípeda del homo
erectus fue la causa. Nos lo cuenta Juan Luis Arsuaga en sus descubrimientos de Atapuerca. Al adquirir una posición erguida y estrechar las caderas,
la mujer parió un ser sin acabar para que pudiera salir por sus entrañas. Por
eso el ser humano nace inmaduro y se completa después de haber nacido.
Dicen los científicos que
una criatura humana nace incompleta, que viene al mundo solo con un tercio de
su cerebro desarrollado. En los primeros tres años, completa el ochenta por
ciento de sus posibilidades. Así que ya sabemos de la importancia de los
primeros años de vida y las posibilidades educativas de la primera infancia.
Debemos, por tanto, dar
importancia a la crianza en los primeros años de vida en las familias, en la
calle, en los centros educativos, en los parques…, o con las pantallas. Cada
contexto tendrá sus consecuencias.
Aprendemos a andar sobre
el primer año; a hablar, a partir de los dos, y a pensar… Algunas personas no
lo consiguen en toda su vida. Fuera de broma, los humanos somos irremediablemente
seres sociales. Nos hacemos humanos en la interacción de los demás y con el
contexto social y cultural en el que nos desenvolvemos.
El lenguaje es una
construcción social. Esto supone cariño, escucha, miradas, mimos y música
emocional. La inteligencia artificial nunca podrá educar ni enseñar una lengua
a una criatura. Porque no es cuestión de algoritmos sino de piel, de risas, de
emociones compartidas, de inteligencia humana, de mirada a los ojos, de
escucha, de dar sentido a la otra persona, de digerir los estímulos deseantes y
convertirlos en complicidad sentida. Solo así construimos personas humanas.
Por eso, además de
aprender didácticas y pedagogía, las maestras y maestros, debemos ser personas
reflexivas, sintientes y molientes con capacidad de conexión, personas que den
sentido a los desvaríos de nuestro alumnado. Solo así construiremos ciudadanos
reflexivos y sensibles, a seres humanos saludables.
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