Una frase de Confucio, y
hace años ya de eso, nos da la clave para la innovación educativa:
«Me
lo contaron y lo olvidé; lo vi y lo entendí; lo hice y lo aprendí».
Pero seguimos contando, mostrando,
explicando, demostrando…, de forma convincente, cada trocito de conocimiento en
las escuelas. Así solo provocaremos que el alumnado siga reproduciendo lo que aprendimos
en otros tiempos, pero no conseguiremos mejorar la educación. Porque se aprende
haciendo.
Hannah Arendt, la filósofa
que puse en jaquea la filosofía, en su obra La
condición humana, dice que los filósofos se han ocupado del conocimiento,
cuando de lo que hay que ocuparse es de la acción. Recuerda la enseñanza de
Confucio: «lo hice y lo aprendí».
Quizás necesitamos una
Filosofía del hacer. Filosofar es pensar, lógicamente, pero necesitamos un
pensamiento que surja de la acción, a la vez que hacemos lo que pensamos. Esa
es la coherencia educativa, hacer a la luz del pensamiento. Quizás esa deba ser
la esencia de una educación iluminada por la filosofía.
En el aula de Infantil,
tenemos ambientes diversos con distintas posibilidades de actividad. El
alumnado puede hacer infinitas actividades en el rincón de naturaleza, en el de
juegos lógicos, en la biblioteca, en los talleres, en la máquina de luz, en el
patio, en el rincón de juego simbólico o en el aula de usos múltiples. Así van desarrollando
la autonomía, la socialización, el lenguaje y la autodisciplina: ¿Quieres
saltar? pues tiene que ser en aquel espacio. ¿Quieres pintar?, debes hacerlo en
el lugar adecuado y luego limpiar lo que ensucies. ¿Quieres jugar? pero no
puedes molestar a los demás. Son los espacios y el funcionamiento del aula los
que limitan el comportamiento y permiten el aprendizaje. Así ayudamos a
desarrollar la capacidad de frustración, evitamos las conductas desafiantes y
damos posibilidades educativas al alumnado de diversas capacidades.
Es necesaria una conexión
afectiva con las niñas y los niños de aula, pero debemos huir de establecer una
relación de dependencia con el alumnado: decirle siempre lo que deben hacer,
valorar su trabajo (está bien o está mal), evaluar constantemente… Porque
nuestra tarea es enseñarles a que sean autónomos y libres, evitando la
dependencia del adulto. Es necesario
diferenciar lo que son relaciones de vínculo, de cariño, de amor, de
afectividad…, con relaciones de poder, de saber-poder. Educamos para ayudar a
las niñas y niños en su desarrollo, no para diagnosticar sus carencias y,
menos, para proyectar nuestras dificultades.
Pero además de hacer, hay
que enseñar a pensar. Dice el filósofo español Emilio Lledó:
«A
mí me llama la atención que siempre se habla, y con razón, de libertad de
expresión. Es obvio que hay que tener eso, pero lo que hay que tener, principal
y primariamente, es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mí la libertad
de expresión si no digo más que imbecilidades? ¿Para qué sirve si no sabes
pensar, si no tienes sentido crítico, si no sabes ser libre intelectualmente?»
La escuela cambiará si enseñamos
desde la acción, pero siempre reflexionando sobre lo que hacemos. Así se crea
una ciudadanía autónoma, crítica y libre.
Necesitamos actuar a la
luz de la filosofía, para construir este mundo de otra manera; solo así
cambiaremos la escuela, la sociedad en la que vivimos y, quién sabe si también,
el mundo.
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