No somos células, no somos tejidos, no somos órganos, ni tan siquiera somos organismos. Somos personas con conciencia construidas en sociedad.
Por tanto, educar es crear un colectivo
de personas conscientes, autónomas, sociables, responsables, reflexivas, empáticas,
solidarias y éticas. No se construyen individuos aislados. Somos,
irremediablemente, seres sociales. Para educar se requiere de la colectividad. Educa
la tribu entera y se educa a toda la tribu, lo demás es la ley de la selva.
Así que la finalidad de la educación es
crear grupos cooperativos, comunidades, ciudadanía solidaria y responsable,
sociedades felices y bien avenidas.
El individuo es una falsa construcción
de la cultura imperante. Nos sentimos individualidad pero nos debemos a la
comunidad, porque ella nos construyó. Esta es la paradoja en la que vivimos: somos
seres sociales aunque nos sintamos individualidades.
Debemos ser seres críticos con la
sociedad que nos construyó. Es pura dialéctica. No somos tan libres como
creemos, nos debemos a la comunidad; aunque debemos seguir intentando ser
individualidades, tomando conciencia de nuestros lastres familiares y sociales.
Para que una persona sea autónoma,
disciplinada y responsable, es necesario construir sujetos sintientes que
reflexionen sobre sus acciones teniendo en cuenta al resto de la humanidad. Un
comportamiento adecuado requiere de cierta autodisciplina, con gestión de las
emociones ante la complejidad con que el mundo nos interpela. Es necesario
asumir los desajustes y las contradicciones que la compleja vida nos genera. Y
eso solo es posible teniendo en cuenta la sociedad en la que vivimos.
Debemos, por tanto, asumir una mirada holística,
solidaria, empática, inclusiva y diversa.
La felicidad, o es colectiva o no es.
Los destellos de emociones desatados en un «like» en las redes sociales
no es más que un chute de adrenalina momentáneo que nos deja con ganas de más.
El bienestar debe ser social, duradero, estable, equilibrado y contenido. Los
altibajos nunca fueron buenos, y el egocentrismo menos. Porque detrás de una
emoción desorbitada siempre hay un bajón irremediable. Solo un bienestar lento
y compartido nos hace vivir en paz y armonía. Y eso solo es posible en
sociedad.
Difícil tarea la de educar hoy día.
Porque en estos tiempos hedonistas, liberales, individualistas, de «selfies»
y postureo, de satisfacción inmediata y necesidades vanas, la felicidad llega a
ráfagas fugaces a nivel individual, y nos hacen salivar durante segundos, pero
nos deja con ganas de más. El resto del tiempo estamos deprimidos e insatisfecho.
Porque la verdadera felicidad siempre fue del grupo, de la pareja, de las
amistades, de la familia, de comunidades, de los pueblos… Solo la felicidad compartida
es perdurable.
Desde la escuela debemos realiza
actividades de grupo, de cooperación, de ayuda… para construir personas
sociables. Es la única posibilidad. Vamos en el mismo barco. O nos hundimos o salimos
a flote juntos, aceptando las diversas opiniones, la complejidad de este mundo,
la aceptación de la incertidumbre.
Dice José Antonio Marina en su último
libro (El deseo interminable, Ariel, 2022): que se haya puesto de
moda la felicidad individual es catastrófico, porque se está diciendo que cada
uno piense en su felicidad psicológica rompiendo la relación de la felicidad
social, con la justicia, con la ética y con la felicidad pública.
Se está limitando a las personas a su
felicidad egocéntrica, rompiendo la posibilidad de una felicidad social. Es una
vuelta al narcisismo. Las propuestas de la psicología positiva son
reaccionarias y antiéticas. Estamos en una pobreza intelectual y un absoluto
colapso del pensamiento crítico.
Si no buscamos una verdad colectiva
reinará la ley del más fuerte. Necesitamos, hoy más que nunca, un pensamiento
crítico desde una perspectiva social. Quienes educamos debemos tener en cuenta que
nos enfrentamos a la complejidad de una sociedad diversa y, en ella, es difícil
luchar por una vida más justa y una felicidad más duradera sin contar con el
resto de humanidad.
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