El título ya me embriaga,
por sinestésico y poético: el color blanco comulgando con ruidos biológicos que
llegan al oído de un bebé desde el vientre de una madre. Es un creativo invento
de emprendedores audaces, que maridaron el ruido de la sangre con la pureza y
ternura del blanco inmaculado de un bebé recién nacido. Nunca expertos en
márquetin estuvieron tan precisos y fueron tan audaces. Parece que quisieran
vender algo.
Cuando conocí el concepto
de ruido blanco indagué. Suelo dudar,
por principio, de las nuevas teorías sobre la crianza de la infancia, porque suelen
ser una moda pasajera. Y es que he visto muchos esnobismos sobre la crianza. Primero el “Duérmete niño”, ese libro que se convirtió en «best seller» incitando a maltratar a la infancia dejándolas llorar
hasta reventar. Este método fue ideado en 1985 por el pediatra estadounidense Richard Ferber, y en España fue
popularizado por doctor Eduard Estivill.
Luego vino el “Baby
Einstein”, con el que la productora de Walt
Disney descubrió que los miedos de las familias sobre la crianza eran
un nicho de mercado prometedor. Vendieron millones de discos con simplificaciones
de la grandiosa obra de Mozart y la promesa de crear generaciones de
superdotados. He aprendido que toda nueva ocurrencia para mejorar el desarrollo
de la infancia debemos ponerla en entredicho porque, detrás, siempre se esconde
el mercado.
Y eso hice con la moda del
«ruido blanco», ponerlo en stand by. Tuve una intuición: quizás el
mercado actual esté detrás de esta ocurrencia. Así que busqué en internet el
concepto en una conocida multinacional de reparto a domicilio por si sabían
algo al respecto. Resulta que ofrecen cientos de artefactos que emiten ruido blanco por un módico precio,
prometiendo la seguridad y la tranquilidad ante un vástago que nos soliviante
cada noche con su llanto. Es la panacea. Un sonido de secadora que promete
dormir al infante en un pis pas.
Lo siguiente que hice es
indagar en publicaciones científicas sobre el tema, y no encontré investigación
concluyente sobre las bondades de ese sonido tan de moda para dormir a bebés.
No es baladí que el
creador del concepto fue un vendedor ambulante que en 1962, buscando una
solución para el insomnio de su esposa, descubrió que el sonido del aire
acondicionado ayudaba a dormir a su mujer. Y en su garaje construyó una máquina
que replicaba ese sonido, convirtiéndose hoy en número el uno en ventas bajo la
firma de Marpaz.
Reflexiono sobre el tema y
me pregunto: ¿Puede una máquina suplantar la crianza? ¿Debe un artefacto
tranquilizar a un ser humano? Y en caso de que funcione, ¿estaremos creando un
condicionamiento con ese sonido para poder dormir durante toda la vida? ¿Puede
el mercado sustituir al arrullo de ser humano? ¿Debemos delegar nuestra
responsabilidad de crianza a un artefacto?...
Concluyo que todo lo que
nos ofrece el mercado debemos ponerlo en cuarentena, porque nadie da duros a
cuatro pesetas. En esta época de economía liberal, hay que estar muy atentos,
porque conocen nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestros miedos,
nuestras necesidades, nuestras incertidumbres, nuestros deseos. Y están al
acecho para vendernos humo por mucho dinero.
La creación de un ser
humano solo es posible gracias a otro ser humano, con deseo y emoción, sin
artefactos que mediaticen, que
metabolice, interprete y dé sentido a los desvaríos deseantes de bebés
que fueron biología, pero demandan interacciones sensibles para convertirse en
personas. Así que para dormir a nuestros bebés debemos hacer lo que siempre hicieron
nuestras abuelas: acunarles, abrazarles, contarles cuentos y susurrar canciones
de cuna. Nunca debería el mercado sustituir el arrullo de un humano.
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