Vivimos en un mundo vertiginoso
y virtual, en el que nos enfrentamos a dificultades personales sin percatarnos
de que los desajustes emocionales tienen una gran carga social y, por tanto,
una responsabilidad política, económica y educativa. La solución no puede ser
sólo, aunque necesaria, la terapia individual. Quizás la educación tenga algo
que aportar en la prevención de una vida más saludable.
Los Centros Educativos
soportan el deterioro de la salud mental de la infancia en estos tiempos
convulsos, y el profesorado se muestra desbordado. Para cambiar el statu quo primero hay que hacer
un buen diagnostico del problema. Es necesario indagar en la multitud de causas
sociales, culturales, económicas, familiares… que alumbren la compleja realidad,
para poder intervenir de manera adecuada.
Veo en las noticias, ya
sean en radio, periódicos de todas las tendencias o redes sociales, que la
problemática de la salud mental se simplifica. Siempre se trata de forma
individual: persona emocionalmente inestable, víctima, especialista en salud
mental, protocolo de convivencia con medidas punitivas individuales, etc.
Es necesario el abordaje
individual de los problemas en situaciones de emergencia, pero necesitamos
comprender los problemas desde una visión más global. Es imprescindible
analizar la sociedad actual, los conflictos sociales existentes, la cultura
imperante, las crisis económicas, los nuevos valores, el ritmo de vida, la
incidencia de las redes sociales...
Desde la educación debemos
intervenir, de alguna manera, ante tanto desajuste. En los centros educativos
se manifiestan todos los conflictos
sociales aunque sus causas estén fuera, porque la escuela obliga a permanecer
de 5 a 6 horas diarias a toda la población menor de 16 años. Los centros educativos acogen, durante ese
tiempo, a toda la población infantil y juvenil; por tanto, algo deberíamos
poder hacer con la salud mental de nuestros jóvenes.
Según el Instituto
Nacional de Estadística, en 2021 se
suicidaron 314 menores de edad. 22 de
esos fallecidos tenían menos de 15 años. Por cada suicidio consumado hay más de
cien intentos. La juventud que se quita la vida, o pasa por periodos de
conflicto emocional, vive durante muchas horas diarias en instituciones
educativas. Por tanto, algo debemos hacer para prevenir este problema tan
acuciante. Al menos podríamos educar de forma más saludable para contribuir a
contener tanto fracaso social.
Está de moda la enseñanza
de las emociones a raíz de los problemas de salud mental, tan demandada por la
sociedad. Pero, a veces, se programan actividades para el desarrollo emocional
de forma específica, descontextualizada, sin tener en cuenta el funcionamiento
de los centros educativos, las necesidades de la infancia y la problemática
social. Creemos que la salud emocional hay que trabajarla de forma trasversal:
en las metodologías, en las actividades, en los contenidos, en el apoyo a las
familais y en toda la vida de del aula y de la comunidad educativa.
Hace años que en Educación
Infantil trabajábamos la salud mental de forma integral. Lo dejé reflejado en un
artículo publicado en la revista Cuadernos
de Pedagogía titulado Libros que
hablan del cuerpo y del alma. Una alternativa al libro de texto en Educación Infantil.
([1])
En este escrito se
describe cómo trabajábamos en el aula actividades saludables que tienen en
cuenta la educación sentimental, las relación
es afectivas, la expresión de emociones y demás materias del alma. Sin
saberlo, estábamos incidiendo en la prevención de la salud mental, hoy día tan
demandada.
El artículo recoge la
construcción de cuatro libros realizados por el alumnado a partir de
experiencias vividas en el aula: El libro
de mi cuerpo, El libro de los juegos, El libro de mi vida y El libro de mis
fantasías. Comenzaban con actividades con el cuerpo en movimiento, buscando
aflorar emociones y sentimientos; continuaban con actividades de relaciones
sociales: bailes, canciones cuentos, poesías y juegos, en donde se creaban
conexiones amorosas; luego planteaban espacios para la expresión de lenguaje
emocional en grupo, acabando con la materialización de un libro individual con
dibujos y texto escrito en donde se plasmaba lo trabajado. Después de vivir mil
experiencias, sólo entonces, pasábamos al papel para dejar reflejado lo
sentido, compartido y disfrutado cada día. Así, a lo largo de semanas, íbamos
construyendo textos con experiencias vividas, libros que hablaban del cuerpo y
del alma.
La necesidad de actuar
desde la escuela para mejorar la salud mental de la ciudadanía y prevenir futuras
locuras es indiscutible. Pero, como
todo lo que se aprende bien, debemos hacerlo en contextos emocionales, con
actividades funcionales y metodologías inclusivas, aceptando la diversidad y provocando
conexiones amorosas.
Es necesario actuar en
todo el contexto educativo, crear una cultura saludable en todas las liturgias
de la escuela. La salud mental se genera en las entradas y salidas al cole, en
los patios de recreo, en las metodologías, con profesorado competente, con
familias colaborativas, con direcciones vigilantes y personal no decente de visión educadora. Para mejorar la salud
mental del alumnado debe arrimar el hombro toda la tribu. Para ello, el profesorado necesita formación en estos temas.
Porque una escuela
saludable es la que alberga risas, bailes, canciones y complicidad. La que
establece conexiones amorosas, con actividades del cuerpo, con la mirada y la
escucha siempre presente; estableciendo múltiples vías de comunicación, creando
debates, encuentros, reflexiones, análisis, valoraciones, reconocimientos y abrazos;
la que tiene huerto y flores, y sale de excursión al barrio y a la naturaleza...
En definitiva, una escuela
es saludable si enseña la diversidad del mundo en que vivimos e indaga sobre lo
que somos transmitiendo los
conocimientos necesarios para asumir los sufrimientos y placeres que nos brinda
la vida.
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