Dice Eduardo Galeano que «todos
somos mortales hasta el primer beso y la segunda copa de vino». A partir de
ahí, la sensación de trascender la propia existencia y transitar la eternidad
se apodera de la persona. Es una sensación peligrosa, pero sumamente agradable
y creativa. Es una sensación de inmortalidad que te hace bajar la guardia,
vivir más intensamente y ser alguien esencial.
Vivir parapetado no es vida. Porque educamos si nos mostramos
tal cual somos, si nos damos, si dejamos expresarse al alumnado y oímos sus
dificultades y deseos desde la escucha atenta de personas adultas sensibles y
sinceras.
Solo educaremos si nos mostramos como seres humanos
sintientes. Porque la educación va de conexiones amorosas, de navegar en mar
abierto, de darse, de trasmitir sentimientos, conocimientos emocionales y
deseos.
Pero ¡cuidado! que navegamos, a menudo, en un mar social
traicionero. Debemos abrir la mente en contextos inapropiados. Hay inconvenientes
atrincherados que buscan nuestra vulnerabilidad en todo momento.
Sufrí el acoso de algunos colegas y de direcciones de colegios,
que me percibieron como peligroso porque trabajaba de otra manera. Aunque sufrí
por ello, siempre comprendí que fui un agente patógeno que amenazaba lo
establecido. Poner en cuestión al sistema supone sufrir las embestidas lógicas
de defensa del sistema. Así funcionan las organizaciones sociales. Es lo que
hay. Pero seguí trabajando a corazón abierto.
Siempre tuve de mi lado a las familias para educar a sus
vástagos. Pero una vez sufrí a un padre en contra de mi labor docente. Estaba
en una lucha ideológica para poner uniformes a todo el alumnado en un centro
público; y, como no estuve de acuerdo, embistió contra mi persona. Buscó todo
los resortes del sistema para desprestigiarme. Menos mal que yo siempre ayudé a
su hijo en sus dificultades, y no entré en pugna política. Siempre mostré mi
preferencia por la diversidad del alumnado, y apoyé a quienes tenían
dificultades, a pesar de sus familias.
Tuve una alumna que siempre estaba retando. El «no» era su
primera opción, nada le venía bien. De ella aprendí que para decir sí había que
tener los pies, muy estables, en la tierra. Y ella volaba por mil planetas
insatisfecho. Mi posición educadora no podía ser la confrontación, sino ser un
mar de amor amortiguando las embestidas con mis plácidas olas.
Conviví con un alumno que no sabía lo que quería y siempre me
retaba. Su familia andaba conspirando junto a la dirección del centro,
intentando justificar sus desvaríos, no asumiendo las dificultades de su hijo.
Mientras, yo me mostraba humano en el aula, intentando indagar en las
dificultades de ese niño que me retaba. Pronto descubrí que estaba
excesivamente empoderado por unos padres que no aceptaban los desequilibrios de
su hijo y buscaban una justificación desesperada fuera de su vástago.
Siempre hubo quien me aconsejó que me parapetara, que no siguiera
mostrándome, exponiéndome tal cual soy. Esa era la mejor solución para no
sufrir demasiado. Pero yo continué luchando a corazón abierto. Amé a ese alumnado
díscolo una y otra vez, mostré mi sonrisa más sincera a las familias, aún
sabiendo que me hacían mal. Siempre creí que debemos mostrar lo que somos a
pesara de las amenazas. Solo así podremos educar.
Ya sé que contradice la perspectiva psicológica de moda: mostrar
seguridad, simular fortaleza, fingir, empoderarse, no admitir debilidades… Pero
solo educaremos si nos mostramos tal cual somos, a corazón abierto, para que
nuestro espejo refleje en la infancia una imagen ética y verdadera.
Así que, sírvanse un par de copas: una de vino y otra de abrazos.
Quiero decir que para educar debemos mostrarnos tal y cómo somos, y conectar
con el alumnado a corazón abierto. No hay otra posibilidad educadora, aunque
tengamos que soportar los lógicos inconvenientes de quienes tienen miedo a que
algo cambie y algunas embestidas a destiempo.
Si luchas a contracorrientes debes asumir los envites de
quienes se resisten, de la tradición, de lo que se hizo siempre, de
organizaciones que se defienden contra toda amenaza de cambio.
Para educar debemos mostrar lo que somos, compartir
sentimientos, conectar… Pero teniendo cuidado, para que nadie nos dañe, para,
así, poder seguir educando. Porque solo, a corazón abierto, podemos educar.
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