18 de diciembre de 2025

LA CARA ES EL ESPEJO DEL ALMA

La cara es la primera representación que los bebés construyen de sí mismos. A través del rostro de su madre y su padre, quienes le devuelven la mirada, el bebé empieza a reconocerse y a formar las bases de su identidad. La evidencia científica sobre el desarrollo del esquema corporal señala que este proceso comienza, precisamente, por la cara. No es casual que los primeros dibujos infantiles sean un gran círculo simulando un sol: es su manera de representar la cara. Más adelante añaden extremidades y otros detalles, y así van consolidando la conquista del esquema corporal y la autoimagen.

El rostro actúa como significante del yo visible, germen de la identidad y punto de partida para la conexión con el Otro, con el mundo y con la conciencia de sí mismo. Nuestro lenguaje cotidiano confirma esta importancia simbólica del rostro. Expresiones como dar la cara (responsabilidad), tener cara dura (descaro), poner cara de póker (ocultar emociones) o al mal tiempo, buena cara (actitud positiva)… muestran que la cara es un territorio cargado de valores emocionales, éticos y culturales. Por eso se dice que la cara es el espejo del alma: en ella se refleja nuestra transparencia interior al relacionarnos con los demás.

La riqueza simbólica continúa en expresiones como romperse la cara (esforzarse o enfrentarse), poner cara de perro (mostrar enfado), tener la cara larga (tristeza), ir a cara descubierta (actuar con honestidad), enfrentarse cara a cara (sin intermediarios), sacar la cara por alguien (defender), a cara o cruz (dejar en manos del azar una decisión) o con qué cara (señalar desfachatez). Incluso tener monos en la cara, cuando alguien nos mira fijamente, subraya cómo el rostro es un espacio de comunicación constante.

He tenido gemelas en clase, que solo yo identificaba por la expresión de los ojos. Las demás compañeras, después de tres años, no eran capaces de llamarlas por sus nombres. En cambio, sus iguales sabían perfectamente quién era cada cual. Y es que los niños y niñas de primera infancia tienen una mirada que apunta directamente al alma y no suelen fallar para identificar la esencia de cada persona.

Por tanto, la cara se convierte en un elemento fundamental dentro del aula. Es el espejo donde niños y niñas observan, interpretan y expresan emociones, descubren su identidad y reconocen a las demás personas. Así, la cara no solo refleja emociones, sino que se convierte en un símbolo de identidad y de socialización.

Cara a cara en el aula de Educación Infantil

En Educación Infantil, mirarse cara a cara no es solo un gesto, es una experiencia pedagógica esencial. La interacción visual favorece el vínculo, la comprensión emocional y la comunicación auténtica. Mirar el rostro de otra persona ayuda a reconocer gestos, estados de ánimo y necesidades, y es la base de una convivencia empática.

Recuerdo el día que hicimos una actividad para desarrollar la autoestima. Pasamos una cajita con un espejo dentro y al abrirla cada cual debía decir: eres la persona más importante del mundo. Brotaron sonrisas por doquier al verse reflejados en el espejo. Aunque también hubo una sorpresa desagradable: no todo el mundo tiene una buena relación con sí mismo.

Es importante en la escuela infantil ponerse frente al espejo, para afrontar lo que somos, y así ir tomando conciencia de nuestro cuerpo y de quienes somos. Porque no solo miramos al espejo sino que el espejo nos mira y nos interroga. Y en ese diálogo vamos construyendo nuestra identidad. He visto, a veces, cómo cierto alumnado rompe el cristal, rechazando la imagen que tiene de sí mismo. Ya se sabe que agua turbia no hace espejo. Y es que nuestra imagen no miente, nos muestra tal como somos. Alguien que no es capaz de mirarse al espejo de frente tiene una dificultad de aceptación e inseguridad.

En la escuela debemos mirarnos a los ojos, cara a cara, como en un espejo. Así nos adentramos en el alma de la otra persona. Los maestros y maestras debemos sostener esa mirada para que la aprendan. Así se reconocen y se sienten aceptados. En clase es necesario jugar frente al espejo a disfrazarse, poner muecas o pintarse la cara. Mediante el juego el alumnado va construyendo su identidad.

Además, la cara alberga los órganos que nos conectan con el entorno: los ojos, con los que vemos; la nariz, con la que olemos y respiramos; las orejas, con las que escuchamos; la boca, que nos permite comer, hablar y besar; y el pelo, que nos protege y adorna. A través del rostro, los niños exploran sensaciones, comunican estados de ánimo y comienzan a comprender el complejo lenguaje emocional humano. Y por supuesto, es necesario recordar a las personas que presentan dificultades con algún sentido y lo compensan desarrollando otras capacidades de forma deslumbrante.

Es necesario trabajar en el aula todos los sentidos de forma vivencial. No sirve actividades rutinarias de colorear dibujos de ojos, bocas y narices.  Es imprescindible experimentar con luces y transparencias el sentido de la vista, traer frutas de verdad a diario para degustar, oír música cada día siendo consciente de cómo el sonido entra en nuestro cuerpo por el oído y nos atraviesa el corazón... También es necesario otros sentidos que tenemos olvidados: el vestibular y propioceptivo, y desarrollarlos mediante juegos de trepar, correr, arrastrar, girar, tirar, bailar o cerrar los ojos y movernos para sentir los movimientos de nuestros cuerpos.

La asamblea es el momento privilegiado del “cara a cara”. Sentados en círculo, el alumnado puede verse entre sí, escuchar con atención, compartir el turno de palabra, descubrir cómo cambian las caras según lo que cada cual expresa. En ese espacio, el rostro se convierte en un instrumento de comunicación: es donde se refleja la alegría por participar, la timidez del que empieza a hablar o la sorpresa ante lo que otro cuenta. Mirarse permite construir un sentimiento de grupo y pertenencia.

Los juegos de interacción —como imitar gestos, adivinar emociones, jugar al espejo o al “veo-veo” de las expresiones— fomentan que las niñas y los niños se observen mutuamente. El juego cara a cara mejora la conciencia emocional, la lectura de señales no verbales, la coordinación social, el respeto del turno, la comprensión del otro. El rostro, en este contexto, se convierte en un canal lúdico de aprendizaje.

Actividades plásticas como dibujarnos con diferentes expresiones, pintar autorretratos, explorar las emociones con fotografías o realizar collages con distintos materiales y colores que expresen emociones, son experiencias sinestésicas muy interesantes. Además, constatamos que cada cara es especial, ojos de distintos colores, pelos a su aire cada cual, dando la posibilidad de reflexionar a partir de fotos de personas de diferentes etnias, culturas y lugares del mundo.

También es interesante dialogar sobre la diferencias de géneros rompiendo estereotipos a partir del pelo o la vestimenta. Pero más interesante aún es sentirnos miembros de una estirpe, de una familia. Para ello podemos mandar a casa una ficha para que registren de quién es nuestra nariz, nuestra boca, nuestro pelo…, a quienes nos parecemos. Y esa información compartirla en el aula. Así vamos construyendo nuestra imagen, lo que somos y de dónde venimos.

La narración de cuentos es una herramienta poderosa para trabajar las emociones  porque ayudan a los niños y niñas a identificar lo que sienten, ponerle palabras y aprender a gestionar emociones de forma positiva.

La dramatización de cuentos, el baile, el trabajo en parejas, el mimo, las canciones o cualquier tipo de expresión corporal permite que los niños se reconozcan y expresen sentimientos y comprendan que cada cual es único y especial.

Para trabajar la identidad, los sentimientos y emociones en la escuela hay que comenzar por el rostro porque, como es sabido, la cara es el espejo del alma.

Cristóbal Gómez Mayorga y María José Benítez Suárez