La cara es la primera representación
que los bebés construyen de sí mismos. A través del rostro de su madre y su
padre, quienes le devuelven la mirada, el bebé empieza a reconocerse y a formar
las bases de su identidad. La evidencia científica sobre el desarrollo del
esquema corporal señala que este proceso comienza, precisamente, por la cara.
No es casual que los primeros dibujos infantiles sean un gran círculo simulando
un sol: es su manera de representar la cara. Más adelante añaden extremidades y
otros detalles, y así van consolidando la conquista del esquema corporal y la
autoimagen.
El rostro actúa como significante del
yo visible, germen de la identidad y punto de partida para la conexión con el Otro, con el mundo y con la
conciencia de sí mismo. Nuestro lenguaje cotidiano confirma esta importancia
simbólica del rostro. Expresiones como dar la cara (responsabilidad), tener
cara dura (descaro), poner cara de póker (ocultar emociones) o al
mal tiempo, buena cara (actitud positiva)… muestran que la cara es un
territorio cargado de valores emocionales, éticos y culturales. Por eso se dice
que la cara es el espejo del alma: en ella se refleja nuestra transparencia
interior al relacionarnos con los demás.
La riqueza simbólica continúa en
expresiones como romperse la cara (esforzarse o enfrentarse), poner
cara de perro (mostrar enfado), tener la cara larga (tristeza), ir
a cara descubierta (actuar con honestidad), enfrentarse cara a cara
(sin intermediarios), sacar la cara por alguien (defender), a cara o
cruz (dejar en manos del azar una decisión) o con qué cara (señalar
desfachatez). Incluso tener monos en la cara, cuando alguien nos mira
fijamente, subraya cómo el rostro es un espacio de comunicación constante.
He tenido gemelas en clase, que solo yo
identificaba por la expresión de los ojos. Las demás compañeras, después de
tres años, no eran capaces de llamarlas por sus nombres. En cambio, sus iguales
sabían perfectamente quién era cada cual. Y es que los niños y niñas de primera
infancia tienen una mirada que apunta directamente al alma y no suelen fallar
para identificar la esencia de cada persona.
Por tanto, la cara se convierte en un
elemento fundamental dentro del aula. Es el espejo donde niños y niñas
observan, interpretan y expresan emociones, descubren su identidad y reconocen
a las demás personas. Así, la cara no solo refleja emociones, sino que se
convierte en un símbolo de identidad y de socialización.
Cara a cara en el aula de Educación Infantil
En Educación Infantil, mirarse cara a cara no es solo un
gesto, es una experiencia pedagógica esencial. La interacción visual favorece
el vínculo, la comprensión emocional y la comunicación auténtica. Mirar el
rostro de otra persona ayuda a reconocer gestos, estados de ánimo y
necesidades, y es la base de una convivencia empática.
Recuerdo el día que hicimos una
actividad para desarrollar la autoestima. Pasamos una cajita con un espejo
dentro y al abrirla cada cual debía decir: eres la persona más importante
del mundo. Brotaron sonrisas por doquier al verse reflejados en el espejo.
Aunque también hubo una sorpresa desagradable: no todo el mundo tiene una buena
relación con sí mismo.
Es importante en la escuela infantil
ponerse frente al espejo, para afrontar lo que somos, y así ir tomando
conciencia de nuestro cuerpo y de quienes somos. Porque no solo miramos al
espejo sino que el espejo nos mira y nos interroga. Y en ese diálogo vamos
construyendo nuestra identidad. He visto, a veces, cómo cierto alumnado rompe
el cristal, rechazando la imagen que tiene de sí mismo. Ya se sabe que agua
turbia no hace espejo. Y es que nuestra imagen no miente, nos muestra tal como
somos. Alguien que no es capaz de mirarse al espejo de frente tiene una
dificultad de aceptación e inseguridad.
En la escuela debemos mirarnos a los
ojos, cara a cara, como en un espejo. Así nos adentramos en el alma de la otra
persona. Los maestros y maestras debemos sostener esa mirada para que la
aprendan. Así se reconocen y se sienten aceptados. En clase es necesario jugar frente
al espejo a disfrazarse, poner muecas o pintarse la cara. Mediante el juego el
alumnado va construyendo su identidad.
Además, la cara alberga los órganos que
nos conectan con el entorno: los ojos, con los que vemos; la nariz, con la que
olemos y respiramos; las orejas, con las que escuchamos; la boca, que nos
permite comer, hablar y besar; y el pelo, que nos protege y adorna. A través
del rostro, los niños exploran sensaciones, comunican estados de ánimo y
comienzan a comprender el complejo lenguaje emocional humano. Y por supuesto,
es necesario recordar a las personas que presentan dificultades con algún
sentido y lo compensan desarrollando otras capacidades de forma deslumbrante.
Es necesario trabajar en el aula todos
los sentidos de forma vivencial. No sirve actividades rutinarias de colorear
dibujos de ojos, bocas y narices. Es imprescindible experimentar con
luces y transparencias el sentido de la vista, traer frutas de verdad a diario
para degustar, oír música cada día siendo consciente de cómo el sonido entra en
nuestro cuerpo por el oído y nos atraviesa el corazón... También es necesario
otros sentidos que tenemos olvidados: el vestibular y propioceptivo, y
desarrollarlos mediante juegos de trepar, correr, arrastrar, girar, tirar,
bailar o cerrar los ojos y movernos para sentir los movimientos de nuestros
cuerpos.
La asamblea es el momento privilegiado del “cara a
cara”. Sentados en círculo, el alumnado puede verse entre sí, escuchar con
atención, compartir el turno de palabra, descubrir cómo cambian las caras según
lo que cada cual expresa. En ese espacio, el rostro se convierte en un
instrumento de comunicación: es donde se refleja la alegría por participar, la
timidez del que empieza a hablar o la sorpresa ante lo que otro cuenta. Mirarse
permite construir un sentimiento de grupo y pertenencia.
Los juegos de interacción —como imitar gestos,
adivinar emociones, jugar al espejo o al “veo-veo” de las expresiones— fomentan
que las niñas y los niños se observen mutuamente. El juego cara a cara mejora
la conciencia emocional, la lectura de señales no verbales, la coordinación
social, el respeto del turno, la comprensión del otro. El rostro, en este
contexto, se convierte en un canal lúdico de aprendizaje.
Actividades plásticas como dibujarnos con diferentes
expresiones, pintar autorretratos, explorar las emociones con fotografías o
realizar collages con distintos materiales y colores que expresen emociones,
son experiencias sinestésicas muy interesantes. Además, constatamos que cada
cara es especial, ojos de distintos colores, pelos a su aire cada cual, dando
la posibilidad de reflexionar a partir de fotos de personas de diferentes
etnias, culturas y lugares del mundo.
También es interesante dialogar sobre
la diferencias de géneros rompiendo estereotipos a partir del pelo o la
vestimenta. Pero más interesante aún es sentirnos miembros
de una estirpe, de una familia. Para ello podemos mandar a casa una ficha para
que registren de quién es nuestra nariz, nuestra boca, nuestro pelo…, a quienes
nos parecemos. Y esa información compartirla en el aula. Así vamos construyendo
nuestra imagen, lo que somos y de dónde venimos.
La narración de cuentos es una herramienta poderosa para
trabajar las emociones porque ayudan a los niños y niñas a identificar lo
que sienten, ponerle palabras y aprender a gestionar emociones de forma
positiva.
La dramatización de cuentos, el baile, el trabajo en
parejas, el mimo, las canciones o cualquier tipo de expresión corporal permite
que los niños se reconozcan y expresen sentimientos y comprendan que cada cual
es único y especial.
Para trabajar la identidad, los
sentimientos y emociones en la escuela hay que comenzar por el rostro porque,
como es sabido, la cara es el espejo del alma.
Cristóbal Gómez Mayorga y María José Benítez Suárez