Todos
nacemos con un hueco en las entrañas. Ese agujero que nos dejó el pecho de
nuestra madre en la boca, ese hueco que nos deja el primer abrazo en el alma.
Esa oquedad que solemos llenar de llantos, de comida, de angustia, o de nada.
Ese hueco es el origen del deseo, que nos arrastra por el mundo en busca de
cosas, de seres o de sombras. Es por eso que nos pasamos la vida llenando
nuestra boca con chucherías, tabaco, comidas o compras. Es por eso que nos
abrazamos a cualquier credo que nos salve.
Somos seres
incompletos que venimos al mundo a llenarnos de vida, de otros, de mundo, de
amores.
Todos
tenemos vacios que intentamos llenar. Los niños y niñas de la primera infancia
comienzan a tener su primer gran hueco, el que deja su madre. Y este inmenso
hueco, buscan llenarlo, con una voracidad extrema, cuando la mamá se aleja. Al
principio, con objetos que huelen a madre o a hogar: el trapito, el chupe, o el
juguete de apego. Más tarde, se sustituyen estos objetos por personas, y ahí
estamos los educadores para ofrecernos como vínculos. Al poco tiempo, si
sabemos retirarnos a tiempo, lo llenan con amigos. Si estamos acertados podemos
influir para que lo llenen de valores, de deseos de conocimiento, de capacidad
de trabajo, de disfrutes y de voluntad de saber. Si no estamos atentos los
llenarán de chuches, de ilusiones de ilusos, de falsos dioses y de consumo.
Durante
los primeros años de escolaridad, la separación de la familia, produce pérdida
de identidad. Se deja de ser parte de la madre o del padre durante un tiempo
para no ser nadie. Es una época convulsa, de ansiedad y pesadumbre. La
necesidad de ser, la necesidad de identidad es el principal modelador de la
personalidad de los niños y las niñas de estas edades. Es por ello que se
enganchan con cualquier personaje de la televisión que se les presenta como
héroe, con cualquier muñeco o muñeca que les calme el alma, con cualquier
personaje que se cuele en su corazón y llene su vacío emocional.
Cuando
vienen al cole por primera vez, vemos a niños y niñas deambular por el patio de
recreo como zombis vivientes, perdidos, angustiados, ansiosos. Buscando una
mano donde agarrarse, una mirada donde reflejarse, una sonrisa en donde
descansar, mientras vienen sus madres a recogerlos. A recoger sus pedazos.
Vienen sus familias y de nuevo los sacian de amor, llenan sus huequitos de
afectos, los colman de paz, los estabilizan emocionalmente. Así hasta que, poco
a poco, comienzan a soportar la pérdida, a asumir su huequito, a madurar su
espera, a posponer su plenitud.
3 comentarios:
¡¡PRECIOSO!!
experimentación, observación, manipulación, expresión y acompañantes que guían y no dirigen... ¡para llenar huequitos!
Cristobal!!!Me has tocado el alma!!.
Es increible lo bnito que has descrito el proceso de separación, el desarrollo de su yo, su evolución haciía la maduración, etc ..que pasan los niños.
Me ha encandilado como profesora y como madre.
Mil gracias por pensar tan bonito.
Celia
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