Cuando
volvamos al colegio ya nada será lo mismo, esta situación nos habrá cambiado de
alguna manera: algunos chicos y chicas vendrán con el miedo a cuestas, otros
con traumas no resueltos por el confinamiento. Muchos llegarán con deseo de ver
a sus amistades, otros con ganas de abrazar a sus maestras y maestros. Seguro
que entrarán en el centro con reparo y ganas al mismo tiempo. También el
profesorado será diferente: quizás más cariñoso y comprensivo, o más receloso y
reservado, quién sabe. El caso es que todas las personas seremos distintas. Unas
habrán madurado y otras se sentirán heridas.
Vislumbro
ese primer día de escuela, todos desbordados por emociones indescifrables. Imagino
al profesorado cargado de prisas y angustias: lo que se ha dado del temario de
mala manera, lo que aún nos queda, la evaluación final está cerca, que no nos da
tiempo, “ozú” que calor, y la inspección siempre amenazante.
Un
rato llevo escribiendo y aún no he citado la causa que nos ha tenido encerrados
y conectándonos a distancia durante tanto tiempo. Pues eso nos puede pasar, que
no seamos capaces de hablar de lo que nos ha ocurrido, que evitemos apresar con
palabras ese bicho tan pequeño que a muchas personas se ha llevado al cielo. Y,
ya se sabe, lo innombrable siempre es causa de desasosiego, angustia y miedo.
Después
de abrazarnos, la primera tarea que debemos abordar será decir a gritos: ¡se
acabó el coronavirus! Y nombrarlo, dibujarlo, escribirlo, cantarlo, hacer versos,
cuentos y teatros. Porque los traumas se enquistan si no sabemos expresarlos, ¡y
qué mejor forma de vencerlos que juntos en los centros educativos!
Este
confinamiento nos ha enseñado mucho, porque lo que no mata engorda, porque las
cosas importantes no se aprenden en la escuela sino en la vida. Y en estos días
se nos ha grabado a fuego aprendizajes que nos acompañarán para siempre: que
hay que lavarse las manos, que la familia es importante, que hay que visitar a
las abuelas y los abuelos, que tenemos vecindad dispuesta a ayudarnos, que la
sanidad hay que cuidarla porque nos salva la vida, que la unión hace la fuerza,
que los miedos son naturales pero se vencen aceptándolos y hablado de ellos,
que todas las personas somos iguales y no depende del dinero, la fama o del
puesto.
También
habremos aprendido a valorar cosas que antes no teníamos en cuenta: lo bello
que es el cielo, la lluvia tras la ventana o la brisa de la mañana en la cara;
el enigma de un animal, una planta o el universo; lo importante que es mirar con
los ojos bien abiertos hasta llegar hasta el alma; que la amistad es
imprescindible para seguir viviendo; que hay que hacer deporte y pasear cada
día,…. y lo bien que sienta un abrazo o un beso.
Por
eso que hemos cambiado también cambiará la escuela, porque hemos hecho parón y
cuenta nueva. Y como hemos aprendido seguro que transformamos, eso espero, las
tareas rutinarias por aprendizajes duraderos, los libros y asignaturas por
proyectos vivenciales, los silencios castigos por debates muy sinceros.
Y
las familias, cansadas de tanto encierro, además de haber disfrutado de sus
queridos infantes, valorarán más la escuela y juntos formaremos una verdadera
comunidad educativa. Y cambiaremos los héroes y heroínas que teníamos en
nuestras vidas. Y haremos homenajes a nuestros padres y madres que estuvieron
cuidándonos desde sus trabajos: agricultores, transportistas, ganaderos, policías,
barrenderos, sanitarios, cajeras de supermercado, personal de la limpieza o
bomberos.
Lo
dicho: cuando volvamos al cole, después de tanto sufrir por el susodicho bicho,
ya todo será distinto. Y esperemos que haya servido este mal para mejorar la
escuela y educar de mejor manera a la generación venidera.
Xtóbal,
abril de 2020
1 comentario:
Me encanta. Que será será, septiembre nos lo dirá.
Publicar un comentario