Cuando la vida nos tambalea,
y este es el caso con la epidemia del coronavirus, es bueno parar, tomar
conciencia y reflexionar. Es necesario en estos momentos de crisis volver la
vista atrás, coger impulso y dar un gran salto hacia el futuro. Para ello sería
recomendable leer a los filósofos griegos que hace tiempo ya sufrieron en la
vida y pensaron sobre dificultades como las que estamos viviendo.
Nietzsche iluminó mi
desasosiego y navegué en su propuesta: “sólo ha existido un filósofo en la
historia digno de tal nombre, Epicteto”. Nos ha llegado poco de la sabiduría de
este desconocido filósofo, pero puede servirnos de referencia por su carácter
esencial. Su obra puede resumirse en la siguiente máxima: “lo que es, es”.
Pero tenemos un cerebro
que se pone nervioso cuando la realidad no encaja con las expectativas que
tenía programadas. Y es por eso que ante esta pandemia comenzamos a sentirnos
inquietos, angustiados, desequilibrados,… buscando causas y culpables,
criticando y dando soluciones a toro pasado. Y nos hemos convertidos en
epidemiólogos, científicos, sociólogos y políticos en poco tiempo.
Epicteto nos aclara una
obviedad: las cosas son lo que son. Y es que hemos vivido en un mundo hedonista,
de fantasía, ilusiones y de profecías propuestas por el mercado imposibles de satisfacer.
El mal de nuestras vidas ha estado en nuestra mente, en las ideologías, en
nuestras expectativas, en los objetivos inalcanzables, en nuestras ilusiones de
ilusos. Y esta es la causa primera de la depresión de nuestra condición humana
en esta crisis que nos ha tocado vivir. No echemos la culpa a nadie ante esta
contrariedad, a todo ser viviente nos pilló a contrapié porque no estábamos
preparados. No hay que mirar atrás sino buscar soluciones. Lo primero es la
aceptación. No nos habíamos percatado del peligro, pero ya es tarde para
lamentaciones. Aceptémosla y miremos el futuro. Lo que hay es lo que es.
No hay que ir a los
griegos porque lo que necesitamos es sentido común. Hasta en mi pequeño pueblo hace
tiempo que llegaron a esta profunda conclusión: “Si a un gato le pisas el rabo,
por la otra punta maúlla”. Y es que las cosas son lo que son y tienen las
consecuencias que tienen.
Este es el momento de
aprender que la vida hay que tomarla como va viniendo. Podemos hacer lo que esté
en nuestras manos, cada cual su granito de arena para construir de nuevo la
vida. Que nadie siga poniendo palos en la rueda, que lo que hay es que ayudar,
cada cual en lo que pueda, que ya las circunstancias irán diciendo. No hay más.
En estos tiempos tan
acelerados en los que estábamos inmersos, la vida pasaba a nuestro lado a gran
velocidad. La inercia nos llevaba en volandas y en esa locura es imposible ver
nada, comprender nada, vivir tan siquiera. Era necesario parar en seco. La
reflexión requiere quietud, mirar sin prisas. Y desde esa atalaya de la
serenidad que las circunstancias nos ha impuesto comprenderemos que la vida da
vueltas y sólo hay que esperar a que llegue de nuevo a nuestro lado para seguir
sufriéndola y disfrutándola.
Acabemos con una reflexión
que hubiera dicho Epicteto: debemos tener la valentía de cambiar lo que se
puede cambiar, la fortaleza para soportar lo que no se puede cambiar y la
inteligencia para distinguir una cosa de la otra.
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