21 de abril de 2020

LA FUNCIÓN DOCENTE EN EL CONFINAMIENTO


En estos días de pandemia por el coronavirus, la educación institucional está ausente, y es difícil el aprendizaje sin presencia. Menos mal que los maestros y las maestras intentamos por todos los medios subvertir estas circunstancias e imaginamos entrar en los hogares de nuestro alumnado para acompañarle de alguna manera. 
Las familias tienen una responsabilidad educativa relacionada con el apego, la crianza y las primeras normas sociales desde el amor incondicional, pero están asumiendo en este tiempo de confinamiento una educación institucional que no les corresponde. Es la escuela la que tiene el deber de realizar esta función social porque es la encargada de vertebrar las relaciones sociales entre iguales, la formación de ciudadanos y la transmisión del acervo cultural del mundo en que vivimos.
La importancia que tenemos los educadores no es sólo por nuestra habilidad para enseñar, que también, sino por nuestra capacidad de conectar emocionalmente para poder trasmitir nuestro legado cultural. No hay educación sin sujetos humanos vinculantes. Y somos, queramos o no, referentes educativos que posibilitan el deseo de saber. No se aprende con técnicas, programas sofisticados o actividades deshumanizadas. Debe haber siempre una conexión humana que sustente ese deseo de conocer cosas nuevas. Y es ahí donde los maestros y maestras debemos estar presentes. Si no podemos en directo por el confinamiento habrá que hacerlo virtualmente, pero el alumnado nos tiene que ver, oír, sentir y saber que estamos presentes. Debe haber un vínculo transferencial en el hecho educativo. Es necesario mostrarnos, es imprescindible la subjetivación de la enseñanza si queremos construir seres humanos.
La labor que estamos realizando con tantas dificultades no hubiera sido posible sin la colaboración de las familias. Porque somos educadores en la medida que padres y madres nos sitúan en ese lugar de referentes culturales. Las familias no pueden suplir la labor del profesorado porque deben realizar su papel, que es mucho más necesario: el de sostener, el de ayudar, el de dar seguridad, alimento y cariño. Pero con respecto a la enseñanza reglada su labor es de vínculo con la escuela, y desde esa conexión entre la casa y el profesorado se hace posible que los niños y las niñas sigan aprendiendo.
Desde hace tiempo se ha experimentado con las llamadas máquinas de enseñar, con programas sofisticados de aprendizajes, con robótica educativa,… pero sólo han servido para el aprendizaje en personas adultas o con destrezas concretas. Para educar a la infancia es imprescindible el profesorado, porque en el trasvase de conocimiento debe haber un vínculo humano. Los maestros y las maestras no sólo trasmitimos contenidos sino que, sobre todo, educamos.  Y educar tiene que ver con verse reflejada en otra persona y aspirar a adquirir sus conocimientos y experiencia.  
Ciertas demandan de la Administración Educativa en estos momentos se centran en los contenidos curriculares y la evaluación explicitando una concepción de sistema educativo instrumental, basada en aprendizajes académicos, en donde se prioriza los aspectos cognitivos y disciplinares, no teniendo en cuenta la relación personal, amorosa y vinculante entre profesorado y alumnado, que es la base del aprendizaje.  Y es que la Administración, desde hace tiempo, ha burocratizado la enseñanza hasta el extremo de perder la esencia de la misma, que no es más que la conexión transferencial simbólica entre los educadores y la infancia para transmitir el legado cultural de nuestro mundo.
Así que es necesario valorar todo el trabajo que están realizando las maestras y los maestros en este confinamiento porque, a pesar de las dificultades, se están haciendo presentes: buscando medios propios, improvisando, aprendiendo nuevas plataformas de comunicación, desviviéndose por seguir siendo referentes de su alumnado de forma personal. Es la pasión que están poniendo lo que provoca el hecho educativo: el interés en conectar, el esfuerzo para hacerse presente, la energía invertida, el tiempo que dedican y la ilusión en el trabajo que despliegan a pesar de tantas dificultades. Porque es el amor al saber y a los niños y niñas del aula lo que hace posible el milagro de aprender.
Para un buen aprendizaje debe haber una identificación con el enseñante, y es por eso que debemos seguir mostrándonos aunque sea a distancia: con nuestra imagen, con palabras, a nuestra forma y manera. El caso es que el alumnado sienta que estamos presentes, que estamos cerca. Es difícil, pero se está haciendo: con vídeos de ánimo de las distintas escuelas, con bailes, cuentos, canciones, actividades, propuestas visuales, por teléfono, por WhatsApp, por Classroom o conectando desde el teléfono personal. Da igual la manera, lo importante es vincular al alumnado.
Sigamos pues dando aplausos a quienes están en primera línea de lucha por el coronavirus porque nos salvan la vida. Los educadores sólo necesitamos valoración y conexión, aunque sea a distancia, para que la educación y el aprendizaje sigan surtiendo efecto. Y para ello sólo pedimos la complicidad de las familias y algo de comprensión del resto de la ciudadanía.


1 comentario:

Conchi dijo...

Querido compañero:
Siempre tienes las palabras justas que todos necesitamos escuchar. Un abrazo.