En estos
días de pandemia por el coronavirus, la educación institucional está ausente, y
es difícil el aprendizaje sin presencia. Menos mal que los maestros y las
maestras intentamos por todos los medios subvertir estas circunstancias e
imaginamos entrar en los hogares de nuestro alumnado para acompañarle de alguna
manera.
Las
familias tienen una responsabilidad educativa relacionada con el apego, la
crianza y las primeras normas sociales desde el amor incondicional, pero están
asumiendo en este tiempo de confinamiento una educación institucional que no
les corresponde. Es la escuela la que tiene el deber de realizar esta función
social porque es la encargada de vertebrar las relaciones sociales entre
iguales, la formación de ciudadanos y la transmisión del acervo cultural del
mundo en que vivimos.
La
importancia que tenemos los educadores no es sólo por nuestra habilidad para
enseñar, que también, sino por nuestra capacidad de conectar emocionalmente
para poder trasmitir nuestro legado cultural. No hay educación sin sujetos
humanos vinculantes. Y somos, queramos o no, referentes educativos que
posibilitan el deseo de saber. No se aprende con técnicas, programas
sofisticados o actividades deshumanizadas. Debe haber siempre una conexión
humana que sustente ese deseo de conocer cosas nuevas. Y es ahí donde los
maestros y maestras debemos estar presentes. Si no podemos en directo por el
confinamiento habrá que hacerlo virtualmente, pero el alumnado nos tiene que
ver, oír, sentir y saber que estamos presentes. Debe haber un vínculo
transferencial en el hecho educativo. Es necesario mostrarnos, es
imprescindible la subjetivación de la enseñanza si queremos construir seres
humanos.
La labor
que estamos realizando con tantas dificultades no hubiera sido posible sin la
colaboración de las familias. Porque somos educadores en la medida que padres y
madres nos sitúan en ese lugar de referentes culturales. Las familias no pueden
suplir la labor del profesorado porque deben realizar su papel, que es mucho
más necesario: el de sostener, el de ayudar, el de dar seguridad, alimento y
cariño. Pero con respecto a la enseñanza reglada su labor es de vínculo con la
escuela, y desde esa conexión entre la casa y el profesorado se hace posible
que los niños y las niñas sigan aprendiendo.
Desde
hace tiempo se ha experimentado con las llamadas máquinas de enseñar, con
programas sofisticados de aprendizajes, con robótica educativa,… pero sólo han
servido para el aprendizaje en personas adultas o con destrezas concretas. Para
educar a la infancia es imprescindible el profesorado, porque en el trasvase de
conocimiento debe haber un vínculo humano. Los maestros y las maestras no sólo
trasmitimos contenidos sino que, sobre todo, educamos. Y educar tiene
que ver con verse reflejada en otra persona y aspirar a adquirir sus
conocimientos y experiencia.
Ciertas
demandan de la Administración Educativa en estos momentos se centran en los
contenidos curriculares y la evaluación explicitando una concepción de sistema
educativo instrumental, basada en aprendizajes académicos, en donde se prioriza
los aspectos cognitivos y disciplinares, no teniendo en cuenta la relación
personal, amorosa y vinculante entre profesorado y alumnado, que es la base del
aprendizaje. Y es que la Administración, desde hace tiempo, ha
burocratizado la enseñanza hasta el extremo de perder la esencia de la misma,
que no es más que la conexión transferencial simbólica entre los educadores y
la infancia para transmitir el legado cultural de nuestro mundo.
Así que
es necesario valorar todo el trabajo que están realizando las maestras y los
maestros en este confinamiento porque, a pesar de las dificultades, se están
haciendo presentes: buscando medios propios, improvisando, aprendiendo nuevas
plataformas de comunicación, desviviéndose por seguir siendo referentes de su
alumnado de forma personal. Es la pasión que están poniendo lo que provoca el
hecho educativo: el interés en conectar, el esfuerzo para hacerse presente, la
energía invertida, el tiempo que dedican y la ilusión en el trabajo que
despliegan a pesar de tantas dificultades. Porque es el amor al saber y a los
niños y niñas del aula lo que hace posible el milagro de aprender.
Para un
buen aprendizaje debe haber una identificación con el enseñante, y es por eso
que debemos seguir mostrándonos aunque sea a distancia: con nuestra imagen, con
palabras, a nuestra forma y manera. El caso es que el alumnado sienta que
estamos presentes, que estamos cerca. Es difícil, pero se está haciendo: con
vídeos de ánimo de las distintas escuelas, con bailes, cuentos, canciones,
actividades, propuestas visuales, por teléfono, por WhatsApp, por Classroom o
conectando desde el teléfono personal. Da igual la manera, lo importante es
vincular al alumnado.
Sigamos
pues dando aplausos a quienes están en primera línea de lucha por el
coronavirus porque nos salvan la vida. Los educadores sólo necesitamos
valoración y conexión, aunque sea a distancia, para que la educación y el
aprendizaje sigan surtiendo efecto. Y para ello sólo pedimos la complicidad de
las familias y algo de comprensión del resto de la ciudadanía.
1 comentario:
Querido compañero:
Siempre tienes las palabras justas que todos necesitamos escuchar. Un abrazo.
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