No somos individuos. Somos un sistema complejo que vivimos en contextos. Si queremos conocer quienes somos debemos tener una visión holística de la realidad. Para vernos de verdad es necesario abrir los ojos de par en par: mirar lo que somos cuando actuamos en interacción dentro de una relación. Somos diferentes en función de miles de circunstancias. Nos mostramos como personas distintas dependiendo de las diferentes situaciones: si estamos solos, en el trabajo, con amistades o frente al mar. Porque nos construimos como personas en un medio complejo: natural, social, cultural y emocional.
Somos más que lo que aparentamos
individualmente. Somos en la interacción de muchos elementos: cultura,
ambiente, naturaleza, historia, percepción y mil cosas más, y siempre con la
mirada distorsionada que tenemos. Somos lo que somos capaces de ver en el
espejo que la compleja realidad nos muestra. Pues eso: somos dentro de un
contexto.
Por ello, no es lo mismo ser primer
hijo, que segundo, que tercero, en la relación familiar. Ser primogénito nos
determina. Se parece más el carácter de los primeros hijos de familias
diferentes que hijos de la misma familia. Y ser hijas, ya ni te digo. El orden en
la dinastía o el género nos marca más que las condiciones sociales. También nos
condiciona la religión, la ideología, nuestras familias o el lugar del mundo en
el que nos ha tocado vivir.
Ser el primer hijo o hija de una
familia es muy determinante en la construcción de la identidad. Nuestra madre
puso todo en su deseo de ser madre en su primera criatura y nuestro padre puso todo
su deseo de trascender. Los miedos de cómo cuidar y educar a la primera
criatura que engendramos se materializan en la crianza de ese primer vástago. Nos
construimos como seres únicos y permanentes en función de las expectativas de
quienes nos engendró. Cuando llega un segundo hijo o hija ya nada es igual.
Madres y padres ya no son lo mismo. No es igual tener una hija, un hijo, ser
primero, segundo o tercero, porque ya no somos la misma persona después de
haber tenido un descendiente.
Las personitas cuando nacen se
construyen desde un lugar. Entre verse como primer deseo o como alguien más hay
una gran diferencia. Nos determina demasiado el lugar que ocupamos en nuestra
familia. Ser el de en medio, el emparedado, marca una gran diferencia en la
construcción de nuestra identidad. Ser segundo de tres es casi como ser nadie. Quizás
sea mejor ser el pequeño, el que se llevará todos los mimos y las complacencias.
Ser primero siempre sufre la loza de quien lleva toda la responsabilidad de ser
un buen hijo, una buena hija, para no defraudar a su madre y a su padre, que
pusieron todas sus expectativas en sus mejores deseos. Esto
depende en gran medida de sexo y de las expectativas que hubiera en su
madre o su padre.
Así que nunca digamos que hemos
educados a nuestras hijas o hijos de la misma manera. El contexto es muy
diferente. Cada hija, cada hijo es un ser especial. Y en la escuela no digamos.
¡Uf, qué complejidad!
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