6 de marzo de 2022

EL INFINITO EN LA ESCUELA

He disfrutado leyendo el ensayo de Irene Vallejo El infinito en un junco. Este maravilloso texto, que versa sobre el devenir de los libros a través de la historia, nos muestra cuándo aparecen las primeros escritos, cómo surgieron los papiros, la importancia de las personas que memorizaban las enseñanzas de los grandes pensadores, qué influencia tuvo la Gran Biblioteca de Alejandría en el desarrollo de la humanidad y las consecuencias de la destrucción de su legado para el porvenir de la vida humana. En definitiva, cuenta los acontecimientos trascendentales, sociales y políticos, que permitieron la trasmisión del saber a lo largo de la historia. Porque somos lo que somos gracias a la escritura y a las personas que hicieron posible su conservación, difundiendo el saber de cada época y soportando las inclemencias de cada tiempo. He aprendido que sin la memoria que se ha transmitido en lo escrito no seríamos nada.

Me sorprendió en este ensayo cómo los grandes filósofos de la Antigua Grecia recelaban de la escritura. Hasta entonces, existía la trasmisión oral, y los textos estaban en la memoria de personas sabias. Existían verdaderas bibliotecas vivas que albergaban el saber de su época en su mente. Con la aparición de la escritura dejarían de ser imprescindibles los narradores, que tenían el conocimiento en sus cabezas y, por consiguiente, mermaría la capacidad de memoria en los seres humanos. Además, con la escritura, la gente dejaría de pensar por sí mismo, sólo repetirían los textos escritos de los grandes pensadores. Ese mismo dilema se plantea hoy día con las redes sociales. Si todo está en internet, la gente dejará de pensar y solo copiará y trasmitirá lo que han difundido otras personas. Ya se sabe que la mayoría de los internautas no son más que poster de telégrafos que transmiten la información que les llega sin contrastar y sin apenas haberlas leído. Menos mal que siempre hay gente que piensa y crea. ¡Menos mal!

Para educar hay que ser muy leído, cultivado, amante de la cultura, consciente de las dificultades políticas de cada tiempo, solidario con las vicisitudes que sufrieron muchas personas para ser reconocidas como tales: variabilidad cultural, inmigración, mujeres, diversidad sexual, discapacidad... Y es por eso que debemos, además ser personas cultas, tener una implicación ética y política con el momento histórico en el que vivimos. Porque educamos para mejorar a las personas y, por consiguiente, a este mundo en el que vivimos.

Por tanto, debemos trasmitir a nuestro alumnado el amor por los libros, porque en ellos está nuestra cultura, nuestra historia, lo que somos como civilización. Porque las maestras y los maestros enseñamos mucho más que las letras. Debemos ser trasmisores de nuestro legado, de nuestra cultura. Podemos propiciar que los estudiantes se nutran del progreso de nuestro pasado y sean testigos para las generaciones futuras. 

En la formación del profesorado, a veces, somos cortos de mira. Realizamos cursos de perfeccionamiento muy específicos sobre técnicas concretas de cómo leer, escribir o trabajar las matemáticas; sobre las tics, meteorologías o inteligencias múltiples. Pero un buen docente debe ser, además, alguien instruido. Porque en las escuelas enseñamos lo que somos, lo que hemos vivido, viajado, cocinado, aprendido, amado o leído. Tenemos la responsabilidad de ser personas cultivadas. No podemos ser maestro, maestra, profesorado de instituto o de universidad, sin tener en casa una biblioteca con varios centenares de volúmenes. ¡Qué menos! Porque sólo desde la cultura podemos generar gente culta.

Debemos estar capacitados para ser puentes entre el pasado y el prometedor futuro del alumnado que formamos. Porque la escuela fue, y debe seguir siendo, el lugar donde los conocimientos sobre nuestra historia germinen en las futuras generaciones, para que no se pierda nuestra memoria, para que no cometamos los mismos errores del pasado, para poder proyectar un futuro esperanzador, teniendo en cuenta que el infinito de la humanidad comenzó allá en Egipto, en papiros hechos de juncos, en donde nuestra civilización comenzó a escribir una prometedora historia futura. 

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