1 de abril de 2022

LIBROS DE TEXTOS QUE NOS IMPIDEN APRENDER

Carlitos, es un chico de primer curso de Primaria que está empezando a leer y escribir. Es sabido que el alumnado tiene diferentes ritmos de aprendizaje en la adquisición de esta destreza, en función de su madurez, ambiente cultural y otras peculiaridades. Carlitos debería estar muy contento porque ha realizado la hazaña más determinante de su vida académica: ya comienza a dar significados a esos grafismos que son muy importantes para la comprensión de la vida cultural. Pero la escuela no deja que disfrute de ese momento tan especial. Ahora que sabe cómo se hacen las letras le obligan a leer en un libro de texto de primer curso en donde los grafismos han cambiado. La b ya no es la que conoce, ahora aparece como b. Y este nuevo dibujo se parece mucho a la d. Y si le das la vuelta es como una p, que al revés es la q. Ahora que sabía cómo se escribían las letras han cambiado las reglas de codificación. Y es por eso que se siente torpe, incompetente y con baja autoestima. Porque lo que dominaba, después de mucho esfuerzo, ahora cree no saberlo. 

Ocurre que los libros de textos de primer curso de Primaria no tienen en cuenta los momentos evolutivos de cada etapa de la infancia. Quienes hicieron esos textos no saben que el cerebro de una personita de 6 años percibe que una silla es una silla aunque este bocabajo, mirando hacia la izquierda o hacia la derecha. El cerebro está preparado para ver los objetos independientemente de su situación espacial. Y es por eso que no comprende que una p sea distinta de una q, de una b o de una d. Cuando el cerebro madura, allá por los 7 ó 8 años, distingue la lateralidad de los grafismos y ya está preparado para aprender a leer sin problema. Como el alumnado crece a diferentes ritmos hay que dar oportunidad a quienes aún no están en el momento adecuado. En todas las clases hay, al menos, un año de desfase de maduración entre todo el alumnado; así que un tercio de la clase se quedará descolgado porque aún no está maduro para integrar la complejidad de las nuevas reglas de lectura y escritura. Otro tercio lo aprenderá a duras penas. Pero el profesorado, quizás, solo se fije en el tercio que responde a las exigencias. Así se genera una estratificación del alumnado entre listos, normales y torpes, con la consecuente suerte de autoestima diferente para cada niña y niño de clase.

Vemos a menudo en la escuela que los libros de textos segregan al alumnado con menos madurez, con pocos recursos o menos estimulación sociocultural, creándoles dificultades en la adquisición de competencias en la compresión y expresión de textos. Ante esta situación el profesorado intenta hacer lo que puede compensando la incompetencia de políticas educativas desacertadas que validan libros de textos inapropiados.

El tema no es baladí, porque los libros de textos de primeros cursos de Primaria no tienen en cuenta estas cuestiones, y al poner tipografías caligráficas inapropiadas para estas edades, además de textos excesivos, están segregando al alumnado que aún no tiene la madurez suficiente para asimilar tales cambios. Y, sin querer, están condenando a las chicas y chicos menos maduros a una codificación de torpes.

Muchas veces se cosifica a las niñas y niños en el colegio con diagnósticos de dislexia, falta de atención, retrasos en el desarrollo y otras etiquetas cuando, en la mayoría de los casos, no hay más que un libro de texto desacertado que no deja tiempo para dejarles madurar. Entonces, un problema de enseñanza se convierte en un déficit en las personas. En vez de diagnosticar una carencia en la metodología, diagnosticamos al alumnado que encuentra dificultades debido a su madurez natural. Constatamos pues que, en educación manda el mercado y las editoriales a costa del sufrimiento de la infancia y, siempre, con la complicidad de las administraciones educativas, que avalan a editoriales carentes de criterios pedagógicos.

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