Hoy, me dieron el mayor de
los abrazos. Ese pulpo enredado a mi alma era de una chica que fue mi alumna
con tres, cuatro y cinco años. Ya es mayor de edad. Compartimos aula en
Educación Infantil viviendo mil historias emocionantes. No importa que ya tenga
mi estatura, siempre será mi querida alumna.
Fue un abrazo sentido y
emocionado. Dentro de nuestros corazones enlazados, había un sinfín de
sensaciones y vivencias compartidas. Es bonito sentir todo lo que cabe en un
abrazo; en el nuestro, se fundió lo esencial de la existencia, las tres heridas
que cuenta Miguel Hernández: la del amor,
la de la vida, la de la muerte.
Resulta que, en mi clase
de infantil, había veinte siete personitas y ya solo quedan veinte y seis. Ocurrió
que, ya estando en el instituto, el mejor amigo de mi alumna, va y se muere.
Compartían intereses
musicales, y quién sabe si algo más. El caso es que mi alumna se quedó huérfana
de su íntimo amigo. “Algo se muere en el
alma cuando un amigo se va”. Y, a su edad, no podía comprender cómo la vida
te desconcierta y te pone a prueba; o, simplemente, la vida es un caos y si te
daña el alma, irremediablemente, te duele.
Evidentemente, esta chica
quedó impactada. La muerte siempre nos destroza por dentro y, en plena
adolescencia, nos mata estando vivos. Estas profundas emociones estaban en el
abrazo que yo sentí con mi alumna.
Sí, se me murió un alumno
en plena adolescencia. Sufrí su pérdida, y me hirió profundamente el dolor que
sintió su amiga, (del dolor de sus padres aún no me salen palabras de consuelo).
Sentí profundamente el amor y la muerte en la vida de mi aula que ahora abrazo,
a moco tendido, en el cuerpo de mi alumna. Nunca un abrazo, con tanta historia,
fue tan sentido.
Menos mal que, cuando
compartimos vivencias en Educación Infantil, traté siempre el tema de muerte,
del amor y de la vida. Ya intuía que les podrían hacer falta. Es un aprendizaje
que nunca está de más. Lloramos cuando murió nuestro saltamontes o nuestro pez,
compartimos emociones cuando la abuela de una compañera nos dejó, aprendimos
que el abuelo de otro alumno se quedó seco cuando estábamos trabajando las hojas del otoño (nunca una concepto
fue tan certero). El caso es que se hace necesario, siempre, tener presente la
muerte, en el aula, para aprender sobre la vida.
Espero que esta alumna levante
cabeza después de tanto sufrimiento y que, lo trabajo en Educación Infantil, le
sirva para su duelo.
He aprendido que en la
escuela hay que dejar de lado los libros de textos, las fotocopias, los
rituales obsoletos, la silla de pensar, las filas para entrar y salir, los
castigos absurdos, el rabito de la a, los boletines de notas, el coloreo, las
actividades rutinarias…, y aprender sobre lo esencial de la vida.
Todo eso me vino a la
cabeza, con emociones encontradas, en el abrazo que, sin mediar palabra, me dio
mi alumna y prendió en mi alma para toda la vida. Espero que el abrazo que nos
dimos nos dé aliento para curar las tres heridas: la de la muerte, la del amor,
la de la vida.
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