6 de julio de 2022

LA NIÑA QUE NO ABRAZABA

Después de jubilarme, fui a la fiesta fin de curso de mi colegio para sentir el eco, que aún pidiera perdurar, de mi labor como maestro de inclusión y aceptación de la diversidad. De pronto, una alumna de poca edad, que asistía a la graduación de su hermana, mi vio y vino corriendo a darme un emotivo abrazo. Me alegró sobremanera porque esta chica no abrazaba. 

En mi cometido como maestro de Pedagogía Terapéutica, tuve que atender a esa niña de primer curso de primaria con supuesta “discapacidad por inteligencia límite”, según ponía en su informe psicopedagógico, aunque nunca compartí este diagnóstico. Era tan solo una chica herida, como tantas personitas que vienen a la escuela. A veces, solo se diagnostica lo aparente, sin profundizar lo necesario.

En estas edades trabajo dentro del aula y ayudo a todo el alumnado que necesita un empujoncito, aunque siempre estuve atento a esta chica con evidentes dificultades. Cuando me siento junto a ella veo que me rechaza de forma abrupta. No me lo tomo a mal. Tengo paciencia y sigo atendiendo a sus compañeras y compañeros de clase sin dejar de mirarla reojo. Es necesario no asumir un rechazo como cuestión personal. ¡Algo le pasa! Eso me digo mientras me pongo a indagar.

Después de muchos tanteos, veo que esta chica no soporta que invada su espacio personal. En cambio, sí acepta a su tutora y la especialista de Audición y Lenguaje, que son mujeres. Nunca me había pasado, suelo caer bien a todo el alumnado. Indago y descubro que sufrió abusos cuando pequeña. Ahora comprendo: tiene recelo a todos los hombres porque sufrió daño de algún varón. Así que la comprendo y guardo distancia, le ayudo lo que me deja, manteniendo su espacio, respetando sus miedos, siempre con cariño, con miradas tiernas, buscando confianza. Casi medio curso me costó acercarme a ella. Mientras tanto, le pusimos una compañera que le ayudara, y fuimos, desde la distancia, acompañándola en sus dificultades y sus recelos.

En la fiesta de graduación de su hermana me ve desde lejos y la veo correr, a cámara lenta, como en un anuncio de colonia. Me llama por mi nombre y me abraza con todo el alma. Después de un año, mi trabajo con esta chica, obró el milagro. Creo que aprendió a diferencia quién le hacía daño y quién le hacía bien. Algo difícil de aprehender cuando la herida es profunda. ¡Es una campeona! Va superando su trauma. Es posible que nuestra comprensión, prudencia y respeto haya tenido influencia. Pero esa es la labor de quienes educamos: estar atentos, comprender, respetar, tener paciencia, saber intervenir justo lo necesario en el momento oportuno. Mientras tanto, no forzar, esperar que el tiempo nos diga dónde está la herida para poder intervenir de forma adecuada. A veces, queremos que nuestro trabajo educativo tenga frutos inmediatos. Pero hay que tener paciencia. La educación siempre tiene efecto a largo plazo.

Grano a grano, su corazón se fue llenando de confianza hasta rebosar en un fructífero gran abrazo. Pechos fundidos que interpreto como evaluación de mi trabajo. Porque un abrazo es, siempre, el más elocuente, preciso, eficiente y objetivo método de evaluación. Eso me enseñó mi alumna que le costaba abrazar y que, ahora, se me pega como lapa, dándome las gracias por la paciencia y la comprensión.

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