Qué duro es sentir el
fracaso a lo largo de la vida. Qué cruel es pensar que no vales nada, que eres
un cero a la izquierda, que, día a día, examen a examen, curso a curso, durante
años, fracasas en el sistema educativo. Pues eso les pasa a muchas personitas
de nuestras escuelas, más veces de las creemos. Sufren en silencio, mientras la
vida les va haciendo mella, poco a poco, en sus almas inexpertas. Lo sé por
experiencia.
Suelen pasar inadvertidas,
estas personitas fracasadas, que todo lo que hacen lo tienen subrayado en rojo sangrante
en sus libretas, entre tantas buenas notas, premios a la excelencia, exámenes
aprobados, felicitaciones, virtuosismos, menciones especiales, estoy orgulloso de ti, enhorabuena… Y se esconden, metiendo la
cabeza bajo tierra; o, en el mejor de los casos, volviéndose payasos, apáticos
o desafiantes. Todo sea por ser alguien en una organización ¿educativa? en la que solo se valora el
triunfo disfrazado de esfuerzo.
Es difícil asumir, cuando
somos niñas o niños, que no entiendes lo que te explican, que las letras se te cruzan
y no comprendes lo que lees, que los números te aparecen como complejos
garabatos sin sentido…, que no llegas. Es difícil soportar, cada día, cada
evaluación, cada año, cómo tus compañeras y compañeros salen airosos de los
retos de la escuela y sacan buenas notas, son felicitados, triunfan... Qué
difícil es soportar tales vivencias, tirando de paciencia, de capacidad de
frustración, soportando emociones de ira, evitando sentir tanto pesar…, hasta
que el corazón se va volviendo de piedra.
Pues vienen los llamados liberales con la solución perfecta: «La teoría del esfuerzo». Y ponen las carretas delante de los bueyes.
Lo que es consecuencia lo ponen como causa. La narrativa del esfuerzo está haciendo mucho daño a
estas personitas que fracasan en la escuela. Porque las carencias de una
organización educativa anquilosada, que no tiene respuesta educativa para la
gente con necesidades y que no atiende a la diversidad de los seres humanos, quedan
invisualizadas; y meten, en el cuerpo de la gente con dificultades su
incompetencia, sin tener en cuenta las variables biológicas, familiares,
económica, sociales e históricas que son verdaderas causas de que mucha gente
fracasen en la escuela. Cuando, como es lógico y sabido, quien no obtiene el
beneplácito en una actividad académica acaba evitándola. Y así se forma el
círculo vicioso del fracaso: si no obtengo resultados, no me esfuerzo, porque
nunca llegaré a lo exigido. Y es entonces cuando el fracaso provoca la ausencia
de motivación para el esfuerzo, y no al revés. Quienes tienen buenos resultados
aumenta su autoestima y, lógicamente, siguen esforzándose para seguir aumentando
su ego. Quienes fracasan evitan un esfuerzo que siempre les trajo frustración y
dolor.
Seamos honestos. Todos
conocemos a personas que se esfuerzan en demasía y que no tienen resultados.
También conocemos a alumnado que saca buenas notas sin ningún esfuerzo.
Entonces, ¿a qué viene decir que quien triunfa en la escuela es porque se
esfuerza? ¿Cómo osamos aseverar que quien fracasa en el sistema educativo es
que no se ha esforzado lo suficiente?
Hay un tufillo maloliente
en todo esto. Porque, además, resulta que la gente que proclama la teoría del esfuerzo tienen vástagos
que no se esfuerzan y los meten en universidades privadas sin pasar por
selectividad; o entran en colegios concertados sin aprobar oposiciones; o
trabajan en el despacho de abogado de un amigo por enchufe. Todo esto queda camuflado
con la teoría del esfuerzo; que viene
a decir que quien llega es que se ha esforzado. ¡Mentira!
Las personas con
discapacidades, con dificultades educativas, con carencias para la escuela, que
provienen de ambientes desfavorecidos, que tienen mil problemas…, no pueden ser
responsables de su fracaso. Porque, aunque se esfuercen, aprenden que no llegan,
y así, día tras días, acaban desmotivados; porque ¿para qué? Aprenden que en el
sistema educativo siempre triunfan quienes tienen capacidad para, apenas sin
esfuerzo, recibir cada día el beneplácito del sistema.
La teoría del esfuerzo es
un ideario político sin ninguna base científica. Parece mentira que tengamos
que argumentar. Es una burda simplicidad que está calando en nuestra sociedad y
que convierte a las víctimas en culpables, y a las familias en responsables.
¿Es que, acaso, no vemos a
diario el sufrimiento del alumnado que no llega, que no puede, que no tiene
herramientas para navegar en este mundo complejo y competitivo?
Es necesario dejar de
culpabilizar a las familias y al alumnado con dificultades. La mayor
responsabilidad siempre es de quienes tienen poder y conocimiento. Así que
quienes, se supone, sabemos de educación, tenemos el deber de mejorar la
escuela, para que nadie sufra más de la cuenta. Debemos buscar un cambio de
paradigma en el que nadie sufra en la escuela. Porque una escuela que produce
sufrimiento no es educativa, es un fracaso de escuela.
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