Un cuento es una buena
forma de entrar en el malestar de la infancia e indagar en sus desasosiegos.
Los cuentos clásicos se contaron de generación en generación, durante siglos,
porque servían para dar sentido a los desvaríos del alma. Eran narraciones
sobre mitos ancestrales que daban respuestas, en lo más íntimo de las personas,
a sus miedos, retos, deseos e inquietudes. Porque los cuentos encierran un
talismán curativo para muchos males del alma.
Requirió de mi
experiencia, aunque ya estoy jubilado, una compañera maestra de un aula de Cuarto
de Primaria. Tenía dificultades con un chico con desajustes familiares, que
pegaba y creaba mucha alteración en el aula. Después de explicarme los
problemas de su alumno, me pidió un consejo. Muchas veces, el principio de la
solución es un cuento. Porque cuando encuentras la fábula adecuado entras en el
alma de la infancia para curar las heridas que provocan sus desajustes.
El caso es que fui a
contar a su colegio el cuento Resdán,
de Paco Abril. Es una historia que
nos narra la historia de un niño llamado Andrés, que se siente mal porque,
tanto en el cole como en casa, le insultan, castigan y empequeñecen por su
conducta disruptiva. Cuando narro el principio de la desoladora historia, en
donde el protagonista siente un dolor inmenso en su alma por todo lo que le insultan,
este alumno díscolo se muestra interesado, se identifica y comienza a preguntar
y conectar con la historia.
Resulta que el chico del
cuento se llamaba Andrés, y ante tanto insulto, provocado por su mal
comportamiento (nunca se sabe si es primero el mal comportamiento o éste es
producto de su herida) se pone a dibujar para tranquilizarse. Y dibuja un
monstruo con las peculiaridades que menos le gustan de él, y de las que sus
semejantes hacen burlas.
La cuestión es que, no se
sabe bien por qué (cosas que pasan en los cuentos) el monstruo dibujado sale
del papel y, tímidamente, comienza a conversar con Andrés. Al dibujo lo llama
Resdán, que es su nombre cambiando las letras. Porque algo de él había en ese garabato
que salió del papel y le interpelaba.
Después de leer el cuento
invité al alumnado a que escribieran sus nombres y alteraran sus letras hasta
formar un nombre de un supuesto monstruo que se escondía dentro de sus almas.
Luego los invité a que hicieran un dibujo con las cosas que no les gustaba de su
persona o que les hicieron sufrir en algún momento.
Resulta que este chico con
dificultades de comportamiento dibujó un monstruo todo de rojo, con la cara
metida entre rejas. Mucho de su familia se mostraba en el dibujo. Me acordé de Melania Grein, quien, en el siglo pasado,
investigó que el lenguaje de los niños no era la palabra sino del dibujo y el
juego.
He de decir que este chico
problemático se mostró, durante toda la sesión, concentrado, participativo,
equilibrado y trabajador. El cuento le había llegado hasta lo más profundo de
su alma, de su herida.
Cuando me despedí de la
clase, en la que conté ese cuento tan especial, me vino este alumno con dificultades
y me dio un abrazo esencial. Me costó desprenderme de él para irme. Algo había conectado
en su alma a través del cuento Resdán.
Y es que hay cuentos, introspectivos, esenciales, saludables, curativos… que
son capaces de cambiar un destino.
Mi compañera maestra,
tutora de este niño tan especial, me escribe después de la experiencia y me
dice:
Desde
que tú pusiste tus manos en mi alumno, yo lo vi de otra manera.
Quizás todo sea una
cuestión de miradas.
1 comentario:
A los niños cada vez se les narra menos cuentos (aunque vean muchos en audiovisual), y además del placer de que te lean un cuento, los privamos de una herramienta fundamental para poder ligar y simbolizar sus desvalimientos.
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