Somos seres sociales. Es una obviedad, pero se nos olvida con facilidad. Nos convertimos en seres sociales hace miles de años, cuando nos afectó la herida o la muerte de un ser querido. Somos personas cuando empatizamos con los demás, cuando sentimos las emociones de las personas que nos rodean.
Vivimos en un mundo egocéntrico, en donde impera la individualidad, en
el se nos vende la idea de que podemos ser los mejores sin necesidad de nadie,
que todo depende de nuestro esfuerzo. Lo dice cierta psicología de autoayuda en
las redes sociales: eres lo que quieras ser, puedes alcanzar lo que desees,
todo dependes de ti, está en tu mente, en tus manos, etc. Estos mensajes
niegan las clases sociales, los privilegios, el linaje, los derechos
adquiridos, los poderes fácticos, el control de los medios de comunicación, las
prebendas, la supremacía cultural, la diversidad social y la historia. Estamos
en la cultura del esfuerzo a secas, negando cualquier otra influencia. Cuando
el verdadero esfuerzo lo realizan las personas con más necesidades. Es cierto
que el esfuerzo es necesario, pero es mentira que quien triunfa lo ha
conseguido solo con su esfuerzo.
El liberalismo, imperante en nuestra sociedad, busca la libertad
individual. Se basa en que nadie debe meterse en mis derechos porque altera mi
libertad. Es un contrasentido. No saben lo que están diciendo. Es puro
narcicismo creerse individualidades y no aceptar las influencias de otras personas. Insisto,
irremediablemente, somos seres sociales.
No seríamos nada sin las personas queridas que nos influyeron. Necesitamos
de conexiones amorosas que nos construyan para poder ser lo que somos. Debemos conocer
las influencias que nos conformaron y que nos obligan a ser futuros solidarios.
Estamos hechos de retazos de ancestros amorosos. Si no analizamos nuestra
procedencia no sabremos quienes somos, de dónde venimos ni a dónde vamos.
Para construirnos como personas necesitamos aprender quiénes somos, asumiendo
los límites que nos dicta la sociedad. Somos dependientes de la cultura en que
vivimos y la historia que, irremediablemente, nos ha determinado.
Educar es desarrollar nuestra identidad, quienes somos, dónde
terminamos y dónde empiezan los demás. Derechos y responsabilidades deberían ir
de la mano. Pero el límite no es disciplina, es autoconocimiento y
autocontención responsable. Cuando se producen deseos desorbitados y somos
capaces de contenerlos, por respeto a las demás personas, tomamos conciencia de
que vivimos en sociedad. Es entonces cuando comenzamos a construir nuestra
identidad. Porque alguien se convierte en ciudadano cuando asume los límites
necesarios: las normas, las reglas sociales, la educación para la convivencia,
la modestia imprescindible de saber que nadie es sin las demás personas. Solo
de así surgen las tres palabras mágicas: gracias, perdón y por favor.
Pero también debemos ser críticos con las normas sociales imperantes. Poco
a poco, debemos ir deshilando las ataduras morales que nos atenazaron
irremediablemente, para así vislumbrar lo que somos, mientras vamos
comprendiendo la necesidad de ciertos límites. Esto requiere del desarrollo de
la autoconciencia. Difícil reto es aceptar normas sociales a la vez que
buscamos nuestra libertad. Ardua tarea la de educar.
Debemos tomar conciencia de las limitaciones que la sociedad nos impone
por nuestro bien, deshacer el ovillo enmarañado de emociones derramadas que se
produjo en la niñez, ante tanta norma incomprensible cuando éramos solo deseo,
para asumir las inhibiciones necesarias para una vida social. Esa es nuestra
misión en la escuela: bregar entre la disciplina y la libertad, entre mis
deseos y los deseos de los demás.
Solo seremos libres dentro de un contexto, no puede existir una
libertad asocial. Necesitamos tener empatía: ponernos en el lugar del resto de
la humanidad, aceptar que las leyes son necesarias para crear una sociedad que
nos construya como personas.
No debemos matar al padre, a la norma, si queremos seguir viviendo
en sociedad. Tampoco el poder despótico de un padre omnipresente construye
personas autónomas. No existe autoridad que tenga las verdades absolutas (ni
dioses, ni líderes políticos,…). Debemos, por tanto, crear consensos, entre
todas las personas, con fecha de caducidad, con revisión permanente, que nos
permitan vivir en la diversidad de opiniones contrapuestas, en la complejidad
de este mundo cambiante, en la incertidumbre de un mundo incierto e inestable.
Es por eso que en mi aula educamos para el desarrollo de la identidad teniendo
en cuenta a las demás personas, construyéndonos en la complejidad del mundo que
hemos heredado. Por eso trabajamos por ambientes respetuosos con la diversidad.
Y aprendemos de la vida a través de proyectos vivenciales. Y cada día hacemos
asambleas de aula para construir conocimientos
compartidos, para investigar, para discutir, para confrontar opiniones,
para construirnos como personas sociales.
En el aula trabajamos para crear identidades respetando diversidad y
construyendo imprescindibles normas sociales. Por ejemplo trabajamos el
proyecto Las caja de los tesoros. Una caja de cartón albergaba toda
nuestra historia pasada, y nos ayudó a construir la identidad. Porque somos
nuestras historias narradas. Cada cual, en asamblea, ante los demás, contó su
historia a partir de los objetos de su caja de tesoros realizada con la familia.
Y el aula se convirtió en historias compartidas, que crearon una comunidad diversa
pero emocionalmente unida.
De eso va la educación, de eso
debería ir la escuela, y la vida.
7 comentarios:
Da gusto leerte! Comparto esta mirada sobre la necesidad de alojar a las infancias y sus familias en tiempos de incertidumbre,individualismo e indiferenciacion entre lo posible y necesario. El compromiso de quienes trabajamos ofreciendo espacios subjetivantes y humanizadores para que las identidades se expresen, se sientan reconocidas en sus diferencias y similitudes. La escuela, los nidos infantiles como espacios de construcción de ciudadanía para protagonizar y transformar la sociedad. Te comparto nuestra experiencia en jardín Platerillo de la ciudad de Buenos Aires Argentina. Con ansias de tejer puentes para el intercambio. Gracias!
Gracias, Erika. Tan lejos y tan cerca. Seguiremos compartiendo miradas sobre la infancia.
Qué gusto hablar con vosotros de lejos y de cerca. Qué bien sentir al unísono el valor del grupo para cada persona. Qué maravilla escuchar las connotaciones tribales que cobijan la fragilidad individual.
Si hasta parece que huela vuestros abrazos … Gracias por pensar cara al viento
Ardua tarea la de educar. Y como dices no es solo una logro individual. Deberíamos asimilar y practicar más las palabras mágicas.
Gracias por tu artículo.
Crsistobal el comentario anónimo es mio,
Gracias, Diego. Sólo siéndonos comunidad funcionan las palabras mágicas. Necesitado de modestia está este mundo. Un abrazo.
Querida Mari Carmen, siempre poeta. Gracias mil. Abrazos en el aire que mejoren el mundo.
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