27 de octubre de 2019

DIAGNOSTICANDO LA ESCUELA


La vida es un sistema muy complejo, infinitamente complejo. Los humanos, con la conciencia, traspasamos la propia vida, complejizándola. Dicen que hay más sinapsis entre nuestras neuronas que estrellas en nuestra galaxia. Dicen que interactúan en función de patrones biológicos, contexto, lenguaje, emociones y relaciones con personas. Y, todo ello, mediatizado con nuestros propios pensamientos que los retroalimentan. Y cada persona tiene en su cabeza esa rica estructura compleja viviendo en situaciones dispares que diversifican aún más el sistema. Somos personas con historia que viven en contextos sociales. Cada cual se construye en un medio social y cultural determinado. Desarrollamos nuestra identidad cuanto  vivimos con gente que nos quiere, nos habla, nos mira y nos construyen como humanos. Pero, al mismo tiempo, interaccionamos en contextos hostiles, con gente y situaciones que nos ponen zancadillas a cada paso. Seguimos añadiendo complicación al tema. Para perderse, con tantas casuística, que resumí en exceso con las pocas posibilidades que me dio el lenguaje y mi entendimiento.
Pues hay gente (científicos/as, psicólogos/as, sociólogos/as, neurólogos/as, orientadores/as, pedagogos/as, maestros/as,…) que, cuando hay una dificultad, creen que el problema está en la niña o el niño de turno, en la infinitésima parte del complejo sistema. Se ponen las gafas simplificadoras (llámese método científico, investigaciones, evaluaciones, test,…) y diagnostican al eslabón más débil.

Es necesario cambiar la mirada y analizar la escuela desde la complejidad, actuar sobre las miles de variables que podemos mejorar dentro del contexto social y escolar.  
Si alguien  no puede subir escaleras es posible, digo yo, que algún técnico construyó esa escalera. Pues, mira por dónde, se diagnostica como discapacitado al que no puede saltar la barrera, en vez de diagnosticar de incompetente al ingeniero que la diseñó.
Si un niño, una niña, no aprueba un examen, es probable que el examen esté hecho para que lo supere sólo una parte de la clase. Se pueden hacer exámenes para que no apruebe nadie, para que aprueben unos pocos, la mitad de la clase, o todos. Depende de la dificultad que pongamos. Pues se le echa la culpa a quien lo suspende y no a quien lo diseñó, obviando la complejidad de causas que intervienen en las competencias del alumnado. Somos los adultos quienes ponemos la diana, y siempre culpamos a quien tira la flecha, responsabilizando a quienes no llegan, no pueden o no dominan la técnica.

Si todas las personas tenemos diferentes capacidades y ponemos una escuela con unos indicadores, estándares, objetivos, criterios, competencias,… mínimos para alcanzar, es lógico que sólo quienes se ajusten a esos criterios, llámense como se llamen, los podrán superar. Pero se diagnostica a quienes no lo superan, en vez de discapacitar a quienes pusieron ese sistema.  
Que digo yo, que sería más justo diagnosticar a las escuelas, y realizar las actuaciones necesarias para que puedan aprender todas las personas que están en ella.
Si diseñamos una escuela obligatoria para que toda la infancia aprenda, ¿por qué lo hacemos de forma que alguna gente quede fuera? Habrá un día que evaluaremos como discapacitados a quienes diseñaron esa escuela. Desde esta perspectiva, diagnosticaremos escuelas con déficit de atención, que no atienden a las necesidades de la infancia; escuelas con trastornos de espectro autista, desconectadas de la vida; escuelas con dificultades de aprendizajes, que necesitan mejorar, pero no aprenden de sus errores; escuelas con inteligencia límite, que por mucho que quieran tienen poca capacidad para cambiar; y así hasta un sinfín de etiquetas.
Y como consecuencia, podríamos realizar adaptaciones curriculares a las escuelas para que quepan todos los niños y niñas en ella, programas específicos a aulas que tienen dificultades, informes psicopedagógicos a coles que sufren carencias en la enseñanza, dictámenes a colegios con necesidades educativas especiales, etc. Para que toda la carga no se la lleve la niña o el niño, que son los elementos más débiles de un complejo sistema.