Lo esencial de
la vida es difícil de medir. El concepto de felicidad es la prueba. No hay metro
que nos permita discernir cuándo sentimos bienestar. Los números tienen sus
limitaciones. Ya se sabe que la estadística muestra, con un mínimo de tortura,
cualquier conclusión que queramos demostrar.
Se puede medir
la velocidad lectora, pero es difícil discernir la comprensión, y mucho menos
si lo que leemos nos sirve para ser mejores personas.
Topé con una
alumna que hace años pasó por mi cole con diagnóstico indeterminado. Era
tímida, poco lenguaje, dificultades en la lectura y escritura, supuesta
dislexia, etc. Pues resulta que después de un tiempo me la encuentro y, aunque
sigue mostrando cierta timidez, es la mar de educada. Percibo a una chica que
puede hacer una vida autónoma y normalizada, a pesar de todos los diagnósticos
que, imagino, fue mermando su autoestima.
Se puede medir con
ciertos test de inteligencia y pruebas estandarizadas las habilidades para
resolver pruebas seleccionadas y supuestamente contrastadas. Pero inferir que
eso es la inteligencia es un salto muy atrevido. ¡Cuidado con el concepto de
inteligencia que nos acecha la
inteligencia artificial! He visto personitas que no pasaron las pruebas del
C.I. (coeficiente intelectual) pero eran hábiles para vivir en sociedad. Y lo
contrario, gente que obtenían el beneplácito de los test y notas de sobresaliente
pero mostraban muchas dificultades para vivir la vida.
Recuerdo a un
chico que en las evaluaciones de C.I. raspaba la normalidad, (lo que suelen llamar inteligencia límite). Esta prueba se suele contrastar, si haces una
buena evaluación educativa, con entrevistas con el alumnado. Pues resulta que
este chico no daba ni una en el test, pero sabía de la vida más que muchos de
sus congéneres. Discernía entre lo que está bien y está mal, era ávido en
resolver conflictos sociales, se mostraba muy educado en todo momento, diferenciaba
entre lo que es justo o injusto en la vida y controlaba sus emociones, a pesar
de vivir en la pobreza y con dificultades familiares importantes.
Es por eso que
el orientador estaba hecho un lío en el diagnóstico. Porque este chico no
parecía inteligente pero era más listo que el hambre. Ya sé que esto no es
científico, pero el lenguaje de mi pueblo, a veces, funciona. En los pueblos se
sabe que hay gente que no es cultiva pero es resolutiva. Creo que el sobrevalorado
C.I. (coeficiente intelectual) tiene mucho de cultura urbana y burguesa; pero también
hay inteligencia en el mundo rural no cultivado. Bueno, en cultivar, sí que son
expertos. Ya me gustaría ver a un listo de mi pueblo si hubiera estudiado y a
un inteligente de ciudad intentando sembrar patatas y ordeñar a una vaca.
Popkewitz[1] denomina
“la conquista del alma infantil” al conocimiento que se transforma en
protocolos que certifican, al más puro estilo comercial–neoliberal, la calidad
del producto. Porque medir la calidad es una entelequia. Medir la comprensión
lectora con pruebas de velocidad es una aberración, porque la lectura
comprensiva requiere de lentitud y reflexión. Los más veloces pueden que
lleguen antes a ningún sitio. La rapidez es medible, la lentitud es compresiva.
Porque a fuego lento siempre es más sabroso cualquier manjar.
La cuestión es
que lo medible depende del instrumento de medir. Pero ya se sabe que la
felicidad no se sostiene en ningún instrumento, sino que es una emoción
sentida.
[1] . Popkewitz, Thomas (2021): La impracticabilidad de la investigación práctica. Editorial. Octaedro. Barcelona.