27 de julio de 2022

LA TEORÍA DEL ESFUERZO

Qué duro es sentir el fracaso a lo largo de la vida. Qué cruel es pensar que no vales nada, que eres un cero a la izquierda, que, día a día, examen a examen, curso a curso, durante años, fracasas en el sistema educativo. Pues eso les pasa a muchas personitas de nuestras escuelas, más veces de las creemos. Sufren en silencio, mientras la vida les va haciendo mella, poco a poco, en sus almas inexpertas. Lo sé por experiencia. 

Suelen pasar inadvertidas, estas personitas fracasadas, que todo lo que hacen lo tienen subrayado en rojo sangrante en sus libretas, entre tantas buenas notas, premios a la excelencia, exámenes aprobados, felicitaciones, virtuosismos, menciones especiales, estoy orgulloso de ti, enhorabuena… Y se esconden, metiendo la cabeza bajo tierra; o, en el mejor de los casos, volviéndose payasos, apáticos o desafiantes. Todo sea por ser alguien en una organización ¿educativa? en la que solo se valora el triunfo disfrazado de esfuerzo.

Es difícil asumir, cuando somos niñas o niños, que no entiendes lo que te explican, que las letras se te cruzan y no comprendes lo que lees, que los números te aparecen como complejos garabatos sin sentido…, que no llegas. Es difícil soportar, cada día, cada evaluación, cada año, cómo tus compañeras y compañeros salen airosos de los retos de la escuela y sacan buenas notas, son felicitados, triunfan... Qué difícil es soportar tales vivencias, tirando de paciencia, de capacidad de frustración, soportando emociones de ira, evitando sentir tanto pesar…, hasta que el corazón se va volviendo de piedra.

Pues vienen los llamados liberales con la solución perfecta: «La teoría del esfuerzo». Y ponen las carretas delante de los bueyes. Lo que es consecuencia lo ponen como causa. La narrativa del esfuerzo está haciendo mucho daño a estas personitas que fracasan en la escuela. Porque las carencias de una organización educativa anquilosada, que no tiene respuesta educativa para la gente con necesidades y que no atiende a la diversidad de los seres humanos, quedan invisualizadas; y meten, en el cuerpo de la gente con dificultades su incompetencia, sin tener en cuenta las variables biológicas, familiares, económica, sociales e históricas que son verdaderas causas de que mucha gente fracasen en la escuela. Cuando, como es lógico y sabido, quien no obtiene el beneplácito en una actividad académica acaba evitándola. Y así se forma el círculo vicioso del fracaso: si no obtengo resultados, no me esfuerzo, porque nunca llegaré a lo exigido. Y es entonces cuando el fracaso provoca la ausencia de motivación para el esfuerzo, y no al revés. Quienes tienen buenos resultados aumenta su autoestima y, lógicamente, siguen esforzándose para seguir aumentando su ego. Quienes fracasan evitan un esfuerzo que siempre les trajo frustración y dolor.

Seamos honestos. Todos conocemos a personas que se esfuerzan en demasía y que no tienen resultados. También conocemos a alumnado que saca buenas notas sin ningún esfuerzo. Entonces, ¿a qué viene decir que quien triunfa en la escuela es porque se esfuerza? ¿Cómo osamos aseverar que quien fracasa en el sistema educativo es que no se ha esforzado lo suficiente?

Hay un tufillo maloliente en todo esto. Porque, además, resulta que la gente que proclama la teoría del esfuerzo tienen vástagos que no se esfuerzan y los meten en universidades privadas sin pasar por selectividad; o entran en colegios concertados sin aprobar oposiciones; o trabajan en el despacho de abogado de un amigo por enchufe. Todo esto queda camuflado con la teoría del esfuerzo; que viene a decir que quien llega es que se ha esforzado. ¡Mentira!

Las personas con discapacidades, con dificultades educativas, con carencias para la escuela, que provienen de ambientes desfavorecidos, que tienen mil problemas…, no pueden ser responsables de su fracaso. Porque, aunque se esfuercen, aprenden que no llegan, y así, día tras días, acaban desmotivados; porque ¿para qué? Aprenden que en el sistema educativo siempre triunfan quienes tienen capacidad para, apenas sin esfuerzo, recibir cada día el beneplácito del sistema.

La teoría del esfuerzo es un ideario político sin ninguna base científica. Parece mentira que tengamos que argumentar. Es una burda simplicidad que está calando en nuestra sociedad y que convierte a las víctimas en culpables, y a las familias en responsables.

¿Es que, acaso, no vemos a diario el sufrimiento del alumnado que no llega, que no puede, que no tiene herramientas para navegar en este mundo complejo y competitivo?

Es necesario dejar de culpabilizar a las familias y al alumnado con dificultades. La mayor responsabilidad siempre es de quienes tienen poder y conocimiento. Así que quienes, se supone, sabemos de educación, tenemos el deber de mejorar la escuela, para que nadie sufra más de la cuenta. Debemos buscar un cambio de paradigma en el que nadie sufra en la escuela. Porque una escuela que produce sufrimiento no es educativa, es un fracaso de escuela.

6 de julio de 2022

LA NIÑA QUE NO ABRAZABA

Después de jubilarme, fui a la fiesta fin de curso de mi colegio para sentir el eco, que aún pidiera perdurar, de mi labor como maestro de inclusión y aceptación de la diversidad. De pronto, una alumna de poca edad, que asistía a la graduación de su hermana, mi vio y vino corriendo a darme un emotivo abrazo. Me alegró sobremanera porque esta chica no abrazaba. 

En mi cometido como maestro de Pedagogía Terapéutica, tuve que atender a esa niña de primer curso de primaria con supuesta “discapacidad por inteligencia límite”, según ponía en su informe psicopedagógico, aunque nunca compartí este diagnóstico. Era tan solo una chica herida, como tantas personitas que vienen a la escuela. A veces, solo se diagnostica lo aparente, sin profundizar lo necesario.

En estas edades trabajo dentro del aula y ayudo a todo el alumnado que necesita un empujoncito, aunque siempre estuve atento a esta chica con evidentes dificultades. Cuando me siento junto a ella veo que me rechaza de forma abrupta. No me lo tomo a mal. Tengo paciencia y sigo atendiendo a sus compañeras y compañeros de clase sin dejar de mirarla reojo. Es necesario no asumir un rechazo como cuestión personal. ¡Algo le pasa! Eso me digo mientras me pongo a indagar.

Después de muchos tanteos, veo que esta chica no soporta que invada su espacio personal. En cambio, sí acepta a su tutora y la especialista de Audición y Lenguaje, que son mujeres. Nunca me había pasado, suelo caer bien a todo el alumnado. Indago y descubro que sufrió abusos cuando pequeña. Ahora comprendo: tiene recelo a todos los hombres porque sufrió daño de algún varón. Así que la comprendo y guardo distancia, le ayudo lo que me deja, manteniendo su espacio, respetando sus miedos, siempre con cariño, con miradas tiernas, buscando confianza. Casi medio curso me costó acercarme a ella. Mientras tanto, le pusimos una compañera que le ayudara, y fuimos, desde la distancia, acompañándola en sus dificultades y sus recelos.

En la fiesta de graduación de su hermana me ve desde lejos y la veo correr, a cámara lenta, como en un anuncio de colonia. Me llama por mi nombre y me abraza con todo el alma. Después de un año, mi trabajo con esta chica, obró el milagro. Creo que aprendió a diferencia quién le hacía daño y quién le hacía bien. Algo difícil de aprehender cuando la herida es profunda. ¡Es una campeona! Va superando su trauma. Es posible que nuestra comprensión, prudencia y respeto haya tenido influencia. Pero esa es la labor de quienes educamos: estar atentos, comprender, respetar, tener paciencia, saber intervenir justo lo necesario en el momento oportuno. Mientras tanto, no forzar, esperar que el tiempo nos diga dónde está la herida para poder intervenir de forma adecuada. A veces, queremos que nuestro trabajo educativo tenga frutos inmediatos. Pero hay que tener paciencia. La educación siempre tiene efecto a largo plazo.

Grano a grano, su corazón se fue llenando de confianza hasta rebosar en un fructífero gran abrazo. Pechos fundidos que interpreto como evaluación de mi trabajo. Porque un abrazo es, siempre, el más elocuente, preciso, eficiente y objetivo método de evaluación. Eso me enseñó mi alumna que le costaba abrazar y que, ahora, se me pega como lapa, dándome las gracias por la paciencia y la comprensión.

3 de julio de 2022

EL MAYOR DE LOS ABRAZOS

Hoy, me dieron el mayor de los abrazos. Ese pulpo enredado a mi alma era de una chica que fue mi alumna con tres, cuatro y cinco años. Ya es mayor de edad. Compartimos aula en Educación Infantil viviendo mil historias emocionantes. No importa que ya tenga mi estatura, siempre será mi querida alumna. 

Fue un abrazo sentido y emocionado. Dentro de nuestros corazones enlazados, había un sinfín de sensaciones y vivencias compartidas. Es bonito sentir todo lo que cabe en un abrazo; en el nuestro, se fundió lo esencial de la existencia, las tres heridas que cuenta Miguel Hernández: la del amor, la de la vida, la de la muerte.

Resulta que, en mi clase de infantil, había veinte siete personitas y ya solo quedan veinte y seis. Ocurrió que, ya estando en el instituto, el mejor amigo de mi alumna, va y se muere.

Compartían intereses musicales, y quién sabe si algo más. El caso es que mi alumna se quedó huérfana de su íntimo amigo. “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Y, a su edad, no podía comprender cómo la vida te desconcierta y te pone a prueba; o, simplemente, la vida es un caos y si te daña el alma, irremediablemente, te duele.

Evidentemente, esta chica quedó impactada. La muerte siempre nos destroza por dentro y, en plena adolescencia, nos mata estando vivos. Estas profundas emociones estaban en el abrazo que yo sentí con mi alumna. 

Sí, se me murió un alumno en plena adolescencia. Sufrí su pérdida, y me hirió profundamente el dolor que sintió su amiga, (del dolor de sus padres aún no me salen palabras de consuelo). Sentí profundamente el amor y la muerte en la vida de mi aula que ahora abrazo, a moco tendido, en el cuerpo de mi alumna. Nunca un abrazo, con tanta historia, fue tan sentido.

Menos mal que, cuando compartimos vivencias en Educación Infantil, traté siempre el tema de muerte, del amor y de la vida. Ya intuía que les podrían hacer falta. Es un aprendizaje que nunca está de más. Lloramos cuando murió nuestro saltamontes o nuestro pez, compartimos emociones cuando la abuela de una compañera nos dejó, aprendimos que el abuelo de otro alumno se quedó seco cuando estábamos trabajando las hojas del otoño (nunca una concepto fue tan certero). El caso es que se hace necesario, siempre, tener presente la muerte, en el aula, para aprender sobre la vida.  

Espero que esta alumna levante cabeza después de tanto sufrimiento y que, lo trabajo en Educación Infantil, le sirva para su duelo.

He aprendido que en la escuela hay que dejar de lado los libros de textos, las fotocopias, los rituales obsoletos, la silla de pensar, las filas para entrar y salir, los castigos absurdos, el rabito de la a, los boletines de notas, el coloreo, las actividades rutinarias…, y aprender sobre lo esencial de la vida.

Todo eso me vino a la cabeza, con emociones encontradas, en el abrazo que, sin mediar palabra, me dio mi alumna y prendió en mi alma para toda la vida. Espero que el abrazo que nos dimos nos dé aliento para curar las tres heridas: la de la muerte, la del amor, la de la vida.