Es complicado ponerse en uno de los dos lados:
normales o diagnosticados. Es difícil porque la dualidad es una simplicidad y,
por tanto, no es verdad.
Entre el blanco y el negro hay una extensa gama de grises: blanco roto, gris hielo, gris perla, gris platino, gris humo, gris plomo, gris ceniza, gris pizarra,... así hasta el negro azabache. Y entre tantos colores navegamos sin llegar a ningún puerto. Es nuestra mente, en su torpeza, la que simplifica la realidad de la vida hasta el extremo de no decir certezas.
Quienes tuvimos la suerte de no ser diagnosticados en su momento, tenemos la desgracia de intentar disimular lo que nos pasa. Nos afecta al profesorado de manera especial. Por culpa de una falta de diagnóstico a tiempo, pasamos la vida proyectando en los demás todo aquello que no resolvimos en su momento.
Y vemos a niñas y niños torpes, proyectando nuestras torpezas. Vemos a niños y niñas deficientes reflejando nuestras incapacidades. Sufrimos el excesivo movimiento en espejos que reflejan nuestra inmovilidad, y acabamos rompiéndolos en mil pedazos. Distinguimos problemas familiares en la vida del alumnado, eludiendo los que sufrimos en nuestras familias. Vemos conflictos en el aula, en vez de verlos en nuestras relaciones. Vislumbramos demandas de amor, obviando nuestras carencias emocionales. Y así, todo el tiempo, vamos proyectando nuestros huecos en el alumnado.
Somos muchos los maestros y maestras que tenemos problemas en nuestras vidas, como es natural, como todo hijo de vecino o de vecina. Y es muy difícil bregar con una clase de unos 25 niños y niñas, cada cual con su peculiaridad, sin un mínimo de equilibrio personal.
Se hace necesario, hoy más que nunca, mirar lo que nos pasa para poder lidiar con la chiquillada, intentando no proyectar nuestras dificultades.
No podemos ser buenos educandos sin haber mirado primero nuestras heridas. Deberíamos adecentarnos un poco para no proyectar demasiado nuestras carencias.
Para educar debemos aceptar a todo el alumnado con sus peculiaridades, a todos los colores con sus matices; de lo contrario, estamos marginando todo lo que no hemos resuelto de lo que nos pasa.
La solución: sólo tres palabras, que se dijo Jesús Vidal en el discurso de Los Goyas sobre la película Campeones: diversidad, aceptación y visibilidad. Sólo tres palabras que no se harán realidad hasta que no solucionemos nuestros traumas no resueltos.
Diversidad, porque la realidad es compleja siempre. Sólo nuestra mirada es simple.
Aceptación, porque hay lo que hay, y de ahí hay que partir.
Visibilidad, porque si no nos mostramos corremos el riesgo de proyectar lo que escondemos y no mostrar la diversidad del alumnado.
Lo dicho: sólo cuando nos analizamos somos capaces de ver y ayudar lo que acontece a nuestro alrededor. Sólo cuando somos conscientes de nuestras carencias y las resolvemos podremos ayudar a la diversidad de la infancia.
Entre el blanco y el negro hay una extensa gama de grises: blanco roto, gris hielo, gris perla, gris platino, gris humo, gris plomo, gris ceniza, gris pizarra,... así hasta el negro azabache. Y entre tantos colores navegamos sin llegar a ningún puerto. Es nuestra mente, en su torpeza, la que simplifica la realidad de la vida hasta el extremo de no decir certezas.
Quienes tuvimos la suerte de no ser diagnosticados en su momento, tenemos la desgracia de intentar disimular lo que nos pasa. Nos afecta al profesorado de manera especial. Por culpa de una falta de diagnóstico a tiempo, pasamos la vida proyectando en los demás todo aquello que no resolvimos en su momento.
Y vemos a niñas y niños torpes, proyectando nuestras torpezas. Vemos a niños y niñas deficientes reflejando nuestras incapacidades. Sufrimos el excesivo movimiento en espejos que reflejan nuestra inmovilidad, y acabamos rompiéndolos en mil pedazos. Distinguimos problemas familiares en la vida del alumnado, eludiendo los que sufrimos en nuestras familias. Vemos conflictos en el aula, en vez de verlos en nuestras relaciones. Vislumbramos demandas de amor, obviando nuestras carencias emocionales. Y así, todo el tiempo, vamos proyectando nuestros huecos en el alumnado.
Somos muchos los maestros y maestras que tenemos problemas en nuestras vidas, como es natural, como todo hijo de vecino o de vecina. Y es muy difícil bregar con una clase de unos 25 niños y niñas, cada cual con su peculiaridad, sin un mínimo de equilibrio personal.
Se hace necesario, hoy más que nunca, mirar lo que nos pasa para poder lidiar con la chiquillada, intentando no proyectar nuestras dificultades.
No podemos ser buenos educandos sin haber mirado primero nuestras heridas. Deberíamos adecentarnos un poco para no proyectar demasiado nuestras carencias.
Para educar debemos aceptar a todo el alumnado con sus peculiaridades, a todos los colores con sus matices; de lo contrario, estamos marginando todo lo que no hemos resuelto de lo que nos pasa.
La solución: sólo tres palabras, que se dijo Jesús Vidal en el discurso de Los Goyas sobre la película Campeones: diversidad, aceptación y visibilidad. Sólo tres palabras que no se harán realidad hasta que no solucionemos nuestros traumas no resueltos.
Diversidad, porque la realidad es compleja siempre. Sólo nuestra mirada es simple.
Aceptación, porque hay lo que hay, y de ahí hay que partir.
Visibilidad, porque si no nos mostramos corremos el riesgo de proyectar lo que escondemos y no mostrar la diversidad del alumnado.
Lo dicho: sólo cuando nos analizamos somos capaces de ver y ayudar lo que acontece a nuestro alrededor. Sólo cuando somos conscientes de nuestras carencias y las resolvemos podremos ayudar a la diversidad de la infancia.