Yo creía que la infancia debía aprender de los adultos; pero resulta que, viendo a los políticos en El Parlamento discutir, insultarse, mentir, sin respetarse, buscando estrategias maquiavélicas para dañar lo más posible, sin amor al prójimo…, me dije: pues en mi aula de infantil, una chiquillada de cuatro años tiene más educación que nuestros representantes políticos.
En mi aula de Educación Infantil, para comenzar el día, los
niños y niñas, cuando llegan a la escuela, se sientan en la alfombra con las
piernas cruzadas, mirándose a los ojos. Es una liturgia que ya hemos aprendido,
aunque el alumnado solo tenga cuatro años. Nos damos los buenos días, no solo con
educación, sino con mucho cariño. Nos sentimos pertenecientes al aula, a la
escuela, al mismo pueblo…, a la especie humana. La asamblea es la mente y el
corazón del aula. En ella construimos conocimientos, nos educamos y
establecemos vínculos amorosos.
Unos nacieron en la localidad, pero hay quienes lo hicieron
muy lejos: en Perú, Paraguay, China o Marrueco. Los hay con grandes capacidades
intelectuales, aunque no pueden andar porque tienen dificultades motoras; algunos
son tímidos y otros extrovertidos; los hay altos y bajos, gruesos y delgados;
listos en baile, aunque torpes en matemáticas; amantes de la naturaleza, aunque
con problemas para estarse quietos; y quienes son muy emocionales, aunque tenga
síndrome de Down. Por supuesto, hay niñas y niños, cada cual con sus
peculiaridades, y algunas personas que se muestran indefinidas. Nunca osé
comprobar su sexo. Yo solo tenía personas en el aula. Mi función como maestro
era que construyeran sus identidades, adquirieran conocimientos y se educaran.
Y la asamblea dialógica, desde los griegos, era la mejor manera.
Las normas de comportamiento en la asamblea estaban muy claras:
levantar la mano para hablar, esperar el turno, escuchar atentamente y respetar
las opiniones de los demás, con el máximo respeto, atentos, aprendiendo de las
demás personas cuando expresan sus inquietudes y deseos. No importa la procedencia,
las capacidades ni los pensamientos de cada persona. La educación es aprender a
convivir, en la complejidad de la diversidad humana.
Me dio por pensar:
Quizás, el Parlamento debería ser dirigido por un maestro o
maestra de infantil. Porque no dejaríamos pasar ni una: ni insulto, ni
descalificación, ni malas formas, ni poca educación. Obligaríamos a pedir
perdón ante la más mínima descortesía, mandaríamos a la silla de pensar a
quienes faltaran el respeto, y fuera de la asamblea a quienes hacen ruidos
mientras habla una compañera o un compañero; porque en una asamblea no se
jalea, no se insulta, no se falta al respeto; hemos venido a construir
conocimientos sobre la mejor forma de convivir las personas.
Quizás la sociedad ha dado la vuelta, y ahora los adultos
tienen que aprender del alumnado de la escuela. Porque en los Centros
Educativos hablamos de paz, de integración, de respeto, de diversidad, de
convivencia… Mientras, en los parlamentos de todo el mundo, se descalifica e
insulta, a la vez que hablan de guerras.
Quizás deberíamos, como quienes pierden los puntos del carnet
de conducir, obligar a reciclarse, en la escuela, a los políticos que incumplan
las normas básicas de una asamblea. Quizás, nuestros representantes deberían
visitar nuestras aulas, para aprender a comportarse como la infancia en
nuestras escuelas.
Existe una solución más drástica y revolucionaria, espero que
no tengamos que llegar a ella: que gobiernen las niñas y niños de la escuela.
Al menos, habría más educación, respeto, escucha atenta, compañerismo,
conocimientos compartidos y convivencia.