19 de diciembre de 2018

FRUTOS DEL DESENCUENTRO

Es una simplicidad pensar que existe un enfrentamiento entre familia y escuela, por mucho que los medios de comunicación lo vociferen. Es necesario ver más allá. Los cambios sociales tan vertiginosos de estos tiempos nos han pillado en pañales. Las familias no entienden qué sucede con sus vástagos y la escuela no acaba de adaptarse a los cambios. Ante tamaña impotencia, las dos instancias caemos en la torpeza de señalar al otro como responsable. El hecho objetivo es que, en el conflicto que mantienen escuela y familia, todos los golpes se los lleva la infancia.
Desde ambas partes buscamos razones para excusarnos; y así, vamos educando en el desencuentro. Sí, nuestros niños y niñas están siendo protagonistas de una situación conflictiva que los adultos no somos capaces de resolver porque la línea que delimita cada ambiente se desdibuja en la sociedad actual. Escuela y familia  se encuentran en el mismo barco, aunque remando en dirección contraria. Las fronteras no son nítidas, y pretender seguir en el camino de  hace años, resulta obsoleto y rancio. Eran otros tiempos, otros los objetivos, las funciones estaban claras, las responsabilidades eran precisas.
Sin embargo, la solución nos parece evidente. La experiencia no miente. La responsabilidad individual es importante, pero insuficiente. Debemos buscar responsabilidades comunes. La escuela debe mirarse por dentro, valorar, examinar, ejercer la autocrítica, esa que se practica tan poco; y entender que sólo compartiendo responsabilidades se llegará a buen puerto. Acercarnos para entender, compartiendo para transformar, mirar en la misma dirección. Tener claro que el objetivo es común: el desarrollo integral de la infancia.
La familia en la actualidad es diversa, abierta, democrática, multicultural, multirracial,… pero, al mismo tiempo, está cambiando su función, estructura, disponibilidad,… La organización de la escuela se mantiene, en  infinidad de ocasiones, rígida, jerárquica, impenetrable y hermética. No es difícil adivinar que las relaciones entre ambas están destinadas a no encontrarse.
La retórica necesita acciones prácticas y, en ese sentido, son muchas las experiencias educativas que parten de la conexión entre la escuela y la familia. Ramón Flecha es un pionero en estas prácticas en España. Su aportación con las “Comunidades de Aprendizajes” ha demostrado que la colaboración entre ambas instituciones, mejora sensiblemente la educación. Las actuaciones, no sólo de las familias, sino con voluntarios que desean el cambio educativo, el cambio social. Estas prácticas aportan el convencimiento de que “todos los hombres y mujeres se educan entre sí, con la mediación del mundo” como dice Paulo Freire.  Las escuelas que trabajan en “comunidades de aprendizaje” basan su estrategia metodológica en la apertura de puertas, en la realización de prácticas educativas con padres, madres, abuelas, abuelos, estudiantes en prácticas o voluntariado. En definitiva, han apostado por el aprendizaje dialógico, y han ganado. Lo dicen los resultados, está empíricamente probado. Estas experiencias han elevado a un rango superior a las familias, que siempre estuvieron relegadas en la escuela a fiestas o tutorías. Y es que, parten del concepto de que, tanto el profesorado como las familias no somos más que facilitadores de la interacción educativa. Porque la educación no se transmite, se facilita. Porque el saber se construye, no se hereda. Y esta construcción educativa se realiza de forma holística, con participación de los agentes sociales y en diferentes contextos. La educación está determinada por la cultura, la sociedad, las modas, los medios de comunicación, la publicidad, los estereotipos sociales imperantes... Y todo ello ha de tenerse en cuenta.
Todas las personas somos protagonistas del cambio, pero sólo si educamos desde el encuentro, sin verdades absolutas, sin egos, compartiendo. Porque necesitamos personas críticas, dialogantes, pensantes, abiertas…. maduras. El milagro educativo surge en las relaciones amorosas, equilibradas, libres de prejuicios; con la mirada puesta en el futuro de nuestra infancia. Por eso, es necesario, más que nunca, encontrarnos, navegar en el mismo barco, hacia el mismo puerto: la educación integral de la infancia.     
Pensando juntos,
Ana María Fernández Marín y
Cristóbal Gómez Mayorga.
Diciembre de 2018
 

1 de diciembre de 2018

PALABRAS

Conversar es un milagro que construye seres humanos. Yo te digo, tú me dices, mientras nos acercamos. Eres cuando me hablas, soy cuando te oigo y te digo. Somos cuando conversamos. Ya lo dijo el Dr. Maturana, “yo llamo conversar a este entrelazamiento de lenguaje y emociones. Por esto el vivir humano se da, de hecho, en el conversar”.
Se produce conexión cuando nos comunicamos. Las palabras son lazos que unen cerebros y corazones. Si no hablamos, no somos nadie. Las palabras son el soporte por donde fluye nuestros pensamientos y emociones. Estamos hecho de palabras, como dijo un pajarito a Eduardo Galeano.
La gramática no es más que caminos por donde andamos para encontrarnos, las sendas del lenguaje y la comunicación. La fonética es un canto, una música celestial. La gramática son las normas necesarias que debemos de cumplir para entendernos. La semántica, la esencia, lo que sentimos, lo que queremos decir, el significado de tanto garabato. El vocabulario son los adoquines que pisamos, llenos de significados. La pragmática, el arte de la empatía y la socialización necesaria.
Y así, en ese pasear acompañados, vamos construyéndonos como seres humanos. Discurriendo por el lenguaje conversado nos hacemos personas. Somos en cuanto, armados de palabras, nos decimos y nos narramos.
Pero, hoy día, las palabras comienzan a estar huecas, vacías de tanto usarlas. Se han llenado de agujeros y ya no dicen nada. ¡Escuchad, si no, a los que mandan! No es que mientan, es que usan palabras sordas que ni dicen ni conversan, suenan huecas. Han vaciado las palabras y ya no construyen nada.
En la escuela, hay que volver a dar vida a las palabras, para que podamos entendernos, comunicar, construirnos y querernos.
Pues eso, hay que meter, dentro de la escuela, palabras vivas, palabras sinceras, palabras sentidas, palabras de amor..., palabras.