Es
una simplicidad pensar que existe un enfrentamiento entre familia y escuela,
por mucho que los medios de comunicación lo vociferen. Es necesario ver más
allá. Los cambios sociales tan vertiginosos de estos tiempos nos han pillado en
pañales. Las familias no entienden qué sucede con sus vástagos y la escuela no
acaba de adaptarse a los cambios. Ante tamaña impotencia, las dos instancias
caemos en la torpeza de señalar al otro como responsable. El hecho objetivo es
que, en el conflicto que mantienen escuela y familia, todos los golpes se los
lleva la infancia.
Desde
ambas partes buscamos razones para excusarnos; y así, vamos educando en el
desencuentro. Sí, nuestros niños y niñas están siendo protagonistas de una
situación conflictiva que los adultos no somos capaces de resolver porque la
línea que delimita cada ambiente se desdibuja en la sociedad actual. Escuela y
familia se encuentran en el mismo barco,
aunque remando en dirección contraria. Las fronteras no son nítidas, y
pretender seguir en el camino de hace
años, resulta obsoleto y rancio. Eran otros tiempos, otros los objetivos, las
funciones estaban claras, las responsabilidades eran precisas.
Sin embargo, la solución nos parece evidente. La
experiencia no miente. La responsabilidad individual es importante, pero
insuficiente. Debemos buscar responsabilidades comunes. La escuela debe mirarse
por dentro, valorar, examinar, ejercer la autocrítica, esa que se practica tan
poco; y entender que sólo compartiendo responsabilidades se llegará a buen
puerto. Acercarnos para entender, compartiendo para transformar, mirar en la
misma dirección. Tener claro que el objetivo es común: el desarrollo integral
de la infancia.
La familia en la actualidad es diversa, abierta,
democrática, multicultural, multirracial,… pero, al mismo tiempo, está
cambiando su función, estructura, disponibilidad,… La organización de la
escuela se mantiene, en infinidad de
ocasiones, rígida, jerárquica, impenetrable y hermética. No es difícil adivinar
que las relaciones entre ambas están destinadas a no encontrarse.
La retórica necesita acciones prácticas y, en ese
sentido, son muchas las experiencias educativas que parten de la conexión entre
la escuela y la familia. Ramón Flecha es un pionero en estas prácticas en
España. Su aportación con las “Comunidades de Aprendizajes” ha demostrado que la
colaboración entre ambas instituciones, mejora sensiblemente la educación. Las
actuaciones, no sólo de las familias, sino con voluntarios que desean el cambio
educativo, el cambio social. Estas prácticas aportan el convencimiento de que
“todos los hombres y mujeres se educan entre sí, con la mediación del mundo”
como dice Paulo Freire. Las escuelas que
trabajan en “comunidades de aprendizaje” basan su estrategia metodológica en la
apertura de puertas, en la realización de prácticas educativas con padres,
madres, abuelas, abuelos, estudiantes en prácticas o voluntariado. En
definitiva, han apostado por el aprendizaje dialógico, y han ganado. Lo dicen
los resultados, está empíricamente probado. Estas experiencias han elevado a un
rango superior a las familias, que siempre estuvieron relegadas en la escuela a
fiestas o tutorías. Y es que, parten del concepto de que, tanto el profesorado
como las familias no somos más que facilitadores de la interacción educativa.
Porque la educación no se transmite, se facilita. Porque el saber se construye,
no se hereda. Y esta construcción educativa se realiza de forma holística, con
participación de los agentes sociales y en diferentes contextos. La educación
está determinada por la cultura, la sociedad, las modas, los medios de
comunicación, la publicidad, los estereotipos sociales imperantes... Y todo
ello ha de tenerse en cuenta.
Todas las personas somos protagonistas del cambio,
pero sólo si educamos desde el encuentro, sin verdades absolutas, sin egos,
compartiendo. Porque necesitamos personas críticas, dialogantes, pensantes,
abiertas…. maduras. El milagro educativo surge en las relaciones amorosas,
equilibradas, libres de prejuicios; con la mirada puesta en el futuro de
nuestra infancia. Por eso, es necesario, más que nunca, encontrarnos, navegar
en el mismo barco, hacia el mismo puerto: la educación integral de la
infancia.
Pensando juntos,
Ana María Fernández Marín y
Cristóbal Gómez Mayorga.
Diciembre de 2018
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