Es complicado ponerse en uno de los dos lados:
normales o diagnosticados. Es difícil porque la dualidad es una simplicidad y,
por tanto, no es verdad.
Entre el blanco y el negro hay una extensa gama:
blanco roto, gris hielo, gris perla, gris platino, gris humo, gris plomo, gris
ceniza, gris pizarra,... así hasta el azabache. Y entre tantos colores
navegamos sin llegar a ningún puerto. Pasa lo mismo con la sexualidad. Hay
gente simple que sólo distingue entre heterosexuales y homosexuales, cuando la variedad de género
existente está llena de matices y colores. Es nuestra mente, en su torpeza, la
que simplifica la realidad de la vida hasta el extremo de no decir verdad.
Pues lo que venía diciendo: somos muchos los
maestros y maestras que tenemos problemas en nuestras vidas, como es natural,
como todo hijo de vecina. Y es muy difícil bregar con una clase de unos 25
niños y niñas, cada cual con su peculiaridad, sin un mínimo de equilibrio personal.
Se hace necesario, hoy más que nunca, mirar lo que nos pasa para poder lidiar
con la chiquillada sin proyectar nuestras dificultades.
No debemos ser maestros y maestras sin habernos
mirado primero en nuestra complejidad, y adecentarnos un poco, para no
proyectar demasiado nuestra simplicidad. Para educar tenemos que, no sólo
vislumbrar la variedad de grises, sino
incluir todos los colores con sus matices. De lo contrario, estamos marginando
todo lo que no hemos resuelto de lo que nos pasa.
La solución: sólo tres palabras que se dijo en un
discurso de Los Goyas sobre la película Campeones: diversidad, aceptación y
visibilidad. Sólo tres palabras que no se harán realidad hasta que no
solucionemos nuestros traumas no resueltos.
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