6 de enero de 2020

LA COMUNIDAD EDUCADORA

La madre de mi alumna favorita me ha felicitado por el buen trabajo realizado con su hija. Como si yo fuera la única causa de la buena marcha de esta chica.

La concepción educativa personalista, unidireccional, es una simplificación mecanicista que explica más nuestra cultura individualista que la verdadera realidad de cómo se aprende. Ni el cerebro es lineal, ni es un circuito, ni funciona como un programa informático. Nadie educa solo. No es tan simple la tarea de enseñar. La palabra clave para acercarnos un poco a la complejidad del hecho educativo se llama comunidad. Es necesario, por tanto, tener una visión holística.

Nuestra limitación conceptual ha inventado metáforas para explicar fenómenos tan complejos como el hecho educativo. Y se nos escapa de las manos algo que los behavioristas llamaron la caja negra. Ellos la aislaron en sus experimentos para que no interfirieran en los resultados de sus investigaciones. Y lo que de verdad hicieron fue dejar a un lado la verdadera esencia de lo humano.
Se han realizado múltiples investigaciones científicas explicando causas y consecuencias de cualquier conducta humana, excluyendo la esencia compleja que de verdad la explica. Y ahí estamos, con la ciencia tanteando, pasito a pasito, aceptando sólo lo que cabe en un pequeño experimento con variables limitadas.

¿Y si en vez de tres causas que expliquen el comportamiento humano son millones? Nos perdemos. Pero resulta que la ciencia debería desechar toda investigación que, aún siendo rigurosa con el método científico, no cumple con la finalidad de cualquier ciencia: explicar la verdad de lo que pasa en la vida.
Hemos trasladado las investigaciones médicas, sobre los virus que producen enfermedades y que se detecta por unos síntomas, al terreno educativo. Como si una persona dependiera sólo de un par de detonantes. Esto es un reduccionismo evidente, simplificación absurda.

Si soy impulsivo, puede tener causas genéticas. Si es así, no tenemos ni idea de los miles de agentes causantes. Puede tener un origen social, ya suma otro millar de razones. Tuvo un trauma de pequeño; depende de cómo lo viviera, mil circunstancias no previstas difíciles de saber. ¿Y si la causa es la interacción de todas ellas? Mil por mil, millones de causas interaccionando. En fin, nos perdemos. Pero es fácil para cierta ciencia contar por lo sano, para dar una explicación precisa. Que el alumnado se mueve demasiado, se pone una etiqueta y una medicación. ¡Genial! Todos contentos. Ya no hay más que pensar. Y los que venden soluciones rápidas, siempre ganando.
Pero hoy sabemos que se aprende de forma más compleja. Sólo tenemos leves ideas de cuáles son las condiciones que inciden en cualquier aprendizaje. Lo que sí sabemos es que hay contextos que los favorecen. No es cuestión de buscar variables aisladas porque, a veces, la causalidad está, precisamente, en la simultaneidad de muchas interacciones; y siempre incide la reflexibilidad del pensamiento de quien aprende.

Quien crea que es muy buen educador porque coge a un niño y lo enseña es un ingénuo. Seguro que el peor educador coge al mismo niño y también lo enseña. Porque el mayor potencial del aprendizaje lo trae el propio niño, la propia niña, en función de su historia y el contexto en el que vive.  
La mayoría de educadores ya lo sabemos: no es mejor el profesorado que enseña al chico “bueno”, sino quien mejora a quienes tienen todas las condiciones en su contra.

Y hoy, cuando una familia me felicita por el trabajo realizado en el colegio, pienso que el éxito es labor de todo un centro y sus contextos sociales y familiares, porque nadie educa en solitario.
Y por eso hago extensible esta felicitación de la madre de mi alumna favorita a sus tutoras, al equipo de orientación, especialista en audición y lenguaje, acompañante “sombra”, profesorado del cole, dirección, AMPA, alumnado, sus compañeros de clase que tanto le ayudaron y que tanto aprendieron con ella, personal de la cocina y limpieza, agentes culturales que intervinieron a lo largo del curso; y, por supuesto, al conserje del colegio, excelente conector de relaciones, haciéndole broma constantemente, bisagra esencial para que las puertas del centro y del alma se abran de par en par.  

Y es que educa el contexto, la comunidad, no sólo el profesorado. ¡A ver si nos damos cuenta!